viernes, 8 de enero de 2021

PLEGARIA EN EL DÍA DE LA EPIFANÍA. Dom Próspero Gueranguer

PLEGARIA EN EL DÍA DE LA EPIFANÍA.

Dom Próspero Gueranguer

También nosotros venimos a adorarte, oh Cristo, en esta regia Epifanía que reúne hoy a tus pies a todas las naciones. Nosotros seguimos la huella de los Magos; porque hemos visto también la estrella y hemos acudido. ¡Gloria a ti, Rey nuestro!, a ti que dices en el Cántico de tu abuelo David: “He sido entronizado Rey sobre Sión, sobre el monte santo, para anunciar la ley del Señor. El Señor me dijo que me daría los pueblos por herencia, y un Imperio hasta los confines de la tierra. Comprended, pues, ahora ¡oh reyes! ¡Enteraos los que gobernáis el mundo”! (Salmo II)

Pronto dirás, oh Emmanuel por tu propia boca: “Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra” (San Mateo XXVIII); y algunos años más tarde, todo el universo te estará sujeto. Jerusalén se estremece ya; tiembla en su trono Herodes; y se acerca el momento en que los heraldos de tu venida, van a anunciar a toda la tierra, que acaba de llegar el que era esperado. La palabra que ha de someterte al mundo está ya para salir; como un vasto incendio se propagará por todas partes. En vano tratarán de detener su curso los poderosos de la tierra. Un Emperador, propondrá al Senado, como último recurso, colocarte con toda solemnidad entre los dioses que vienes a derribar; otros pensarán que es posible abatir tu dominio, asesinando a tus soldados. ¡Inútiles empeños! Día vendrá en que la señal de tu poderío adornará las banderas pretorianas, en que los Emperadores vencidos pondrán a tus pies sus diademas, en que la orgullosa Roma dejará de ser la capital del imperio de la fuerza, para convertirse para siempre en el centro de tu imperio pacífico y universal.

Hoy vemos ya despuntar la aurora de este día maravilloso; tus conquistas comienzan hoy; ¡oh Rey de los siglos! Desde el fondo del Oriente descreído llamas a las primicias de esa gentilidad que tenías abandonada, y que en adelante va a formar parte de tu herencia. No habrá ya distinción entre el Judío y el griego, entre el Escita y el bárbaro. Durante muchos siglos, la raza de Abrahán fue tu predilecta; en adelante lo seremos nosotros, los Gentiles; Israel fue sólo un pueblo, y nosotros en cambio somos numerosos como la arena del mar y como las estrellas del cielo. Israel vivió bajo la ley del temor; la ley del amor fue reservada para nosotros.

Desde el presente día comienzas, oh divino Rey, a desechar a la Sinagoga que desprecia tu amor; hoy, en la persona de los Magos aceptas como Esposa a la Gentilidad. Pronto esta unión será proclamada en la cruz, desde la cual extenderás los brazos hacia la multitud de los pueblos, volviendo la espalda a la ingrata Jerusalén. ¡Oh alegría inefable la de tu Nacimiento, pero más inefable aún la de tu Epifanía, en la que nos es dado, a nosotros los hasta aquí desheredados, acercarnos a ti y ofrecerte nuestros dones, viéndolos aceptados, oh Emmanuel, por tu clemencia!

¡Gracias sean, pues, dadas a ti, oh Niño omnipotente, “por el inefable don de la fe” (II Cor., IX, 15) que nos traslada de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz! Mas, haz que comprendamos siempre la magnitud de tan magnífico presente, y la santidad de este gran día en que has hecho alianza con toda la raza humana, para llegar con ella a ese sublime matrimonio de que habla tu elocuente Vicario, Inocencio III: “matrimonio, dice, que fue prometido al patriarca Abrahán, jurado al rey David, realizado en María al hacerse Madre, y en el día de hoy, consumado, confirmado y publicado: consumado en la adoración de los Magos, confirmado en el Bautismo del Jordán, y publicado en el milagro de la conversión del agua en vino.” En esta fiesta nupcial, en que tu Esposa la Iglesia a penas nacida, recibe ya los honores de Reina, cantaremos, oh Cristo, con el entusiasmo de nuestros corazones, esa sublime Antífona de Laudes, en donde los tres misterios se funden tan maravillosamente en uno solo, el de tu Alianza con nosotros: Hoy se une la Iglesia al celestial Esposo: son lavados sus pecados por Cristo en el Jordán; acuden los Magos a las regias bodas, llevando consigo presentes; se cambia el agua en vino y se alegran los convidados. Aleluya.