martes, 1 de julio de 2025

LA DEVOCIÓN A LA PRECIOSA SANGRE DE CRISTO. MONSEÑOR STRAMBI

 


El Dios amabilísimo, que en medio de su justicia también hace brillar su infinita misericordia, cuántas veces en su ira ha querido que los hijos de los hombres sientan el terror de sus castigos, y ha dado también medios para apaciguar su ira y contener su atronadora diestra. Cum iratus fueris, misericordiæ recordaberis (En medio de tu ira, acuérdate de la misericordia. Hab 3,2): ya lo dijo el Profeta. Esto es muy claro en nuestros días. ¿Quién no sabe cuánto le irritan nuestros pecados? ¿Quién no ha visto y no ve siempre los signos de su justa ira? ¿Quién no teme que derrame cada vez más sobre nosotros el amargo cáliz de su ira? Ahora, para desarmar su brazo, ha despertado en los corazones de los fieles una afectuosa y tierna devoción a la preciosísima Sangre de su unigénito Hijo Divino, para que las almas rociadas con esta Sangre, ofreciéndola con fe viva y ardiente caridad a la Divina Majestad, se apacigüen y tengan misericordia de nosotros, como ocurrió precisamente en tiempos de Santa María Magdalena de Pazzi, quien mediante esta devoción apaciguó a Dios y contuvo sus rayos, como él mismo le reveló con estas palabras: “Ahora se cumple, oh hija, lo que estaba escrito: Cum iratus fueris, misericordiae recordaberis”, gracias a esta Sangre derramada por el Verbo Divino”. Y así, aquí hay almas piadosas dispuestas a practicarla, aquí hay ministros celosos del Santuario deseosos de promoverla, aquí hay obispos ejemplares que de diversas maneras la insinúan en sus diócesis, y el propio Sumo Pontífice Pío VII desearía que se grabara en los corazones de todos los fieles. Ahora bien, para que tan santos deseos se cumplan, se considera oportuno demostrar la excelencia de tal devoción y proponer algunas consideraciones y piadosos afectos que se realicen durante un mes entero dedicado por completo a su ejercicio, añadiendo algunos ejemplos que sirvan para despertar el corazón a la adoración y el afecto de esta preciosísima Sangre. Los méritos y la excelencia de tal devoción son bien reconocidos tanto por los oráculos de los Profetas que hablaron admirablemente de ella en el Antiguo Testamento, como por las figuras que precedieron al derramamiento de esta adorable Sangre, y por la incomparable preciosidad de este precio de nuestra Redención, y del lavamiento de las almas, y de los efectos que produce en los corazones; y finalmente de los abundantes frutos que se recogen de él. Y en cuanto a los Profetas, ¿qué más quiso hacernos entender el Señor a través de su fiel siervo y amigo, el santo Patriarca Jacob, sino la amorosa efusión de esta Sangre Divina, con la que Jesús habría lavado a la Iglesia que quería tomar como la esposa amada de su Corazón? Lavabit in vino stolam suam, et in sanguine uvae pallium suum (El que lava toda su ropa con vino, ¡con el zumo de las uvas! Gn 49, 11). Isaías profetizó esto cuando nos describió a nuestro amabilísimo Jesús herido y goteando Sangre viva —attritus est vulneratus est (traspasado y atormetado)— y cuando nos invita a extraer las aguas de la misericordia y la gracia en la alegría del corazón de las fuentes inagotables del Salvador, que son sus sagradas y preciosas llagas: Haurietis aquas in gaudio de fontibus Salvatoris (Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la Salvación. Is 12, 3). Ésta es aquella fuente que el profeta Zacarías contempló en espíritu, y de la que dijo: In die illa erit fons patens domui David et habitantibus Jerusalem, in ablutionem peccatoris (En aquel tiempo se abrirá un manantial, para que en él puedan lavar sus pecados. Zac 13, 1).

La santísima sangre del Verbo Divino es una fuente que fluye abundantemente por toda la casa del verdadero David, es decir, por toda la Santa Iglesia, y que sirve para purificar las almas de las manchas de todos los pecados: de hecho, el profeta Miqueas la llama un vasto mar: «Deponet iniquitates nostras,. et projiciet in profundum maris omnia peccata nostra.» (Sepultará nuestras iniquidades y echará a lo profundo del mar todos nuestros pecados. Miq 7,19). Y en cuanto a las figuras y símbolos que la precedieron, ¿no era un símbolo de la purísima sangre de Jesús, la sangre del inocente Abel derramada por su cruel hermano Caín y aquella sangre del Cordero que marcó las casas de los judíos allí en Egipto, para que estuvieran exentos de la matanza del ángel exterminador? ¿Y qué más simbolizaba toda la sangre de las víctimas de la antigua alianza, sino la sangre del Cordero Inmaculado, que en la plenitud de los tiempos sería derramada en expiación por los pecados del mundo entero? Y por eso ha sido siempre contemplada en espíritu por los Patriarcas, los Profetas y todos los justos, y siempre ofrecida al Trono de Dios por la Fe de los herederos, que por los méritos de la Sangre de Jesús han sido salvados, de donde se puede decir que esta devoción es tan antigua como antigua es la Iglesia, y que durará mientras dure la Iglesia misma, y ​​nunca puede faltar, pues éste es el sello precioso del nuevo y eterno Testamento según las santísimas palabras de Jesucristo. Hic est enim Calix Sanguinis mei novi, et æterni Testamenti, (Este es el cáliz de mi sangre, del nuevo y eterno testamento), que nunca dejará de ofrecerse, nunca dejará de purificar las almas en la remisión de los pecados, ni dejará de implorar misericordia, hasta que Jesús regrese al mundo al final de los tiempos como justo remunerador para recompensar a quienes se aprovecharon de esta Sangre, y como Juez inexorable para castigar a quienes no la aprovecharon para su salvación eterna.

La incomparable preciosidad de este tesoro, ¿quién puede comprenderla con la mente, quién puede expresarla con palabras? Basta decir que es LA SANGRE DEL VERBO HUMANO; por eso San Juan Crisóstomo la llamó la salvación de las almas. Sanguis Christi, salus animarum. La llave de los tesoros celestiales, como dijo el doctor angélico Santo Tomás: Sanguis Christi, lavis paradisi. Oro preciosísimo de infinito valor, como lo expresó San Ambrosio: Bonum aurum Sanguis Christi. Trompeta que hace resonar con fuerza la misericordia y la clemencia, como la oyó San Bernardo: Sanguis Christi quasi tuba exaltat vocem suam. Dulce imán que atrae los corazones, como lo llamó la Seráfica Santa María Magdalena; precio de nuestra Redención, purificación de nuestras almas, prenda y garantía de la vida eterna.

¿Y cuáles serán entonces los efectos beneficiosos que tal devoción producirá en nosotros? Ciertamente, todos aquellos por quienes Jesús se dignó derramarla pueden obtener de ella inmensos, preciosos e imperecederos beneficios. En esta Sangre, el pecador encuentra confianza para convertirse, el justo encuentra consuelo para perseverar en el bien; en virtud de esta Divina Sangre, obtenemos la remisión de los pecados, la victoria en las tentaciones, la fuerza para vencer al enemigo infernal y los auxilios eficaces de la gracia para ser constantes en el amor de Dios hasta la muerte, inflama en los Apóstoles el celo por la gloria de Dios, inflama el amor de los mártires, sostiene el valor de los confesores, consuela a las vírgenes en la penitencia, custodia el lirio blanco de la pureza, y puede decirse que todo el bien que las almas obtienen proviene de esta preciosísima Sangre.

San Juan Crisóstomo, imbuido de profunda veneración e inflamado de amor por Jesús y su adorable Sangre, describe esta dulce y benéfica Sangre como un río que baña la tierra, la fecunda y la adorna con árboles de diversas virtudes, cada uno de los cuales produce sus propios frutos a su tiempo.

Santa Gertrudis vio fluir de las santísimas llagas de Jesús, como de un manantial vivo, caudalosos ríos de la divina Sangre; por lo que le parecía que el paraíso terrenal estaba bañado y fecundado por esas aguas cristalinas que fluían de un manantial caudaloso donde, en aquel lugar de inocentes delicias, los árboles siempre estaban verdes, la dulzura de los frutos siempre dulce, y los frutos por doquier en gran abundancia; así, por el poder de la Sangre del Señor, todos los que recorrieron el camino de la salvación y el cielo florecieron en la virtud.

Y ¡oh! con qué consuelo se llenan todo el día, y cuánto progresan en la perfección las almas que a menudo se acercan a esta fuente de vida, qué abundantes y copiosos frutos extrae su espíritu de ella, qué dulzura y dulzura de paraíso difunde en los que confían en ella, qué fuerte estímulo para toda buena obra, qué fácil hace la práctica de la virtud, cuántas gracias se obtienen del trono del divino Padre por quienes a menudo la ofrecen por sí mismos y por la salvación de los demás. ¡Oh!, pues, ¡preciosísima Sangre de Jesús! ¡Oh! ¡Querida, amadísima Sangre! ¡Cómo se inflama el corazón por amar a ese Jesús que la derramó! Vacate, et videte, quoniam ego sum Deus (Descansad y ved que yo soy Dios. Salmo 45, 11), parece decirlo Jesús crucificado, herido, lacerado, atormentado, goteando sangre por todas partes. Dios de infinita Majestad -como explica Belarmino- derrama su Sangre por nosotros en medio de sus tormentos... ¡Y oh! ¡con qué amor la derrama! Este amor, sí, este amor, decía Santa Catalina de Siena, es lo que hay que contemplar bien para encenderse en la santa caridad, y sin esa consideración permaneceremos fríos... Un amor grande, profundo, inmenso, ferviente, generoso, constante, más que todo fuego supremamente operante.

En resumen: por esta Sangre hemos sido redimidos de la esclavitud del demonio, liberados del infierno, purificados del pecado, convertidos en hijos de Dios, herederos de un reino eterno. Por esta Sangre que brota de las llagas del Señor, como de fuentes de vida nos llegan todas las gracias, cuya plenitud se encuentra en Jesús, pues quien nos dio la Sangre del Hijo, con la misma Sangre nos lo ha dado todo. No es de extrañar, pues, que por esta Sangre recibamos también gracias temporales, que comparadas con las espirituales son como un poco de arena. Pero ¡oh!, ¡cuánto me asombra ver en el mundo, en tantas almas, la poca devoción, el poco afecto, la poca gratitud que se tiene por esta Sangre vivificante y amorosa! ¿Quién piensa en ella? ¿Quién da gracias? ¿Quién suspira de amor? ¡Oh! Vosotras, almas devotas de la adorable Sangre de Jesús, venís a consagrar un mes entero al más humilde y afectuoso homenaje hacia esta Divina Sangre, como los israelitas que marcaron sus puertas con la sangre del Cordero, no sintieron los golpes del Ángel exterminador; así vosotros, rociados y marcados en la mente y en el corazón por la Sangre del Cordero Inmaculado, alejaréis los azotes de la Divina Justicia merecidos por nuestros pecados.

 

EVANGELIO DEL DÍA: AL INSTANTE SALIÓ SANGRE Y AGUA

1 de julio
PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Rito Romano 1962

EVANGELIO

Continuación del Santo Evangelio según San Juan.

Jn 19, 30-35

En aquel tiempo:  cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis.

TEXTOS DE LA MISA Fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. 1 de julio.

COMENTARIOS AL EVANGELIO

EL LAGAR DE LA PASIÓN. Homilía