sábado, 18 de agosto de 2018

ALLÍ LA VEREMOS, ALLÍ LE CANTAREMOS: SALVE VIRGEN, MADRE Y REINA



SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN 2018
Assumpta est Maria in caelum: Gaudent angeli, laudantes benedicunt Dominum
María ha sido elevada al cielo, los ángeles se alegran Y, llenos de gozo, alaban al Señor.
Día de fiesta, día de gozo y alegría: Hoy es la Asunción en cuerpo y alma a los cielos de nuestra Señora.
La Asunción es la Pascua de la Virgen: muerte, resurrección, asunción y coronación.
Un gran misterio que al celebrarlo en la Virgen, la primicia de la humanidad, nos anuncia y nos recuerda nuestra misma suerte y destino.
En la carta a los corintios, el Apóstol san Pablo reafirma la doctrina de la resurrección, pues había muchos que negaban esta verdad. Los griegos eran incapaces de aceptar que tras la muerte hubiese resurrección. Era una época muy parecida a la nuestra: el materialismo, el racionalismo, el hedonismo hacen al hombre incapaz de elevar su pensamiento y aceptar la verdad acerca de la vida eterna. Importa el ahora, y –contra toda razón- hemos dado a esta vida la categoría de vida eterna.  Pero esto se termina, lo creamos o no.
“Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe, inútil nuestra predicación” –dice el Apóstol-.
“Pero Él ha resucitado de entre los muertos: el primero de todos. Por medio de él Cristo todos volverán a la vida.”
Es esta verdad la que hoy celebramos en la Virgen María: Terminado el curso de su vida natural, Nuestra Señora sin experimentar la corrupción del sepulcro –pues es la Inmaculada, la única criatura sin mancha de pecado- es asociada a la resurrección de Hijo y con su cuerpo glorificado es llevada al cielo en cuerpo y alma y entrando en la eternidad de Dios como Princesa bellísima vestida de perlas y brocado enjoyada con oro de Ofir, coronada como Reina y Señora de toda la creación.
¡De qué forma más hermosa lo ve el Apóstol Juan cunado nos narra su Visión! Que imágenes tan elocuentes! Un gran prodigio apareció en el cielo: Una mujer vestida de sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas.
Hoy es asociada a la gloria de Jesucristo Resucitado aquella que dijo “sí” a la voluntad del Padre, que escuchó y puso por obra la Palabra de su Hijo, que fue dócil a la obra del Espíritu Santificador.
Hoy es asociada a la gloria de Jesucristo Resucitado aquella que permaneció al pie junto a la cruz del Redentor ofreciéndose junto con su Hijo por la salvación de los hombres.
Hoy es asociada a la gloria de Jesucristo Resucitado aquella que es fue constituida Madre de los hombres y de la Iglesia y que perseveró en la oración reuniendo en torno así a los discípulos de su Hijo.
Las palabras de Jesús: El que se humilla será enaltecido, se cumplen hoy en aquella que siguió el camino de la humildad, que se reconoció sierva y esclava del Señor. Hoy es ensalzada y exaltada por encima de toda la creación.

Queridos hermanos:
Lo que celebramos en la solemnidad de la Asunción es nuestro propio destino y al ver glorificada a la Madre de Dios y Madre nuestra nos alegramos de su gloria y de nuestra propia gloria futura a la que estamos llamados.
También nosotros, si aceptamos y hacemos la voluntad de Dios en nuestra vida gozaremos de la gloria de Jesucristo.
También nosotros, si confesamos nuestras culpas, evitamos el pecado y buscamos la vida de la gracia en los sacramentos y la vida de virtud, gozaremos de la gloria de Jesucristo.
También nosotros si perseveramos en la fe en medio de la prueba, el sufrimiento y la cruz, si sabemos devolver el bien por mal, si perdonamos al enemigo, obtendremos el perdón de nuestros pecados, gozaremos de la bienaventuranza eterna y seremos coronados con una corona de gloria que no se marchita.
También nosotros si somos constantes en la oración, si nuestro corazón busca llenarse de Dios y vaciarse de las cosas de este mundo, podremos gozar de la resurrección y entonar con María Santísima su mismo cántico: Magnificat anima mea.
Con santa Isabel y las todas las generaciones  ensalcemos y felicitemos hoy a María en su Asunción: Bendita tú entre las mujeres. Pidámosle que renueve nuestra fe en nuestra propia resurrección y que nos conceda el deseo del cielo. Presentémosle hoy nuestras peticiones y necesidades, y que al entrar en la presencia de su Hijo interceda por nosotros.
Ella ha sido glorificada al cielo, pero como Madre no está lejos de nosotros. Todo lo contrario. Atiende nuestras oraciones, vela sobre nosotros, nos protege del enemigo, y nos mire con ojos de misericordia.
Alentemos en nosotros el deseo que los santos tenían de llegar al cielo y gozar de la visión de Dios y poder verla a Ella obra perfecta de su amor. Allí la veremos, allí le cantaremos:

Salve, Virgen, Tú eres la gloria de Jerusalén,
Salve, Madre, tú la alegría de Israel,
Salve Reina, tú el honor de nuestro pueblo.