miércoles, 1 de junio de 2022

1 de junio. Santa Ángela de Mérici, virgen

 


1 de junio. Santa Ángela de Mérici, virgen

Ángela de Mérici, nacida de padres piadosos en Desenzano, diócesis de Verona, cabe el lago de Garda, en los estados de Venecia, desde su infancia guardó el lirio de su virginidad, que había determinado conservar siempre. Aborreciendo la vanidad femenina, no perdonó medio de hacer desaparecer la hermosura de su rostro y de su espléndida cabellera, a fin de agradar tan sólo al celestial Esposo de las almas. Huérfana en la adolescencia, animada del deseo de una vida más austera, intentó huir a un lugar désierto, pero se lo impidió un tío suyo, procurando practicar en su casa lo que no pudo hacer en la soledad. Y así, usaba con frecuencia del cilicio y de las disciplinas, no comía carne sino en sus enfermedades, no tomaba vino más que en las fiestas de Navidad y Resurrección, y muchos días no probaba alimento. Dedicada a la oración, sólo dormía breve tiempo sobre el duro suelo. Conoció que el demonio en forma de un ángel en forma de luz trataba de engañarla, le ahuyentó, y abrazando el hábito y la regla de la tercera Orden de San Francisco, juntó la pobreza evangélica al mérito de la virginidad.

No descuidó la piedad con el prójimo; daba a los pobres cuanto le sobraba de lo que para su alimentación había mendigado. Se complacía en servir a los enfermos. Recorrió muchos lugares rodeada de fama de santidad, consolando a los afligidos, reconciliando a los enemigos y sacando a los pecadores de los vicios. Con frecuencia se alimentaba del pan de los Ángeles, objeto de sus deseos; atraída hacia Dios con ardor de caridad, muchas veces se la veía en éxtasis, privada de los sentidos. Recorrió los santos lugares de Palestina, perdiendo en este viaje la vista al desembarcar en Candía, y recobrándola a su regreso; se libró milagrosamente de las manos de los bárbaros y de un naufragio. En tiempo del papa Clemente VII, acudió a Roma, para venerar la piedra de la Iglesia, y conseguir el perdón del jubileo. Habiéndole hablado el Papa, adivinó su santidad e hizo de ella grandes elogios; y únicamente después de reconocer que el cielo la llamaba a otra parte, permitió que marchase de Roma.

De vuelta a Brescia, se instaló cerca de la iglesia de Santa Afra, e instituyó allí, por orden de una voz celestial oída en una visión, una nueva congregación de vírgenes bajo una disciplina especial y una regla muy santa; y puso este instituto bajo el patrocinio y advocación de Santa Úrsula, invicta capitana de una legión de vírgenes. Cerca ya de morir, predijo que su congregación tendría vida perenne. Siendo ya casi septuagenaria y rica en méritos, voló al cielo el día 27 de enero del año 1540. Su cadáver, expuesto por 30 días, se mantuvo flexible y conservó las apariencias de la vida. Luego fue depositado en el templo de Santa Afra, entre otras reliquias de santos, abundantes en aquel templo. Empezaron entonces a realizarse muchos milagros. Su fama se divulgó no sólo en Brescia y Desenzano, sino también en otras muchas partes, y el pueblo empezó a llamarla beata y a colocar su imagen sobre los altares; San Carlos Borromeo afirmó en Brescia, pocos años después de la muerte de la Sierva de Dios, que merecía ser inscrita en el catálogo de las santas Vírgenes por la Santa Sede. El culto que le tributaron los pueblos fue aprobado por varios obispos, y por muchos indultos de los Sumos Pontífices. El papa Clemente XIII, por solemne decreto, lo ratificó y aprobó. Por último, después de nuevos milagros debidamente comprobados, el papa Pío VII, en la solemne canonización que hizo en la basílica Vaticana el día 24 de mayo de 1807, la inscribió en el catálogo de las santas Vírgenes.

 

Oremos.

¡Oh Dios, que hiciste nacer en tu Iglesia, por medio de Santa Ángela de Mérici, una nueva congregación religiosa de mujeres!; concédenos, por su intercesión, vivir con pureza de ángel para que renunciemos a todo lo terreno que nos priva de las alegrías del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.