miércoles, 23 de abril de 2025

24 DE ABRIL. SAN FIDEL DE SIGMARINGA, CAPUCHINO Y MÁRTIR (1577-1622)

 


24 DE ABRIL

SAN FIDEL DE SIGMARINGA

CAPUCHINO Y MÁRTIR (1577-1622)

EN el Martirologio cristiano hay nombres. tan excelsos, que resaltan por sí solos con magnitud de estrellas, aun a pesar de nuestros torpes y premiosos trazos. Uno de ellos es el de Fidel de Sigmaringa —vida breve y fecunda, grabada con surcos de aguafuerte—, que aparece como el esforzado primer adalid, como el Protomártir, en la perspectiva del despliegue histórico de dos Instituciones beneméritas: la Orden Capuchina y la Sagrada Congregación de Propaganda Fide.

Año de gracia 1611. Juicio en la Audiencia de Ensisheim. El abogado defensor, don Marcos Rey —nuestro Fidel—, presenta tal copia de argumentos que hace inútil toda réplica. Indudablemente, defiende la justicia. Pero su opositor, a quien ha hecho poca gracia, le aborda al dejar la sala y le dice con descaró:

—Doctor Rey, así no hará usted fortuna. Cierto, las pruebas son irrecusables; más, ¿qué necesidad había de exponerlas en la primera sesión? El arte de la abogacía está en saber hacer a dos manos, sin lo cual poco nos aprovecharían nuestros afanes y desvelos. Claro, sois joven todavía; el tiempo moderará vuestro celo, vuestra llaneza de justicia.

Herido don Marcos en la fibra más sensible —en su rectitud—, replica:

—No; no es ese el papel prestigiante del arte forense. Nuestro sagrado deber consiste en proteger al inocente, en defender a la viuda y al huérfano oprimidos, evitándoles todo gasto inútil. No somos mercenarios, óigalo bien, sino siervos de la justicia. Quien no piense de esta manera, no merece el nombre de magistrado.

Esta es la escena providencial que determina la vocación definitiva de Marcos Rey, «el abogado de los pobres», como todos le llaman. Las torpes palabras de su rival le hacen meditar hondamente en la falacia del mundo; y decide derivar su vida hacia otros cauces más limpios y luminosos. En efecto: al año siguiente se ordena de sacerdote en la capilla episcopal de Constanza, y, poco después —4 de octubre de 1612— viste el humilde sayal franciscano. Al imponerle el nombre de Fidel, el Padre Guardián, como quien juega con las palabras, le recuerda esta promesa del Apocalipsis, cuyo sentido profético evidenciará el tiempo: «Sé fiel —o Fidel— hasta la muerte y te daré la corona de la vida».

Tiene ahora el Padre Fidel exactamente treinta y cinco años, y una historia limpia y santa. Es oriundo de la ciudad alemana de Sigmaringa, si bien sus padres lo son de Amberes. Pero, a fuer de apasionados católicos, han comprado su libertad religiosa con el destierro voluntario. Hasta los diecinueve años vive en este hogar, donde el fervor religioso tiene tonalidades ascéticas y por cuyas venas corre acaso la sangre ardiente de los Tercios de España. Así se forja su rectitud de acero, inaccesible a la tentación. Ingresa luego en la Universidad Católica de Friburgo, en la que se conquista en seguida el aprecio de condiscípulos y profesores por su gallarda presencia y noble continente, mas, sobre todo, por sus relevantes dotes morales y por su dignidad de excepción. Todos le llaman el filósofo cristiano. Más tarde, viaja por Europa, acompañando al Barón de Stotzingen, Y en 1611 —ya doctor en Filosofía y ambos Derechos— abre bufete en Ensisheim, donde tiene lugar la escena que motiva su entrada en religión.

El Padre Fidel es un verdadero hijo de San Francisco. No tiene ya nada propio. Si acaso, este hábito remendado, que le sienta como vestido de príncipe. Sus bienes los ha destinado íntegramente a costear becas para seminaristas pobres. Con razón puede exclamar: «He dado a Dios los bienes de la tierra y Él me da el reino de los cielos. ¿Puede haber permuta más ventajosa?».

Su divisa son estas palabras de Santa Catalina de Siena: «Glorifiquemos a Dios y trabajemos por el prójimo».

Superior de los conventos de Friburgo, Rheinfeld o Feldkirch es siempre el hombre trabajador, caritativo, penitente y pobre; el alma santa, eternamente insatisfecha de sí misma: a ¡Desventurado de mí —suele repetir— combato con flojedad a las órdenes de un Rey coronado de espinas! Pero donde halla su nota justa es en el apostolado. El amor que siempre ha tenido a la Religión se aviva con febril inquietud ante el peligro calvinista. Por eso —taumaturgo y profeta— recorre ciudades y pueblos —en el Vorarlberg austriaco—, lanzando la semilla evangélica con todo el ardor y la alegría de su hirviente juventud. No se adorna con las galas del foro. Su estilo —desnudo y ungido— lleva en sí mismo la alta fecundidad de las obras de Dios. Y se hace apóstol famoso. Entre sus célebres conversiones se cuentan la de una princesa y la del Barón de Hahen-Ems.

Un día, camino de Mayenfeld, dice el Padre Fidel a sus compañeros: «Dos cosas pido a Dios de corazón: pasar la vida sin ofenderle y derramar mi sangre por la Fe católica».

El Cielo escuchó su plegaria. Enviado por la Propaganda Fide —recién fundada por Gregorio XV— a misionar al país de los Grisones, poco tardó en atraerse la enemiga de los calvinistas, que juraron su muerte. Y así sucedió: una rúbrica solemne y decisiva de balas y puñales, puso fin glorioso a su vida redentora y santa.

Clemente XIV lo proclamó Apóstol de los Grisones y Protomártir de la Propaganda Fide.