18 DE ABRIL
SAN PERFECTO
PRESBÍTERO Y MÁRTIR (+850)
MEDIA el siglo IX. El fuego del martirio arde en España con llamaradas de gloria. En Córdoba, singularmente, la mozarabía oprimida eleva al cielo su heroica protesta de sangre contra la desatada intolerancia de los muslimes. Allí —en la Ciudad Califal— está el fastuoso y fanático Abderramán II; allí los cadíes astutos, los jerifes instigadores, los alfaquíes sin alma. Todos llevan manchados de sangre cristiana sus blancos alquiceles Y chilabas…
Asistimos a la bien llamada Segunda Era de los Mártires.
Uno de los héroes inmolados por la Fe en esta nueva y magnífica eflorescencia es Perfecto, émulo de Eulogio, de Fandila, de Félix y Digna, de Atanasio. de Leocricia, de Flora y María, de Benildis, de Columba, de Isaac, de Pomposa, de Áurea, de Elías, de Argimiro...; perfecto y limpio en todos los caminos, para ser fiel a su nombre.
San Eulogio —testigo y víctima de la terrible persecución sarracena en Córdoba y ornamento de la raza hispanolatina— nos da detalles y pormenores, tanto más estimables, cuanto que el encendido y vehemente estilo del Santo y la impresión enérgica y cercana bajo la cual escribe, impregnan sus páginas de un calor noble y de un patetismo impresionante. Él nos ayudará a ser fieles a la verdad histórica.
En la introducción a la vida de San Perfecto, pone solemnidad de rito y sabor de martirologio. Dice así:
«Reinando por siempre N. S. Jesucristo, el año de su Encarnación 850, de la Era —española— 888, del consulado de Abderramán, el 29, gimiendo la Iglesia ortodoxa bajo el durísimo yugo sarraceno, y hallándose en trance de muerte, nació —a la vida eterna— en Córdoba el presbítero Perfecto, de santa memoria, que fuera educado en la Basílica de San Acisclo, donde aprendió las disciplinas sagradas, distinguiéndose por su erudición literaria y sus conocimientos de la lengua arábiga».
Las seis iglesias cordobesas —San Acisclo, San Zoilo, los Tres Santos, San Cipriano, San Ginés Mártir y Santa Eulalia— conservaban todavía las respectivas escuelas, que mandara establecer el IV Concilio de Toledo. Todas ellas eran centros de fervor y estaban ungidas por el hálito sagrado y la vida inmaculada de los claros varones de la Fe: eran gimnasios de héroes...
En la escuela de San Acisclo —como nos acaba de decir San Eulogio— estudia Perfecto para mártir; y a fe que es discípulo aprovechado. Presenciemos, si no, el examen que le hace un grupo de muslimes en el barrio de la ajarquía.
— Oye, Perfecto —Perfecto es conocido en toda la Ciudad—, ¿qué nos dices de tu Cristo? Tu opinión es para nosotros muy estimable.
— ¿Qué voy a deciros? Lo de siempre: que Jesucristo es verdadero Dios y hombre, y que murió en la cruz para salvarnos a todos, a vosotros y a mí. —Bueno. Y de Mahoma, ¿qué?
— ¿Queréis que os diga lo que pensamos los cristianos de vuestro Profeta? Prometedme no llevarlo a mal.
— Te lo prometemos.
— Si es así, oíd: Mahoma es un falso profeta, un mentiroso, un adúltero, que os tiene embaucados. Mahoma es sinónimo de Satanás; es, pues, natural, que quiera arrojaros en el infierno. A él y a los que son como él alude el Evangelio, cuando dice: «Se levantarán falsos profetas que harán milagros capaces de seducir a los mismos elegidos».
La estratagema produjo el resultado apetecido. Perfecto había caído en el lazo. Sobre él pesaba ahora esta ley alcoránica: «Si algún cristiano entra en la mezquita, o dice mal del Profeta, tórnese moro o sea muerto»...
Han pasado unos días. Los corderos,
convertidos en lobos rapaces, han caído sobre el Presbítero de San Acisclo «como un enjambre irritado» —es la expresión de San Eulogio— y lo han llevado ante el Cadí.
— Mira, Nazar: ha blasfemado del Profeta.
— La ley es bien explícita: o apostata o muere —contesta el Cadí.
Y luego, dirigiéndose al Mártir:
— Dinos, ¿qué partido tomas?
Perfecto, en un momento de sorpresa, niega la acusación; más, puesto ante el terrible dilema, elige la muerte.
Queda fijada para el 18 de abril, que este año de 850 es la primera fiesta que sigue al Ramadán. Mientras tanto, el sacerdote, cargado de cadenas, es arrojado en una mazmorra inmunda, donde no entra el sol. Las tinieblas son luz para su alma: allí recobra la serenidad y, puesta la mira en Dios, se prepara al sacrificio con ayunos y oraciones.
— ¡Que traigan al blasfemo! —grita la turba fanática, congregada en el Campo de la Verdad—; queremos ver la sangre del perro cristiano.
El Santo apareció cantando un himno de fe y de amor a Jesucristo. Pero al Cadí le dijo:
— ¡Oh, Nazar, grande es tu poder, superior a todos los grandes del reino! Sobre él te levantas orgulloso hasta los cielos. No transcurrirá el año desde el día en que dictaste mi sentencia de muerte, hasta el de la tuya ignominiosa.
Perfecto, radiante de alegría, subió después al tablado —«como oveja que llevan al matadero»— y ratificó públicamente su confesión, mientras el verdugo le asía de los cabellos. Luego, el frío resplandor de un alfange aureoló la muerte del Mártir.
Su sangre es el canto de la fe de un pueblo y semilla de bendición para la Patria...