lunes, 7 de octubre de 2019

AMEMOS Y RECEMOS EL ROSARIO. Homilía




Nuestra Señora del Rosario 2019
“Esta es la solemnidad de la gloriosa Virgen María, en la advocación de nuestra Señora del Rosario, de la raza de Abraham, de la tribu de Judá, de la ilustre estirpe de David.” En este primer domingo de octubre nos ofrece la Iglesia la posibilidad de celebrar la fiesta externa en honor a nuestra Señora la Virgen del Rosario, cuyo día litúrgico es el 7 de octubre.
¿Cómo vamos a dejar de celebrar a aquella que es Madre de Dios y Madre nuestra? ¿Cómo no vamos a ensalzar a aquella que es la Bendita entre todas las mujeres y que ha dado al mundo el fruto bendito de su vientre, Jesucristo, nuestro Salvador? ¿Cómo nos vamos a unirnos a la celebración de las generaciones de nuestros antepasados felicitando a la Virgen Inmaculada por las obras poderosas que Dios ha realizado en ella?
Corría el  año  1571, la cristiandad estaba en peligro. Las tropas turcas en su guerra de religión contra el cristianismo amenazaban con destruir la fe cristiana de Europa. Los reinos católicos se unen para hacerle frente. El Santo Padre San Pío V, de la orden domínica, se une a la defensa de nuestra fe y de la integridad cristiana de las naciones católicas. Confiando más en Dios que en las propias fuerzas militares, el Papa pide a la cristiandad el rezo del rosario. Desde los palacios, a las casas más humildes, de las ciudades a los pequeños pueblos y aldeas, los ancianos y niños, jóvenes y desde los claustros de los monasterios a los lugares de trabajo de las ciudades, se eleva al cielo el rezo del santo rosario. Todos se unen a este ejército espiritual de oración, para que Dios no abandone a su pueblo ante la invasión de la religión islámica.
Dios da la victoria a la cristiandad, y en acción de gracias, el Papa establece esta fiesta en honor a nuestra Señora del Rosario, nuestra Señora de la Victorias.
Una vez más, Dios se hace presente y actúa de forma portentosa en favor de aquellos que perseveran en oración junto con la Virgen María. Como en la Iglesia naciente, los cristianos de ayer y de hoy estamos llamados a reunirnos en el cenáculo en torno a la Virgen y perseverar con ella en la oración. Todos los días hemos de manifestar nuestra confianza y devoción a aquella que es Madre de Dios y Madre nuestra, y particularmente con la solemnidad requerida en sus fiestas  a lo largo del Año litúrgico.
La devoción a la Virgen forma parte esencial del misterio de nuestra fe cristiana. Querer ser cristiano sin la Virgen María es un error garrafal que nos aparta de Jesucristo y de la Salvación. No podemos prescindir de Aquella a la que Dios ha hecho imprescindible para la obra de la Encarnación y de la Redención.
Como hijos amante hemos de honrar a la Virgen Santísima, pues antes que nosotros y con amor infinito la ama Dios. Nadie, por mucho que amemos a la Virgen, seremos capaces de amarla más y mejor que el mismo Dios. Por tanto, aléjese de nosotros todo escrúpulo protestante de pensar que honrando a la Virgen, restamos gloria a Dios. Todo lo contrario, pues cuando honramos a la Virgen María y le rendimos culto de hiperdulía, adoramos y alabamos a Dios que ha hecho maravillas en su humilde esclava.
El rezo del rosario es una de las formas más excelentes de oración. Así lo expresa la Iglesia en su magisterio. ¡Más de 500 documentos han escrito los papas cantando sus virtudes y recomendando el rezo diario! “Santísima Devoción, la fórmula más eximia y más excelente de oración” –decía el Papa León XIII,
¿Por qué el rosario esta tan grande? ¿Por qué la Iglesia es lo que más estima después de la santa misa y el oficio divino? Porque cuando rezamos el Rosario nos unimos a la Virgen Santísima. Ella es Maestra de oración, porque ha sido la criatura que mayor grado de unión ha tenido con Dios en este mundo.
¡Cómo impresiona recordar las apariciones de la Virgen en Lourdes cuando nuestra Señora con el rosario en las manos invita y enseña a la joven santa Bernardita a rezar! Eso mismo, hace con nosotros, cuando tomamos el rosario en nuestras manos, y nos disponemos a meditar los misterios de la vida, pasión y gloria de su Hijo. Rezar el rosario es contemplar la vida de Cristo nuestro Señor con la mirada, el corazón, los sentimientos y afectos de su Madre, aquella que estuvo más cerca de él, aquella que compartió su voluntad de entregarse por amor al Padre y a sus hermanos los hombres.  
La Virgen siempre nos conduce a su Hijo y como en Caná de Galilea nos dice: Haced lo que él os diga. Obedeced a mi Hijo y tendréis vino nuevo. 
En la oración del rosario, como todas las otras devociones a la Virgen, nos unimos primeramente a su propio canto de alabanza, a su Magnificat. Rezando a la Virgen, rezando con la Virgen, glorificamos a Dios por las “maravillas” que ha hecho en ella, y por medio de ella, en la historia de la salvación, y en nuestra propia historia.  
Y al mismo tiempo, al rezar con María, Madre de la Iglesia, pedimos  su intercesión. A ella, Medianera de todas las gracias, confiamos nuestras súplicas para que como Madre amorosa nos ayude en nuestra peregrinación por este mundo. Hemos de confiar en el poder de la Virgen, como da testimonio la vida de los santos y como nosotros mismos seguro ya hemos experimentado. Nadie de los que haya acudido a ella e implorado su protección ha sido desamparado –argumenta confiado san Bernardo en su oración del Acordaos. Nadie ha sido desamparado, por eso nosotros hemos de acudir confiadamente, como el niño que sabe que en su madre tiene el refugio y el consuelo.
Mis queridos hermanos:
Amemos el rosario, recémoslo en familia, todos los días, como la Virgen ha pedido en sus apariciones en Lourdes y Fátima. El será fuente de bendiciones y de paz. La familia que reza unida, permanece unida.
Amemos el rosario, recémoslo y con él vendrá abundantes gracias espirituales y materiales sobre nosotros y los nuestros.
Amemos el rosario, recémoslo y tendremos la protección de aquella que Auxilio de los cristianos.
Amemos el rosario y no dejemos de rezarlo porque es signo de predestinación, nos veremos libres del infierno, se destruirán en nosotros los vicios, disminuirán los pecados y nos veremos libres de los errores de la herejía.
Sí. Amemos el rosario y veremos como nuestras almas crecerán en la virtud y en las buenas obras, y viviremos la santidad que Dios espera de nosotros.
Recemos el rosario devotamente y nos veremos libres de la desdicha, tendremos la muerte de los justos, conseguiremos la perseverancia en la fe y en la gracia.
Recemos el rosario y libraremos multitud de almas del purgatorio y de la condenación.
Amemos el rosario, y nuestras almas se verán saciadas, en las tentaciones hallaremos la paz y la fortaleza, en nuestra pobreza seremos socorridos, en nuestras tristezas consoladas.
 Amemos y recemos el santo rosario que tanto agrada a Nuestra Señora y siempre con humildad pidamos –como pide la Iglesia-: “Haznos, oh Virgen dignos de alabarte, danos fuerza contra el enemigo. Que así sea.”