23 DE MAYO
SAN ANDRÉS BOBOLA
JESUITA Y MÁRTIR (1592-1657)
DÍA 12 de marzo de 1622. Fecha memorable en los fastos de la Compañía de Jesús. Mientras en Roma son elevados a los altares Ignacio de Loyola y Francisco Javier, en Vilna sube las gradas del altar otro jesuita santo: Andrés Bobola.
Oriundo de una familia de rancio linaje, pródiga en santos y capitanes, nace en un castillo del Palatinado de Sandomir —Polonia— con gérmenes de patriotismo y santidad, y con un ansia irreprimible —así, en abstracto— de conquista, que, más tarde, se concretará en un ideal nobilísimo, broche áureo de sus timbres ancestrales.
Muy niño, inicia sus estudios en el Colegio jesuítico de Sandomir, brillando entre sus condiscípulos por su raro ingenio, por su señorío natural de la mejor ley, por su piadosa vida, por su conducta ejemplar. En las aulas madura su vocación a la Compañía de Jesús, en cuyo Noviciado de Vilna entra el 2 de julio de 1611, a los diecinueve años de edad.
Terminados los estudios de Filosofía y Teología, Andrés Bobola —el «ladrón de almas», como le llamarán acertadamente los cismáticos— hace los primeros ensayos apostólicos en el Colegio de Brunsberg, con toda la impaciencia y fuego de su sangre joven y pura. El fruto no es menguado: una vieja estadística nos habla de miles de confesiones, de la conversión de diez herejes, veinte ateos y treinta y cuatro cismáticos. Y más opimo será cuando riegue con su sangre la santa semilla de toda una vida consagrada por entero al apostolado; a un apostolado casi temerario.
Al frente de la iglesia de Nieswiez y de la Congregación Mariana de Acadérnicos, adquiere gran celebridad. Los superiores le nombran entonces director del Colegio de Bobruisk —en Rusia Blanca— pero Andrés, viendo mermadas sus posibilidades para entregarse con celo y eficacia a las tareas apostólicas, pide y obtiene la renuncia. Y se consagra definitivamente a la vida de misionero, en la que persevera por espacio de veintidós años.
Durante este tiempo recorre infatigablemente todas las provincias de Polonia. Su acción es universal: nada se escapa a su celo, a su diligencia, a su caridad de padre, a su rectitud de juez. Es un hombre probado, hecho a vencer imposibles. Ya en tres ocasiones memorables —1625, 1630 y 1633—, con motivo de las terribles epidemias, ha mostrado su temple recio, su caridad gigante. Se le ha visto ir de pueblo en pueblo a través de incómodos caminos, penetrar en los míseros tugurios, enterrar a los muertos, asistir a los apestados con paternal providencia, buscar la salud de los cuerpos y, sobre todo, la de las almas. No se ha ahorrado sacrificios.
Ahora las dificultades han aumentado: por una parte, sus ruidosas conversiones le atraen la enemiga de los cismáticos„ aunque no les da ni siquiera el consuelo de notar en su conducta el más leve desliz, porque sus caminos son rectos e inviolados; por otra parte, la herejía ha empezado a resquebrajar la unidad nacional. Todo son partidismos y contiendas sangrientas. Fanáticas bandas de Cosacos nómadas y forajidos, instigadas por los herejes, se han transformado en cruzados del cisma.
Andrés Bobola reside habitualmente en Pinsk, una de las ciudades más castigadas por las hordas de Bogdan Chmialnicki. Siempre le han gustado los puestos de avanzada. Precisamente, aquí y en Janow es donde más frutos ha Cosechado el «ladrón de almas». Y donde más ha sufrido también.
— ¡Brujo, brujo! —gritan los chiquillos cuando le ven pasar.
El misionero, que ama extraordinariamente a los niños, tiene que soportar cómo estas criaturas, excitadas por sus enemigos, le apedrean, le insultan, le silban y le dicen palabrotas. Es uno de sus mayores tormentos.
En mayo de 1657 una banda de Cosacos entró en Pinsk a sangre y fuego.
Nuestro Santo sería una de las víctimas. Al ser sorprendido camino de Janow, se entregó sin resistencia, pronunciando estas palabras: «¡Hágase la voluntad del Señor!»
— ¿Eres sacerdote católico? —le preguntan con dureza.
— Sí; en esta fe nací y en ella quiero morir, porque es la verdadera.
El bárbaro jefe da comienzo al inaudito martirio del santo Misionero, descargando su espada sobre él. Andrés la desvía con la mano derecha, que queda colgando. Un nuevo golpe le cercena un tobillo y lo derriba bañado en sangre. Los dulces ojos del Mártir se clavan en el cielo, húmedos de piedad. De sus labios brota esta admirable profesión de fe:
— Creo y confieso que existe un solo Dios, una sola. Iglesia y una sola Fe católica, revelada por Jesucristo y predicada por los Apóstoles. Como ellos, muero contento por defenderla.
Un soldado le hunde el puñal en un ojo; otro le desuella parte de la cabeza; otro le corta las orejas y la nariz; otro le arranca la lengua por la nuca; otro le introduce astillas debajo de las uñas; otro le arranca la piel de las espaldas; todos le abrasan con teas encendidas. Y el jefe, a la postre, le abre las puertas del cielo de un sablazo brutal.
Sí; el cuerpo del Mártir quedó horriblemente descuartizado; pero su alma... ¡ah!, su alma voló a las moradas luminosas donde reinan para siempre la piedad y el amor.
Andrés Bobola fue beatificado por Pío XI, el 17 de abril de 1938, juntamente con San Juan Leonardo y San Salvador de Horta