sábado, 9 de mayo de 2020

LA DESESCALADA DEL ESPÍRITU. Homilía


LA DESESCALADA DEL ESPÍRITU. Homilía
Domingo, 3 de mayo de 2020
Nos encontramos en el III domingo de Pascua.
Han pasado 4 semanas desde la solemnidad de la Pascua, 4 semanas desde que los catecúmenos recibieron el bautismo, y 4 semanas desde que nosotros renovamos solemnemente nuestro bautismo. Renunciamos a Satanás, a sus pompas y vanidades y renovamos nuestra profesión de fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Es primavera y toda la naturaleza exalta y canta a su Creador que la da vida y la renueva. El florecer de árboles y plantas es un espectáculo asombroso. La primavera manifiesta la fuente permanente de vida que es Dios.
La llama del Cirio Pascual sigue alumbrando y brilla en medio de nuestras celebraciones, como símbolo de Cristo Resucitado. La luz de su resurrección y del Evangelio ilumina la vida del bautizado. ¡Qué hermosamente se expresa esto en la candela entregada en el rito del bautismo!
La Iglesia sigue cantando con toda su fuerza el Aleluya Pascual, el canto de la victoria de Cristo sobre la muerte, el pecado, y el error. Canto que nos invita a cantar a nosotros también, a mantener en nosotros la alegría y la fuerza de la victoria de Cristo. “Aclama al Señor tierra entera, aleluya; cantad salmos a su nombre, aleluya, aleluya. Que grandiosas son tus obras.” Son las palbras del introito.
Pero la Iglesia es madre y maestra, y conoce el corazón humano como la madre conoce a su hijo solamente con oír su voz. “Nada hay más enfermo que el corazón del hombre, ¿quién lo entenderá? ¿quién lo conoce?”  -se pregunta  el profeta Jeremías 17, 9. “Yo el Señor escruto el corazón, sondeo las entrañas para dar a cual según su conducta, según el fruto de sus obras.”
La vida de la gracia recibida en el bautismo es un "tesoro" tal que tenemos que conservarlo y aumentarlo a lo largo de nuestra vida. Una gracia incomparable. Ni todas las riquezas del mundo juntas igualan el valor de la mínima porción de gracia que Dios nos pueda conceder.
La gracia del Bautismo y la vida nueva, la inocencia de haber sido lavados de nuestros pecados,  se simboliza con la túnica blanca que portan los bautizados. El sacerdote al revestirlo le dice: “Que puedas llevar limpia esta vestidura limpia y pura ante el tribunal de nuestro Señor para que tengas vida eterna.”
Pero, lo sabemos, lo dice la palabra de Dios: “Nada hay más enfermo que el corazón del hombre.” Y por ello, hemos de estar sobre aviso sobre nuestro corazón.
El bautismo ha borrado la culpa original, pero no la concupiscencia: la herida del pecado... todos sentimos el embate de las pasiones que luchan contra el espíritu. Todos tenemos la experiencia de que el camino del mal y del pecado se nos presenta como fácil, como ligero... incluso con un atractivo apetitoso… y como tantas veces el mismo bien no es presentado como dificultoso, cuesta arriba... como camino de renuncia y camino triste... es todo mentira, es una falsa ilusión. Pero la falta de luz, la falta de vida de oración, la falta de espíritu de discernimiento, nos llevas tras falsos bienes aparentes, despreciando los bienes verdaderos.
La primera alegría y entusiasmo del bautismo, de la fiesta de la pascua, de la renovación de nuestro bautismo puede venirse abajo! ¡Qué pasajeros son nuestros pensamientos y sentimientos!
Tantas veces quizás lo hayamos experimentado en otras situaciones como  ejercicios espirituales, charlas, retiros, peregrinaciones... Estas fueron una ocasión de encuentro con Dios, de sentirnos muy cerca de él, de arrepentimiento y de marcarse nuevos propósitos... Incluso estos días de la pandemia y de confinamientos han sido para muchos una ocasión de reflexión, de encontrarse nuevamente con Dios, de renovar su fe...
Pero la experiencia nos declara: Si esto, nuestros buenos propósitos, o la conversión se fundamenta solamente en un sentimiento, en nuestra voluntad, en un momento de fervor superficial, el fracaso está asegurado y la vida nueva recibida por la gracia se va al traste, porque “no hay nada más enfermo que el corazón del hombre.” Corremos el peligro de entrar en la desescalada del espíritu.
Fijaos en el comienzo de la epístola de san Pedro. Nos evoca el acto de renuncia del Bautismo: Absteneos, renunciad a los apetitos de la carne que combaten contra el alma. Los primeros cristianos como nosotros, experimentaron la lucha de las pasiones, sintetizadas en los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.
Por ello, en este III domingo de Pascua, la Iglesia pide en la colecta: “Oh Dios, da a todos cuantos profesan la fe cristiano que rechacen lo que se opone a este nombre y sigan tus mandamientos.” Pide el auxilio divino, porque hay posibilidad de que los cristianos sigamos aquello que se opone a nuestra condición de cristianos e incumplamos el decálogo.
Este domingo es una llamada de la madre Iglesia a sus hijos a perseverar en el don de la gracia recibida en el bautismo: “llevad una conducta digna para que los paganos viendo vuestras buenas obras glorifiquen a Dios.” –dice el Apóstol.

¿Cómo perseverar?
Desconfiar de nosotros y confiar en Dios.
Vigilancia y oración.
Examen continúo sobre nosotros.
Vivir en la humildad y pedir el don de la perseverancia.
Cuidar y acrecentar nuestra vida espiritual: sacramentos.
Evitar todo aquello que nos aparte de Dios.

“Vuestra tristeza se convertirá en gozo” -dice el Señor en el Evangelio. La vida cristiana es ascesis, renuncia, lucha continua... No es un camino fácil, sino estrecho. Como todo lo que vale la pena en esta vida, llegar a la santidad requiere poner todo nuestro ser en ello, ¡poner toda la carne en el asador! EL premio que se nos ofrece es de un valor superabundante ante el cual, todo podemos estimarlo basura... Nuestro Señor pone el ejemplo de la mujer que va a dar a luz: siente tristeza porque ha llegado su hora, pero cuando ve ya a su hijo, todo lo olvida.
“Vuestra tristeza se convertirá en gozo.” Es lo mismo que dice el apóstol san Pablo: "los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá:"

Hoy es el día de la madre. Ellas saben bien de renuncias, sufrimientos, perseverancia... felicitémoslas, recemos por ellas... respetémoslas cada día de nuestra vida porque “Quien honra a su padre expía sus pecados,  y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros.  Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos y cuando rece, será escuchado. Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor.”- nos dice la Sagrada Escritura.
Traigamos también ante el altar el drama que estamos viviendo por esta pandemia, tantos que ha muerto, familias desconsoladas, familias con necesidades materiales, sin trabajo...
Acudamos a la Virgen María, nuestra madre del cielo, para que interceda por nosotros. Pidámosle para cada uno de nosotros el don de la perseverancia y unidos en oración a ella, como los apóstolos, dispongámonos para recibir el Espíritu Santo.