jueves, 24 de julio de 2025

25 DE JULIO. SANTIAGO APÓSTOL, PATRÓN DE LAS ESPAÑAS (SIGLO I)

 


25 DE JULIO

SANTIAGO APÓSTOL

PATRÓN DE LAS ESPAÑAS (SIGLO I)

¡SANTIAGO, y cierra, España!

Grito mágico. Voz de la Raza. Guión de victoria. Invocación de Patria y de milicia —acicate y plegaria—. Alma tensa de un pueblo de romeros. Ímpetu de la sangre. Fe arriscada y madura que postra al Mundo Hispánico a los pies del Apóstol Batallador. ¡Lo llevamos en la entraña más íntima!

¡Día de Santiago!

Fiesta de gran gala para la Iglesia de España. Gran parada de fe. Éxito clamoroso de una devoción —y de una tradición— jamás extinta. Sal de nuestro Catolicismo. Herencia sagrada de amor a la Virgen. Entrega apasionada, conmovedora, total. ¡Uno de nuestros grandes amores!

O sidus refúlgens Hispániæ!

¡Oh Astro refulgente de España! Santiago, Luz y Patrón de las Españas. Nuestro Pedagogo en Cristo. Nuestro Padre en la fe. Nuestro Hermano mayor. Forjador de nuestra personalidad histórica. Sol de la Hispanidad. Camino estelar de nuestras grandezas pretéritas y de nuestras futuras esperanzas. ¡Camino de Santiago!...

¡Filiación jacobea!

Jesús tenía una terna predilecta: Pedro, Santiago y Juan. Al subir al cielo quiso dejarles una herencia especial. A Pedro lo hizo cabeza de la Iglesia. A Juan le encomendó el cuidado de su Madre. A Santiago... Nada dice el Evangelio; pero ¿no es hermoso pensar que la herencia de Santiago fue España? Ni el Apóstol podía tener una hija más dócil y fecunda, ni España un Patrono más ajustado a su idiosincrasia. Discutan ahora los eruditos. Discrepen los espíritus acres o escépticos —a lo Unamuno—. Dúdese en mala hora sobre la historicidad de la venida de Santiago a España. Nadie podrá arrancarnos nuestra filiación jacobea sin arrancar nuestra entraña católica. Somos la proyección de la silueta evangélica de Santiago, somos he chura suya, porque transfundió en nosotros su carácter extremoso y lleno de generosidades, su espíritu de austeridad y santa intolerancia, su fe impulsiva y entusiasta, cuando nos bautizó en las aguas del Ebro —nuestro Jordán— en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Santiago, como España, tenía corazón de fuego y alma de gigante. Jesús —¡oh divina psicología! — caló hasta su último redaño cuando le llamó «Hijo del Trueno»; porque, ¡vaya si hizo honor al sobrenombre!

—Venid en pos de mí. Yo os haré pescadores de hombres —dijo el Maestro a los dos hijos de Zebedeo. Santiago y Juan, a orillas del lago.

Y ellos, dejando las redes, la barca y a su mismo padre, le siguieron.

Así, de una manera imprevista, desconcertante, divina, entra Santiago en Ja senda del apostolado. ¡Buen principio, «Hijo del Trueno»!

Elegido entre los elegidos, siempre impetuoso y vehemente, él es quien acompaña a Jesús en el Tabor y en el Calvario; él quien pide que baje fuego del cielo sobre la infiel Samaría; él quien, tras la atrevida petición de su madre Salomé, responde fulminante el temerario póssumus; él quien primero se aleja de Palestina y llega —en increíble correría— al cabo del mundo, al Finis Terra de nuestra Galicia; él, en fin, quien, enterizo, bebe el primero el cáliz del Señor.

Nadie se imaginó al ver descender a Santiago del trirreme romano en las proximidades de Itálica, que aquel hombre de tosco sayal y hosca apariencia podía traer en su zurrón nuestro Ideal incomparable. Mas, pronto retumbaron en el solar ibérico las pisadas del «Hijo del Trueno». Y se le vio cruzar como un torbellino las «vías imperiales», de sur a norte y de oeste a este —Emérita, Bráccara, Iria, Lucus, Astúrica, Pallantia, Clunia—, sembrando a los vientos de España aquella doctrina «dura y difícil de escuchar», que estallaría triunfalmente en las persecuciones de Decio y Diocleciano, en Nicea y en Trento, en Clavijo y en América, en Flandes y en Lepanto.

Jacobo acababa de trazar sobre el lomo del Toro ibérico la cruz de nuestra redención y de nuestra grandeza.

Y arribó a Zaragoza. Allí —¿Para qué repetirlo, si lo llevamos en la entraña más íntima, con la visita de la Virgen en carne mortal, recibió España el sacramento de la Confirmación?— El eco de las aguas del «río de nuestras epopeyas» repite todavía las palabras de la Señora: «En España no faltará la fe». Ahí está —garantía y relicario— el sacro Pilar inconmovible.

… Después fue el martirio de Santiago en Jerusalén, su traslado a Galicia, las famosísimas romerías, la niebla de los siglos, las dudas de los escépticos, el éxito clamoroso de una tradición «honradamente surgida en la conciencia española», y la confirmación —en la Bula de León XIII, Deus Omnípotens— de la autenticidad de las reliquias guardadas en Compostela.

El primer Camino de Santiago —nuestro auténtico camino— había sido oscuro y difícil, pero quedaba marcado en el cielo para siempre con hitos de estrellas... ¡Buena estrella la tuya, España nuestra!

¡Oh, Patrón de las Españas Caballero Santiago! —te decimos hoy con Dom Guéranger—. No te olvides del ilustre pueblo que te debe su nobleza espiritual y temporal. Protégele contra el achicamiento de las verdades que hicieron de él, en los días de gloria, la sal de la tierra. Así sea.