domingo, 19 de julio de 2020

NO TENÍA FRUTOS, PORQUE NO ESTABA EN EL CAMINO, SINO JUNTO AL CAMINO. San Jerónimo



VII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTES
COMENTARIO AL EVANGELIO
SAN JERÓNIMO
Y viendo de lejos una higuera, que tenía hojas... ¡Infeliz judío! «Dios es conocido en Judá, en Israel es grande su nombre». Esto ocurría una vez, en la época de los patriarcas, en la época de los profetas, pero ahora, aquel Dios, que por medio de Jeremías decía: «Yo soy un Dios cercano y no un Dios lejano», ahora ese mismo Dios se ha retirado de los judíos y los ve de lejos, aunque, sin embargo, se les acerca para salvarlos.
«Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas...»: hojas, no frutos, esto es, palabras, no significados, Escrituras, no entendimiento de las Escrituras.
Vio, pues, una higuera que tenía hojas. Siempre tiene hojas y nunca tiene frutos esta higuera, que estuvo ya en el paraíso. Adán en aquel tiempo cubrió sus vergüenzas, cuando pecó, porque la higuera tenía hojas. Esta higuera es la sinagoga de los judíos, que solamente tiene palabras y no entendimiento de las Escrituras.
Veamos lo que se ha escrito en otro lugar de esta higuera. En el Evangelio de San Lucas leemos: «había un cierto hombre —dice— que plantó una higuera en su viña. Y cuando vino y buscó fruto en ella, dijo al labrador: es ya el tercer año que vengo aquí en busca de fruto y no lo hallo. Déjame y la cortaré». «Déjame». Lo mismo que cuando Dios dice a Moisés: «Déjame, y acabaré con este pueblo...». ¿Nadie te retiene y dices déjame? En realidad, cuando tu dices «déjame», estás pidiendo al labrador que te retenga. «Déjame, y la cortaré. Es ya el tercer año que vengo y no hallo fruto.» La primera vez vine con Moisés en la ley; la segunda vine en los profetas; por último, he venido personalmente por mí mismo, y no hallo fruto. Esta higuera no está plantada entre las espinas, no está plantada fuera, sino en la viña de la casa de Israel. Y observo una cosa nueva. Las espinas de los gentiles dan uvas, mientras que la higuera no da higos. «Es ya, dice, el tercer año que vengo, y no hallo fruto. Déjame, y la cortaré.» El labrador, invitado de este modo, comprendió que podía retener al Señor, si se lo pedía. Se lo pide, y ¿qué dice? «Déjala aún por este año que la cave y la abone, a ver si da fruto...». ¿Y entonces qué? Nada dice. Si no da fruto entonces, dice, vendrás y la cortarás. El labrador suplica, y el Señor hace lo que había estado deseando. Estoy diciendo una cosa nueva. El Señor, al que se le ha hecho la súplica, pasa por alto que lo habría hecho, aunque no se lo hubieran pedido. «Déjala, dice, aún por este año.» En efecto, inmediatamente después de la pasión del Salvador, no fue destruida Judea: se le dieron cuarenta y dos años, para hacer penitencia. Aquí se trata de un solo año, es decir, de un tiempo breve, pero significa que se le da lugar para la penitencia. El labrador la cava y la abona. ¿Quiénes son estos labradores? Los apóstoles, que la cavaron y la abonaron, pero la higuera no dio frutos. Mas fijaos en lo que dice el mismo labrador: «A ver si da fruto...» No añade nada más. No dijo: déjala o no la dejes, tenla en tu viña o abandónala. Nada de esto dijo. «A ver si da fruto...» Es como decir: yo no sé lo que ocurrirá en el futuro, lo dejo a tu arbitrio. Porque no dijo: esta higuera ha de permanecer en la viña. Si hubiera dado fruto, Israel no hubiera permanecido en Judea, sino que hubiese sido incorporado a la Iglesia de los gentiles. Mas como no dio fruto, estamos viendo con nuestros propios ojos la higuera cortada: estas ruinas de piedra, que contemplamos, son las raíces de la higuera, que ha sido cortada.
¿Por qué hemos dicho todo esto? Hemos querido mostrar a partir de esta parábola cuál es esta higuera, de la que el Señor espera fruto. Vio, dice, una higuera, que tenía hojas: la vio a lo largo del camino, no en el camino, es decir, la vio en la ley, no en el Evangelio. Por ello, no tenía frutos, porque no estaba en el camino, sino junto al camino. Llega, pues, Jesús y busca fruto. Como la higuera no podía ir a él, va él a la higuera. Y llegándose a ella no encontró sino hojas. Igualmente hoy no encontramos en los judíos sino las solas palabras de la ley. Leen a Moisés, leen a Isaías, a Jeremías, y a los restantes profetas. Leen: «Esto dice el Señor», pero no entienden lo que dice.
Porque no era tiempo de higos. Esto constituye un gran problema. «Porque no era tiempo de higos.» Alguien podrá decir: si no era tiempo de higos, no hubo culpa por parte de la higuera por no tener fruto. Y si no hubo culpa por su parte, no fue tampoco secada justamente, «porque no era tiempo de higos». Esta higuera tenía hojas, pero no tenía frutos. «No era tiempo de higos.» El apóstol interpreta este pasaje en la carta a los Romanos: «No quiero que ignoréis, hermanos, que el endurecimiento vino a una parte de Israel, hasta que entrase la plenitud de las naciones. Cuando haya entrado la plenitud de las naciones, entonces todo Israel será salvo.» Si el Señor hubiera encontrado frutos en esa higuera, no hubiera entrado primero la plenitud de las naciones. Pero como entró esta plenitud de las naciones, todo Israel se salvará al final.