domingo, 31 de agosto de 2025

1. LA SOBERBIA. MES A LA VIRGEN DE LAS MERCEDES

DÍA PRIMERO

LA SOBERBIA ES ABORRECIBLE A DIOS

 

 MES 
en honor de
 N. S. DE LAS MERCEDES

Padre Antonio Pastor Codesal, OP

 

ORACIONES PARA INICIAR

Y FINALIZAR CADA DÍA

 

Oración primera para todos los días

 

Por la señal…

 

ORACIÓN

Santísima Virgen María, el dulce y consolador título de Nuestra Señora de las Mercedes manifiestamente nos dice cómo es de compasivo vuestro Corazón y de poderoso vuestro auxilio.  Pues echad sobre nosotros una mirada de compasión; ved nuestras almas con tantas cadenas de vicios y pecados; nuestra vida con tantas angustias y tribulaciones, sed Redentora de nuestras vidas y de nuestras almas, y; alcanzadnos la merced de vivir cristianamente, de morir santamente, de reinar gloriosamente en el cielo. Amén.

 

Se lee lo propio para cada día.

 

DÍA PRIMERO

MEDITACIÓN

LA SOBERBIA ES ABORRECIBLE A DIOS

 

La soberbia es apetito desordenado de la propia excelencia; deseo de dignidades, honores y alabanzas sobre nuestro merecimiento; independencia y rebeldía para con nuestros Superiores.

Soberbia fue el pecado de Lucifer en el cielo, negándose a servir a Dios, soberbia es el pecado de nuestros primeros padres en el paraíso, negándose a obedecer a Dios.

Tienen soberbia los que no creen en Dios, ni reconocen sus beneficios; los que no admiten nada sobre la humana razón; los que creyendo en Dios no creen en Jesucristo, enviado por Dios; los que creyendo en Jesucristo, no  creen en la Santa Iglesia fundada por Jesucristo; los que creyendo en la Iglesia, no creen en el ministerio de los sacerdotes ordenados y consagrados por la Iglesia; los que se engríen despreciando a sus hermanos, por los cuales ha derramado su Sangre nuestro divino Redentor.

Para castigar la soberbia de Lucifer, Dios lo echó al infierno con los ángeles rebeldes; para castigar la de Adán y Eva, los echó del Paraíso y los condenó a sufrimientos que pesan sobre toda la humanidad; para castigar la soberbia de los hombres confundió su lenguaje en la torre de Babel; a todo lo soberbio le llegará su humillación y castigo.

El Espíritu Santo nos dice por Tobías: “nunca permitas que la soberbia tenga señorío sobre tus pensamientos, sobre tus palabras; porque de ella tomó principio nuestra perdición”. (C. IV. 14).

EJEMPLO

Cuenta el P. Auriema que una humilde pastorcita preparó con muchas economías un manto para la imagen de la Santísima Virgen que estaba en una Ermita del monte, a donde iba con frecuencia llevándole ramos de flores. 

Sucedió que yendo un día de viaje dos religiosos vieron acercarse un grupo de doncellas distinguidísimas, y una mucho más que las otras. Los religiosos preguntáronles quiénes eran. Respondió la más distinguida: “yo soy la Madre de Dios que voy con estas vírgenes a visitar a una pastorcita en agonía, la cual siempre me ha honrado y visitado mucho”. Y diciendo esto desaparecieron. (S. Alfonso María Ligorio, Glorias, c. 10).


Oración final para todos los días

 

Santísima Virgen de las Mercedes, Madre queridísima y Reina soberana de mi corazón. Yo os consagro en este día todo mi ser y os pido mercedes para todas mis necesidades. Os consagro mi inteligencia para que Vos la iluminéis con la lumbre de fe viva; os consagro mi corazón para que Vos lo gobernéis con la dulce y segura fuerza de vuestro amor; mi cuerpo y mis sus sentidos para que para que Vos los guardéis de obras malas; os consagro mi vida, para Vos la conduzcáis por los caminos de Dios; que son los del cielo y la eterna dicha. 

Y humildemente os pido mercedes para todas mis necesidades; la merced de vuestro poderoso auxilio contra los tres mortales enemigos del alma: mundo, demonio y carne; las pompas del mundo, las tentaciones del demonio, y las malas inclinaciones de la carne; y finalmente la perseverancia en la Divina Gracia para salvarme.

Quiero vivir y morir en la dulce y dichosa esclavitud de vuestro amor. No me abandonéis, oh mi amada Virgen de las Mercedes; guiadme en la vida, asistidme en la muerte y recibidme en la gloria. Amén. 

 

Tres Avemarías para que la Virgen María, Redentora de cautivos, nos libre del cautiverio de los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne, y nos conceda la gracia que le pedimos.

Avemaría... (x 3)

1 DE SEPTIEMBRE. SAN GIL O EGIDIO, ANACORETA Y ABAD

 


01 DE SEPTIEMBRE

SAN GIL O EGIDIO

ANACORETA Y ABAD (+HACIA EL 721)

HAY en la vida rasgos decisivos que, a semejanza de esas pinceladas geniales de los grandes artistas —recordad la leyenda del Cristo de Velázquez—, pintan un carácter y definen una personalidad. La imagen clásica de San Gil —acariciando con una mano el cuello de una cierva, y levantando la otra, atravesada por una flecha— representa, sin duda alguna, uno de estos rasgos clave.

La escena evocada por la bendita imagen tiene sabor de dorada leyenda. Ante ella —poesía y bondad, o poesía de la bondad— diríase que pierden color las' demás facetas del Santo: su brillante ingenio, sus milagros innúmeros, sus virtudes excelentes, su inimitable régimen anacorético y monacal. ¿Sabéis por qué? Porque es la pincelada maestra que pone de relieve la exquisitez de sentimientos de un corazón y la finura de un espíritu selecto; porque significa la perfección en el detalle, la grandeza de lo pequeño, piedra de toque donde se revelan las grandes almas. Para el historiador Julio Kerval, simboliza el papel benéfico de la Iglesia, que defiende la debilidad y protege la inocencia.

Veamos, pues, el origen de los atributos iconográficos con que tradicionalmente se representa a San Gil.

Será el año 673. Cerca de Nimes —en el Valle Flaviano— vive un santo anacoreta, entregado al ejercicio de una ascesis sublime: oración infatigable, penitencia heroica, indeclinable vigilia, angélica contemplación. Por vecinos, las fieras; por bebida, el agua de una fuentecilla; por alimento, la leche de una mansa cierva que diariamente le envía la Providencia. Si lo vierais, diríais que por su alma ha pasado ya la ráfaga divina, en deliquios de mística recepción de los carismas celestiales. Más de una vez, el estruendo de las armas ha turbado su silencio meditativo, pero él ni siquiera ha tratado de inquirir la causa. Al lector quizá le interese saber que en aquellos alrededores vivaquea el ejército de Flavio Wamba, que ha venido de España paras sofocar la rebelión del Conde Halderico. gobernador de Nimes.

Un día, el Rey organiza una cazata. Casualmente —digamos providencialmente— la jauría acierta a descubrir la cierva amiga del anacoreta, la cual, al verse acosada, corre a refugiarse cabe su cariñoso protector. Mas, he aquí que, mientras éste la acaricia tiernamente y pide al Señor la libre de la muerte, una flecha, disparada a la buena ventura por entre los matorrales, viene a clavarse en su mano. El lance, de apariencia insignificante, aunque de original belleza, impresiona tan vivamente el corazón del Rey, que cae a los pies del varón de Dios, diciendo: «Si este hombre es capaz de exponer su vida por salvar la de un animal, ¿qué no hará por la salvación de los hombres?». Y le suplica, por todos los Santos del cielo, salga de aquel escondrijo y vaya a derramar por el mundo las mieles de su corazón.

Gil —pues no es otro el anacoreta— se resiste, La humildad que le trajo hace muchos años a la soledad, le impide ahora abandonarla. i Qué! ¿Acaso no ha renunciado para siempre a las glorias humanas? Si el Rey supiese quién es él y por qué está allí...

Lo supo y quedó asombrado.

Gil es ateniense, descendiente de sangre real. Escritor y maestro, brilló entre los sabios por su ciencia. ED virtud los superó a todos. Desde muy temprano, sintió el atractivo de las cosas divinas y enderezó sus pasos por el camino de la santidad. El don de milagros fue su recompensa. Una vez le pidió limosna un pobre enfermo. Gil le regaló su preciosa túnica. Ponérsela y quedar sano, fue lo mismo. Cuando murieron sus padres, se apresuró a cumplir el consejo evangélico, repartiendo sus bienes entre los necesitados. Perseguido por la fama, vino a las Galias. En el viaje calmó una tempestad. San Cesáreo —obispo de Arlés— le tomó los votos, y así comenzó su vida anacorética, bajo la dirección de un santo ermitaño —Veredemo— que luego fue obispo de Aviñón. Gil ganó pronto las cimas de la unión mística. Las gentes le descubrieron, le pidieron milagros, y de la santidad de sus manos cayeron prodigios como lluvia de rosas... Esto era más de lo que podía sufrir su humildad. Y, espantado de sí mismo, vino a sepultarse a este valle...

Pero la tremenda contradicción que existe entre sus propósitos de retiro y los derroteros que la divina Providencia le señala, acaba de ponerse una vez más de manifiesto. Wamba funda el monasterio de «Valle Flaviano», y el Santo acepta el báculo abacial, para no violentar al divino querer. Pronto el raudal de su efusión caritativa rebasa el área conventual y, en una u otra forma, trasciende a todas las esferas de la sociedad. Y no sólo en Francia. sino también en España. En los montes catalanes de Nuria —término de Carlos— se venera todavía la gruta milagrosa que habitó San Gil. La persecución de Witiza le obliga a volver a las Galias.

Sobre su encuentro con Carlos Martel —de que habla la leyenda — existe también una escena iconográfica en que aparece San Gil ante un altar, mientras un ángel le dirige estas palabras: «ægídii mérito Caroli peccata dimitto: por los méritos de Gil, perdono los pecados del rey Carlos».

Se ignoran las circunstancias de su muerte. Debió de pisar los umbrales eternos con la naturalidad de un ángel…

DUODECIMO DOMINGO DESPUES DE PENTECOSTES. Dom Prospero Gueranger

 


DUODECIMO DOMINGO DESPUES DE PENTECOSTES
Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger

 

Fuimos introducidos en la vida espiritual por medio del Sacramento del Bautismo, y nos convertimos en soldados de Cristo con el Sacramento de la Confirmación. La fiesta de Pentecostés celebra la eficacia de ambos sacramentos, con sus gracias y frutos dados por el Espíritu Santo. Y la Iglesia, hoy, nos llama a cumplir con los deberes que nos impone la caridad.

MISA

El Introito comienza por el bello versículo del Salmo 69: ¡Oh Dios, ven en mi ayuda; apresúrate, Señor, a socorrerme! Casiano, en su conferencia décima, enseña cómo este grito del alma conviene a todos los estados, y responde a todos los sentimientos. Durando de Mende lo aplica a Job en la presente circunstancia, puesto que las lecturas del Oficio de la noche, sacadas del libro en que se narran sus pruebas y padecimientos, coinciden, aunque raramente, con este Domingo. Ruperto ve en él con preferencia, los acentos del sordomudo, cuya misteriosa curación fué, hace ocho días, objeto de nuestras meditaciones. "El género humano, dice, se hizo en la persona de nuestros primeros padres sordo a los mandatos de su Creador, y mudo para cantar sus alabanzas; el primer movimiento de su lengua desatada por el Señor, es para invocar a Dios. Ese es también el primer grito de la Iglesia por la mañana, y su primera expresión en las horas del día y de la noche.

INTROITO

Oh Dios, ven en mi ayuda: señor, apresúrate a socorrerme: sean confundidos y avergonzados mis enemigos, los que buscan mi vida. — Salmo: Sean derrotados, y cubiertos de afrenta: los que quieren mi mal. V. Gloria al Padre.

 

Ya hemos dado la razón por la que, con frecuencia, la Colecta de las Misas del Tiempo después de Pentecostés tiene alguna relación con el Evangelio del Domingo precedente. La oración que sigue se presta a esa conexión. Hace ocho días, el Evangelio nos recordaba que el hombre, inhábil desde poco ha, para el servicio de su Creador, habiendo recobrado por la divina bondad sus aptitudes sobrenaturales, se expresa correctamente desde entonces en el lenguaje de la alabanza: loquebatur recte. La Iglesia, partiendo de esta conclusión del sagrado relato, dice:

 

COLECTA

Omnipotente y misericordioso Dios, de cuyo don procede el que tus fieles te sirvan digna y laudablemente: suplicámoste hagas que corramos sin tropiezo a la consecución de tus promesas. Por nuestro Señor.

 

EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Corintios. (2." III, 4-8).

Hermanos: Tenemos tal confianza con Dios por Cristo: no porque podamos pensar algo por nosotros como de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia viene de Dios, el cual nos ha hecho idóneos ministros del Nuevo Testamento, no de la letra, sino del espíritu: porque la letra mata, pero el espíritu vivifica. Si, pues, el ministerio de la muerte, grabado con letras sobre piedras, fue glorioso, de tal modo que los hijos de Israel no podían mirar el rostro de Moisés, por la gloria de su cara, que había de acabar: ¿cuánto más glorioso será el ministerio del Espíritu? Porque, si el ministerio de la condenación fue tan glorioso, mucho más glorioso aún es el ministerio de la justicia.

 

EL MINISTERIO NUEVO ESTÁ SOBRE EL ANTIGUO.- Cuando San Pablo hizo la apología del ministerio cristiano, sus enemigos le acusaron en seguida de haber hecho orgullosamente su propia apología. El se defiende. No reivindica para sí otro mérito sino el de haber sido el dócil instrumento de Dios. Esto es lo que deberán ser siempre los predicadores y misioneros del Evangelio. Saben bien que el éxito de su apostolado depende de la humilde obediencia con que dejen a Dios obrar en ellos y por ellos. No van en busca de su propia gloria, sino de la de Dios.

El haber sido proclamada de este modo su humildad, no obsta absolutamente nada para que el ministerio con que Dios ha investido a los Apóstoles, sea tenido por ellos a grandísima honra. Pues este ministerio, a pesar de lo que digan ciertos fieles de Corinto muy impresionados por las argucias de los judíos, es mayor y más glorioso que el del mismo Moisés. El, en efecto, trae la nueva ley, completamente llena del Espíritu de Cristo, de este Espíritu Santo vivificador y santificador, que procura que cada fiel se adentre en la familia de las tres Personas divinas. El mensaje de Moisés, por el contrario, aunque trajo al mundo una grandísima esperanza, no era, con todo eso, sino letra muerta. Moisés no promulgó sino ritos materiales, prohibiciones y condenaciones que no podían abrir a nadie el cielo.

Sin duda alguna, Moisés fué asimismo un fiel instrumento de Dios. Y para dar crédito a la autoridad divina de su ministerio, Dios no le dejó nunca sin un signo visible: siempre que Moisés entrabá en el tabernáculo para conversar cara a cara con Dios y recibir las órdenes de la ley antigua, salía con el semblante resplandeciente de luz, de suerte que después de haber transmitido el mensaje divino, debía cubrirse con el velo para no deslumhrar al pueblo Mas, fundándose en este milagro, no podría tomarse ningún argumento para ensalzar el ministerio de Moisés sobre el ministerio de los Apóstoles. Pues no se pueden medir estas dos Alianzas con la misma medida: la nueva Alianza sobrepasa infinitamente a la antigua, y, si bien es cierto que la gloria del ministerio apostólico es diferente de la del ministerio mosaico, con todo eso, necesariamente es mucho mayor.

 

LA GLORIA DE AMBOS MINISTERIOS.- Por lo demás, la gloria que resplandecía en la faz de Moisés, era de tal naturaleza que, lejos de probar la superioridad de su ministerio sobre el de los Apóstoles, por el contrario demostraba su irremediable inferioridad. San Pablo tiene empeño en decirlo para no dejar asidero a ninguna objeción, y esto lo hace en los versículos que siguen inmediatamente a los de la Epístola de este Domingo doce.

Ciertamente que el ministerio de Moisés estaba aureolado con una luz divina tan poderosa, que debía cubrirse con un velo para no deslumhrar los ojos del pueblo. Mas este velo, recuerda San Pablo, tiene otro significado. Moisés cubríase el rostro con él, "¡para que los hijos de Israel no viesen desaparecer este resplandor pasajero!" Así como la misma ley que promulgaba, era pasajera, del mismo modo lo era la gloria que tenía por fin darla crédito: este era un resplandor precario, momentáneo. No era sino una figura de la gloria, verdadera, durable, sustancial y eterna de aquellos que habían de anunciar una alianza que no terminará, una ley de caridad que nunca pasará. El ministerio cristiano no goza en este mundo de un resplandor visible; pero imita y prosigue el ministerio de Cristo en las pruebas, persecuciones y humillaciones, con el fin de conseguir la salvación del mundo. ¿No es suficiente esto, aun a pesar de las apariencias, para demostrar que es sobreabundante y eternamente glorioso?

He aquí una gran lección para los fieles, los cuales no deben olvidarse de rodear de respeto y de honor a quienes Dios ha escogido para que les anuncien, en su nombre, las palabras de salvación. Con frecuencia, son poco conocidos del mundo. Mas a los ojos de la fe están rodeados de resplandor mayor aún que el del rostro mismo de Moisés.

 

LA CONTEMPLACIÓN.- Se podría sacar otra lección de esta bella Epístola. Moisés es, en el caso, imagen de la oración contemplativa y de sus maravillosos efectos. El privilegio de que sólo él fué dotado en la antigua alianza, de poder conversar con Dios cara a cara y de verse inundado de su resplandor, puede obtenerlo todos los días el simple fiel en la nueva alianza. Si queremos, seremos, en efecto, "como Moisés cuando conversaba con el Señor y vivía junto a El. Todos nosotros leemos con libertad, en el espejo del Evangelio, la gloria y perfecciones del Señor. Podemos mantener por completo nuestra alma en la asidua contemplación de esta belleza. ¡Oh dulce maravilla! Presupuesto nuestro consentimiento en las renuncias previas, esa belleza sobrenatural del Señor, ya de suyo atrayente, resulta también activa; y con la asiduidad de nuestras miradas interiores, llega a invadirnos y transfigurarnos. Dícese de ciertos mármoles, que con el tiempo, fijan en sí la luz y se hacen fosforescentes bajo la acción del sol. Nuestra alma no es tan dura como el mármol; y en efecto, mientras la ley es impotente, he aquí que a fuerza de mirar al Señor, nuestra vida se une a El más estrechamente; se baña en su resplandor y sufre su acción secreta; de día en día y de escalón en escalón, se acerca cada vez más a su belleza, como llevada hacia Cristo por el soplo del Espíritu de Cristo"

El género humano, sacado de su mutismo secular y colmado al mismo tiempo con los dones divinos, canta en el Gradual el agradecimiento que de su corazón rebosa.

 

GRADUAL

Bendeciré al Señor en todo: tiempo su alabanza estará siempre en mi boca. V. En el Señor se gloriará mi alma: óiganlo los mansos, y alégrense.

Aleluya, aleluya. V. Señor, Dios de mi salud, de día y de noche clamo a Ti. Aleluya.

 

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Lucas. (X, 23-37).

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis. Porque os aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron: y quisieron oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron. Y he aquí que un legisperito se levantó, tentándole y diciendo: Maestro, ¿qué haré para poseer la vida eterna? Entonces Él le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lo lees? El, respondiendo, dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con todo tu entendimiento: y al prójimo como a ti mismo. Y díjole: Bien has respondido: haz eso, y vivirás. Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Y, respondiendo Jesús, dijo: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de los ladrones, los cuales le despojaron: y, habiéndole herido, se marcharon, dejándole medio muerto. Y sucedió que un sacerdote bajó por el mismo camino: y, habiéndole visto, pasó de largo. E igualmente un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Mas un samaritano que viajaba, pasó cerca de él: y, habiéndole visto, se movió a compasión. Y, acercándose, vendó sus heridas, derramando sobre ellas aceite y vino: y, poniéndole en su jumento, le llevó a una posada, y tuvo cuidado de él. Y, al día siguiente, sacó dos denarios y se los dió al hospedero, y le dijo: Cuida de él: y, todo cuanto gastares, yo te lo pagaré cuando vuelva. ¿Cuál de estos tres te parece a ti que íué el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Y él dijo: El que tuvo compasión de él. Y díjole Jesús: Vete y haz tú lo mismo.

 

EL MANDAMIENTO DEL AMOR.- "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo." La Iglesia, en la Homilía que hoy presenta, como de costumbre, a sus fieles, sobre el texto sagrado', no extiende su interpretación más allá de la pregunta de aquel doctor de la ley: basta con demostrar que, según su modo de pensar, la última parte del Evangelio, aunque más larga, no es sino una conclusión práctica de la primera, según esta expresión del Apóstol: La fe obra por medio de la caridad2. Y, efectivamente, la parábola del buen Samaritano, que por otro lado, tiene tantas aplicaciones del más elevado simbolismo, no fué expuesta por los labios del Señor, en su sentido literal, sino para destruir perentoriamente las restricciones que habían hecho los judíos en el gran precepto del amor. Si toda perfección se halla condensada en el amor, si ninguna virtud produce sin él su fruto para la vida eterna, el amor mismo no es perfecto si no se extiende también al prójimo; y en este último sentido, sobre todo, dice San Pablo que el amor es el cumplimiento de la ley y que es la plenitud de toda ella2. Porque la mayoría de los preceptos del Decálogo, se refieren directamente al prójimoJ, y la caridad debida a Dios, no es perfecta sino cuando se ama juntamente con Dios a lo que El ama, es decir, aquello que hizo a su imagen y semejanza. De suerte que el Apóstol, no distingue, como lo hace el Evangelio, entre los dos preceptos del amor, pues osa decir: "Toda la ley está contenida en estas palabras: Amarás a tu prójimo como a ti mismo".

 

EL PRÓJIMO.- Pero cuanto mayor es la importancia de este amor, tanto mayor es también la necesidad de no equivocarse acerca del significado y extensión de la palabra prójimo. Los judíos no consideraban como tales sino a los de su raza, siguiendo en ello las costumbres de las naciones paganas, para quienes los extranjeros eran enemigos. Mas he aquí que interrogado por un representante de esta ley mutilada, el Verbo divino, autor de la ley, la restablece por entero. Pone en escena a un hombre que sale de la ciudad santa, y a un Samaritano, el más despreciado de los extranjeros enemigos y el más odioso para un habitante jerosolimitano. Y, con todo eso, por la confesión del doctor que le interroga, como indudablemente de todos los que le escuchan, el prójimo, para el desdichado caído en manos de los ladrones, no lo es tanto en este caso el sacerdote o el levita de su raza, como el extranjero Samaritano, que, olvidando los resentimientos nacionales, ante su miseria, no ve en él sino a su semejante. Convenía decir que ninguna excepción podía prevalecer contra la ley suprema del amor, tanto aquí abajo como en el cielo; y que todo hombre es nuestro prójimo, a quien podemos hacer o desear el bien, y que es nuestro prójimo todo aquél que practica la misericordia, aunque sea Samaritano.

 

El Ofertorio está sacado de un pasaje del Éxodo en que Moisés aparece luchando con Dios para salvar a su pueblo después de la erección del becerro de oro, y triunfando de la cólera del Altísimo. Es posible que este Domingo caiga en el día en que la Iglesia hace memoria en el Martirologio del Caudillo hebreo (4 de septiembre); y esta es la razón, según Honorio d'Autun, de la mención reiterada que se hace hoy de este glorioso legislador de Israel.

 

OFERTORIO

Oró Moisés delante del Señor, su Dios, y dijo: ¿Por qué te enfureces, Señor, con tu pueblo? Mitiga la ira de tu alma: acuérdate de Abraham, de Isaac, y de Jacob, a quienes juraste dar una tierra que mana leche y miel. Y se aplacó el Señor, y se arrepintió del mal que dijo iba a hacer a su pueblo.

 

En la Secreta se pide al Señor que acepte las ofrendas del Sacrificio, que nos merecerán perdón y darán gloria a su nombre.

 

SECRETA

Suplicárnoste, Señor, mires propicio las hostias que presentamos en los santos altares: para que, alcanzándonos a nosotros el perdón, den honor a tu nombre. Por nuestro Señor.

 

Lo mismo que hace ocho dias, la Antífona de la Comunión alude evidentemente al tiempo de la siega y de la vendimia. El pan, el vino y el aceite, no solamente son el sostén de nuestra vida material, sino que también son la materia de los más augustos sacramentos; en ninguna ocasión podría caer mejor su alabanza, en la boca del hombre, que al terminar el banquete sagrado.

 

COMUNIÓN

Del fruto de tus obras, Señor, se saciará la tierra: para que saques pan de la tierra, y el vino alegre el corazón del hombre: para que brille el rostro con el óleo, y el pan conforte el corazón del hombre.

 

La vida que nos viene de los sagrados Misterios, encuentra en ellos, por la desaparición, cada vez más señalada, de las reliquias del mal que causó nuestra muerte, su perfección y defensa. Esto es lo que expresa la oración de la Iglesia en la Poscomunión.

 

POSCOMUNIÓN

Suplicárnoste. Señor, hagas que nos vivifique la santa participación de este Misterio, y nos sirva a la vez de expiación y defensa. Por nuestro Señor.

 

Fuente: GUERANGER, Dom Prospero. El Año Litúrgico. Burgos, España. (1954) Editorial Aldecoa.