Sobre la obligación que tienen los Hermanos de edificar al prójimo.
MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO DECIMOSEXTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
San Juan Bautista de la Salle
Refiérese en el evangelio de este día que habiendo entrado Jesús en la casa de cierto príncipe de los fariseos para comer, éstos le acechaban maliciosa mente (1).
Vosotros ejercéis un empleo en el que todos os observan, y que os obliga por consiguiente a poner en práctica el consejo que san Pablo da a su discípulo Tito, obispo de Creta, cuando le dice: Muéstrate en todo dechado de buenas obras por la doctrina, la integridad de las costumbres, la regularidad de tu conducta y la gravedad (2).
En primer término, os observan los alumnos; por tanto, estáis obligados a darles buen ejemplo en relación con cuanto les enseñáis; a imitación del Señor, quien, según afirma san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, comenzó por obrar antes de enseñar (3). Eso es lo que os autorizará delante de ellos.
En consecuencia, para desempeñar dignamente los deberes que tenéis con los alumnos, importa mucho que vuestras obras les enseñen más aún que vuestras instrucciones: a fin de que, como sigue diciendo el mismo san Pablo a Tito: Sean las palabras irreprochables; a saber, no sólo sanas respecto de la doctrina, sino también indicio y efecto de vuestra virtud; con lo cual lograreis que aquellos a quienes instruís, según añade san Pablo, no tengan nada que oponer a cuanto les enseñáis viéndolo conforme con lo que hacéis (4).
¿Es ése vuestro modo de proceder? ¿No enseñáis a los discípulos algo que vosotros no cumplís? Cuando los invitáis a ser modestos, ¿lo sois primero vosotros? Cuando los recomendáis que oren con fervor, ¿lo hacéis vosotros también? ¿Tenéis con ellos la misma caridad que desearíais observaran ellos entre sí?
Obrando de este modo, seréis modelo de buenas obras en todo, principalmente en lo relativo a la doctrina.
Como vivís con vuestros Hermanos a tenor de las mismas reglas y siguiendo un género de vida en todo uniforme, os observan ellos de continuo; por tanto, debéis particularmente servirles de modelo en todo. Y como en comunidad es peligroso y perjudicialísimo el escándalo, tenéis que velar mucho sobre vosotros para no dar de él ningún motivo en los actos comunes que ejecutáis todos los días con los Hermanos, por miedo a las faltas que ellos pudieran cometer a causa de vuestro mal ejemplo.
Puede haber algunos débiles entre vosotros, a quienes vuestro proceder, poco conforme con las Reglas, y capaz de destruir el buen orden, podría causarles perniciosa impresión y darles pretexto para caer en la inobservancia. Por ese motivo afirma Jesucristo en el Evangelio que sería preferible nos ataran al cuello una rueda de molino y nos arrojasen al mar, antes que producir escándalo en el menor de los pequeñuelos que nos están encomendados (5).
¡Oh! ¡Palabra terrible para el alma que teme ofender a Dios y que otros le ofendan! Pensad a menudo que debéis ser modelo de inocencia y de fervor para los Hermanos; esto es, que debéis guardar todas las Reglas con exactitud, no sólo para emplear los medios de salvación que Dios os da, sino también para edificarlos a ellos.
La profesión que ejercéis os impone la obligación de frecuentar el mundo a diario; en él se espían hasta vuestras actitudes más insignificantes. Esto os ha de urgir a procurar por todos los medios ser dechado de toda clase de virtudes a los ojos de los seglares entre quienes debéis vivir.
Particularmente, habéis de edificarlos por la gravedad y modestia; pues si notaran en vosotros algún asomo de ligereza o desenvoltura, fácilmente se escandalizarían. Mientras que, si aparecéis ante ellos con exterior mesurado, os mostrarán mucha veneración.
Puede añadirse a lo dicho que, pues se juzga al hombre por su exterior, según asegura el Sabio (6), tan pronto como os vieran derramados exteriormente, deducirían que tenéis poca piedad y recogimiento. Al contrario, si mostráis por de fuera aspecto sencillo y grave, se con vencerán al punto de que vuestro interior está bien ordenado y de que hay motivo para suponer que os halláis en condiciones de educar a vuestros discípulos en el es espíritu del cristianismo.
Ponderad de qué importancia es para vosotros y para el honor de vuestro empleo, el mostraros exteriormente recatados, cuando tratáis la gente del siglo, si queréis edificarla.
Vosotros ejercéis un empleo en el que todos os observan, y que os obliga por consiguiente a poner en práctica el consejo que san Pablo da a su discípulo Tito, obispo de Creta, cuando le dice: Muéstrate en todo dechado de buenas obras por la doctrina, la integridad de las costumbres, la regularidad de tu conducta y la gravedad (2).
En primer término, os observan los alumnos; por tanto, estáis obligados a darles buen ejemplo en relación con cuanto les enseñáis; a imitación del Señor, quien, según afirma san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, comenzó por obrar antes de enseñar (3). Eso es lo que os autorizará delante de ellos.
En consecuencia, para desempeñar dignamente los deberes que tenéis con los alumnos, importa mucho que vuestras obras les enseñen más aún que vuestras instrucciones: a fin de que, como sigue diciendo el mismo san Pablo a Tito: Sean las palabras irreprochables; a saber, no sólo sanas respecto de la doctrina, sino también indicio y efecto de vuestra virtud; con lo cual lograreis que aquellos a quienes instruís, según añade san Pablo, no tengan nada que oponer a cuanto les enseñáis viéndolo conforme con lo que hacéis (4).
¿Es ése vuestro modo de proceder? ¿No enseñáis a los discípulos algo que vosotros no cumplís? Cuando los invitáis a ser modestos, ¿lo sois primero vosotros? Cuando los recomendáis que oren con fervor, ¿lo hacéis vosotros también? ¿Tenéis con ellos la misma caridad que desearíais observaran ellos entre sí?
Obrando de este modo, seréis modelo de buenas obras en todo, principalmente en lo relativo a la doctrina.
Como vivís con vuestros Hermanos a tenor de las mismas reglas y siguiendo un género de vida en todo uniforme, os observan ellos de continuo; por tanto, debéis particularmente servirles de modelo en todo. Y como en comunidad es peligroso y perjudicialísimo el escándalo, tenéis que velar mucho sobre vosotros para no dar de él ningún motivo en los actos comunes que ejecutáis todos los días con los Hermanos, por miedo a las faltas que ellos pudieran cometer a causa de vuestro mal ejemplo.
Puede haber algunos débiles entre vosotros, a quienes vuestro proceder, poco conforme con las Reglas, y capaz de destruir el buen orden, podría causarles perniciosa impresión y darles pretexto para caer en la inobservancia. Por ese motivo afirma Jesucristo en el Evangelio que sería preferible nos ataran al cuello una rueda de molino y nos arrojasen al mar, antes que producir escándalo en el menor de los pequeñuelos que nos están encomendados (5).
¡Oh! ¡Palabra terrible para el alma que teme ofender a Dios y que otros le ofendan! Pensad a menudo que debéis ser modelo de inocencia y de fervor para los Hermanos; esto es, que debéis guardar todas las Reglas con exactitud, no sólo para emplear los medios de salvación que Dios os da, sino también para edificarlos a ellos.
La profesión que ejercéis os impone la obligación de frecuentar el mundo a diario; en él se espían hasta vuestras actitudes más insignificantes. Esto os ha de urgir a procurar por todos los medios ser dechado de toda clase de virtudes a los ojos de los seglares entre quienes debéis vivir.
Particularmente, habéis de edificarlos por la gravedad y modestia; pues si notaran en vosotros algún asomo de ligereza o desenvoltura, fácilmente se escandalizarían. Mientras que, si aparecéis ante ellos con exterior mesurado, os mostrarán mucha veneración.
Puede añadirse a lo dicho que, pues se juzga al hombre por su exterior, según asegura el Sabio (6), tan pronto como os vieran derramados exteriormente, deducirían que tenéis poca piedad y recogimiento. Al contrario, si mostráis por de fuera aspecto sencillo y grave, se con vencerán al punto de que vuestro interior está bien ordenado y de que hay motivo para suponer que os halláis en condiciones de educar a vuestros discípulos en el es espíritu del cristianismo.
Ponderad de qué importancia es para vosotros y para el honor de vuestro empleo, el mostraros exteriormente recatados, cuando tratáis la gente del siglo, si queréis edificarla.