lunes, 1 de septiembre de 2025

2. LA HUMILDAD. MES A LA VIRGEN DE LAS MERCEDES

DÍA SEGUNDO

LA HUMILDAD ES GRATA A DIOS

 

 MES 
en honor de
 N. S. DE LAS MERCEDES

Padre Antonio Pastor Codesal, OP

 

ORACIONES PARA INICIAR

Y FINALIZAR CADA DÍA

 

Oración primera para todos los días

 

Por la señal…

 

ORACIÓN

Santísima Virgen María, el dulce y consolador título de Nuestra Señora de las Mercedes manifiestamente nos dice cómo es de compasivo vuestro Corazón y de poderoso vuestro auxilio.  Pues echad sobre nosotros una mirada de compasión; ved nuestras almas con tantas cadenas de vicios y pecados; nuestra vida con tantas angustias y tribulaciones, sed Redentora de nuestras vidas y de nuestras almas, y; alcanzadnos la merced de vivir cristianamente, de morir santamente, de reinar gloriosamente en el cielo. Amén.

 

Se lee lo propio para cada día.

 

DÍA SEGUNDO

MEDITACIÓN

LA HUMILDAD ES GRATA A DIOS

 

La humildad, como especial virtud, significa sujeción del hombre a Dios; y a los hombres, por Dios. (S. Th., 2-2 q 161 a 1). La humildad es sujeción razonable y ordenada, que no abate ni menoscaba la propia dignidad, antes al contrario, la fortalece y garantiza. Pues quien se humilla será ensalzado y quien se ensalza será humillado (S. Mt., XXVII, 11). El Señor nos dejó mandado que aprendiéramos de Él manso y humilde de corazón (S. Lc., C. VIII). La Santísima Virgen María cantó diciendo “porque miró la humildad de su esclava, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (S. Lc. 1, 38).  Por la humildad nos levantamos hasta Dios porque Dios resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes.

 

EJEMPLO

Refiere el P. Bovio que una mala mujer, llamada Elena, entró casualmente en una iglesia donde se predicaba del Santo Rosario. Debido a ésto compró ella uno, que empezó a rezar con muchas distracciones; pero al fin lo rezaba con devoción. Esto la llevó finalmente al confesionario, y un día la Santísima Virgen le habló desde una imagen ante la cual rezaba, y le dijo: “Elena, basta ya de ofensas; desde hoy muda de vida y yo te favoreceré”.

Así fue en efecto, y Elena murió en olor de santidad; algunas personas vieron que al morir su alma volaba directamente al cielo. (Id Ib C. 110)

 

Oración final para todos los días

 

Santísima Virgen de las Mercedes, Madre queridísima y Reina soberana de mi corazón. Yo os consagro en este día todo mi ser y os pido mercedes para todas mis necesidades. Os consagro mi inteligencia para que Vos la iluminéis con la lumbre de fe viva; os consagro mi corazón para que Vos lo gobernéis con la dulce y segura fuerza de vuestro amor; mi cuerpo y mis sus sentidos para que para que Vos los guardéis de obras malas; os consagro mi vida, para Vos la conduzcáis por los caminos de Dios; que son los del cielo y la eterna dicha. 

Y humildemente os pido mercedes para todas mis necesidades; la merced de vuestro poderoso auxilio contra los tres mortales enemigos del alma: mundo, demonio y carne; las pompas del mundo, las tentaciones del demonio, y las malas inclinaciones de la carne; y finalmente la perseverancia en la Divina Gracia para salvarme.

Quiero vivir y morir en la dulce y dichosa esclavitud de vuestro amor. No me abandonéis, oh mi amada Virgen de las Mercedes; guiadme en la vida, asistidme en la muerte y recibidme en la gloria. Amén. 

 

Tres Avemarías para que la Virgen María, Redentora de cautivos, nos libre del cautiverio de los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne, y nos conceda la gracia que le pedimos.

Avemaría... (x 3)

MES A LA VIRGEN DE LA MERCED PARA SEPTIEMBRE

 https://apostoladopiedadpopular.blogspot.com/2021/09/mes-de-la-merced.html

2 DE SEPTIEMBRE. SAN ESTEBAN, REY DE HUNGRÍA (979-1038)

 


02 DE SEPTIEMBRE

SAN ESTEBAN

REY DE HUNGRÍA (979-1038)

EN esta hora conturbada de la humanidad en que vivimos, de inconfesables manejos políticos, de odios y ambiciones, de inmoralidad descarada, de abierta o solapada persecución religiosa, resulta altamente confortativo para los espíritus rectos, poder fijar los ojos en la figura de este Monarca santo que —con la ley evangélica por norma —, sabe forjar un Imperio y depositarlo. a los pies de Cristo como dorada mies.

La biografía de San Esteban —«sin embargo de su hombría y de sus justos derramamientos de sangre»— rutila con gestos de la más delicada espiritualidad, de la piedad más alta y de la más entrañable caridad cristiana. Arquetipo del rey católico medieval, cuya proyección adquirirá su completa valoración. humana con San Fernando y San Luis; capitán bizarro y expeditivo que —suáviter in modo, fórtiter in me— disuelve coaliciones, siega en flor irritantes privilegios, o vence en abierta lucha; sabio gobernante que atiende a todo: a los problemas del pan, de la cultura y de la economía; prudente administrador de la justicia es, ante todo y, sobre todo, el apóstol santo, el Rey Apostólico —como le llamó el papa Silvestre II— que enciende hogueras de fe en medio de un pueblo bárbaro...

Descendiente de los belicosos hunos —en su rama magiar —, nace en Estrigonia, hacia el 979. La conversión del Duque Geiza, su padre, prepara la gran obra cristianizadora del hijo. Desde niño recibe éste la semilla de su futura santidad, depositada en su tierno corazón por su madre Sarolta, por su ayo — el piadoso Teodato, Conde de Italia—, y, especialmente, por San Adalberto, que lo bautiza a los diecisiete años. Uno más tarde muere Geiza, y Esteban es proclamado Duque de los húngaros. Aquí empieza para el hagiógrafo la faceta más interesante de su vida.

Al revés de su padre, que, aunque bautizado, se creía «bastante rico para adorar a todos los dioses juntos»; el joven Duque tiene plena conciencia de su Fe. Y obra en consonancia. Como persona privada, no quiere servir más que a un solo Señor: a Cristo; como ay, el punto básico de su ideario es hacer que le sirvan también todos sus vasallos, o sea: la cristianización de Hungría. Una gran victoria inicial —contía el Conde Zegzard—, pacificando el Reino, viene a secundar —feliz y providencialmente— tan apostólico programa de gobierno. En las postrimerías del año 1000, una legación magiar se presenta en Roma, con la misión de ofrecer un pueblo nuevo a la Iglesia, de alcanzar los poderes necesarios para la constitución eclesiástica del país y solicitar para su Duque el título de rey. La sorpresa y la alegría del papa Silvestre II son inmensas. El celo de la gloria divina le abre el corazón, que se derrama en concesiones y en mues: tras de paternal complacencia. «Yo soy el Apostólicus —dice en un arrebato de entusiasmo, pero Esteban merece el título de Apóstol, pues ha ganado para Jesucristo a la nación escogida de los húngaros». Y le envía una magnífica corona de oro. Poco después, el Duque y su esposa Gisela —hermana del emperador de Alemania, Enrique II el Santo— son consagrados y coronados solemnemente en Estrigonia.

Esta íntima unión con la Santa Sede robustece el poder del nuevo Rey y favorece sus triunfos. Vence al Príncipe de Transilvania, a los Duques Kean y Bratislao, y defiende con éxito los derechos de su hijo Emerico, que, muerto en la flor de la juventud, es hoy venerado en los altares. Pero, principalmente, la benevolencia romana infunde a Esteban nuevos entusiasmos en la fe, alienta su celo caritativo y proselitista y dilata el horizonte de su santidad y de sus posibilidades: Su obra civilizadora y misionera es sorprendente, maravillosa. Da a Hungría una legislación genuinamente cristiana; funda y dota diez sedes episcopales; levanta monasterios, iglesias, casas de beneficencia; consagra a la Madre de Dios su persona y Reino —que él llama «la familia de María»—, y edifica en Szekes-Fehervar una soberbia iglesia en honor de «la Señora». La dificultad es para el Santo Rey un acicate. Aborda los problemas más complicados con claridad y gallardía y sabe darles soluciones clarividentes; Aunque es serio, casi severo, posee un espíritu amplio y generoso. No le dominan las circunstancias, ni en la herejía de la acción prevarica. Antes que el rey, que el misionero, es el místico, el santo, que reza cada día con Salomón: «Envía, Señor, tu sabiduría desde el trono de tu grandeza, para que viva conmigo y trabaje conmigo y sepa en todo tiempo lo que es más grato delante de Ti». Suyos son estos principios de oro: «La piedad es la garantía de la salud del reino... El rey que no oye la voz de la misericordia es un tirano». Y da ejemplo. Sus familiares le han visto suspendido en el aire. Y dicen que una noche que salió a repartir limosnas por las chozas pobres, unos miserables, devorados por la codicia, le injuriaron y mesaron la barba. En el lecho de muerte, perdona a los traidores que han intentado asesinarle…

Este fue, a grandes rasgos, San Esteban. Y la Hungría católica de nuestros días, vanguardia de la civilización cristiana en el Este, la Hungría perseguida, pesadilla hoy del comunismo —como ayer de la herejía—, es un monumento imperecedero erigido a las virtudes de su Rey Apostólico, cuya actitud —siempre de perenne vigencia— cobra en la actualidad una fuerza impresionante...

2 DE SEPTIEMBRE. SAN ESTEBAN, REY DE HUNGRÍA (979-1038)

 


02 DE SEPTIEMBRE

SAN ESTEBAN

REY DE HUNGRÍA (979-1038)

EN esta hora conturbada de la humanidad en que vivimos, de inconfesables manejos políticos, de odios y ambiciones, de inmoralidad descarada, de abierta o solapada persecución religiosa, resulta altamente confortativo para los espíritus rectos, poder fijar los ojos en la figura de este Monarca santo que —con la ley evangélica por norma —, sabe forjar un Imperio y depositarlo. a los pies de Cristo como dorada mies.

La biografía de San Esteban —«sin embargo de su hombría y de sus justos derramamientos de sangre»— rutila con gestos de la más delicada espiritualidad, de la piedad más alta y de la más entrañable caridad cristiana. Arquetipo del rey católico medieval, cuya proyección adquirirá su completa valoración. humana con San Fernando y San Luis; capitán bizarro y expeditivo que —suáviter in modo, fórtiter in me— disuelve coaliciones, siega en flor irritantes privilegios, o vence en abierta lucha; sabio gobernante que atiende a todo: a los problemas del pan, de la cultura y de la economía; prudente administrador de la justicia es, ante todo y, sobre todo, el apóstol santo, el Rey Apostólico —como le llamó el papa Silvestre II— que enciende hogueras de fe en medio de un pueblo bárbaro...

Descendiente de los belicosos hunos —en su rama magiar —, nace en Estrigonia, hacia el 979. La conversión del Duque Geiza, su padre, prepara la gran obra cristianizadora del hijo. Desde niño recibe éste la semilla de su futura santidad, depositada en su tierno corazón por su madre Sarolta, por su ayo — el piadoso Teodato, Conde de Italia—, y, especialmente, por San Adalberto, que lo bautiza a los diecisiete años. Uno más tarde muere Geiza, y Esteban es proclamado Duque de los húngaros. Aquí empieza para el hagiógrafo la faceta más interesante de su vida.

Al revés de su padre, que, aunque bautizado, se creía «bastante rico para adorar a todos los dioses juntos»; el joven Duque tiene plena conciencia de su Fe. Y obra en consonancia. Como persona privada, no quiere servir más que a un solo Señor: a Cristo; como ay, el punto básico de su ideario es hacer que le sirvan también todos sus vasallos, o sea: la cristianización de Hungría. Una gran victoria inicial —contía el Conde Zegzard—, pacificando el Reino, viene a secundar —feliz y providencialmente— tan apostólico programa de gobierno. En las postrimerías del año 1000, una legación magiar se presenta en Roma, con la misión de ofrecer un pueblo nuevo a la Iglesia, de alcanzar los poderes necesarios para la constitución eclesiástica del país y solicitar para su Duque el título de rey. La sorpresa y la alegría del papa Silvestre II son inmensas. El celo de la gloria divina le abre el corazón, que se derrama en concesiones y en mues: tras de paternal complacencia. «Yo soy el Apostólicus —dice en un arrebato de entusiasmo, pero Esteban merece el título de Apóstol, pues ha ganado para Jesucristo a la nación escogida de los húngaros». Y le envía una magnífica corona de oro. Poco después, el Duque y su esposa Gisela —hermana del emperador de Alemania, Enrique II el Santo— son consagrados y coronados solemnemente en Estrigonia.

Esta íntima unión con la Santa Sede robustece el poder del nuevo Rey y favorece sus triunfos. Vence al Príncipe de Transilvania, a los Duques Kean y Bratislao, y defiende con éxito los derechos de su hijo Emerico, que, muerto en la flor de la juventud, es hoy venerado en los altares. Pero, principalmente, la benevolencia romana infunde a Esteban nuevos entusiasmos en la fe, alienta su celo caritativo y proselitista y dilata el horizonte de su santidad y de sus posibilidades: Su obra civilizadora y misionera es sorprendente, maravillosa. Da a Hungría una legislación genuinamente cristiana; funda y dota diez sedes episcopales; levanta monasterios, iglesias, casas de beneficencia; consagra a la Madre de Dios su persona y Reino —que él llama «la familia de María»—, y edifica en Szekes-Fehervar una soberbia iglesia en honor de «la Señora». La dificultad es para el Santo Rey un acicate. Aborda los problemas más complicados con claridad y gallardía y sabe darles soluciones clarividentes; Aunque es serio, casi severo, posee un espíritu amplio y generoso. No le dominan las circunstancias, ni en la herejía de la acción prevarica. Antes que el rey, que el misionero, es el místico, el santo, que reza cada día con Salomón: «Envía, Señor, tu sabiduría desde el trono de tu grandeza, para que viva conmigo y trabaje conmigo y sepa en todo tiempo lo que es más grato delante de Ti». Suyos son estos principios de oro: «La piedad es la garantía de la salud del reino... El rey que no oye la voz de la misericordia es un tirano». Y da ejemplo. Sus familiares le han visto suspendido en el aire. Y dicen que una noche que salió a repartir limosnas por las chozas pobres, unos miserables, devorados por la codicia, le injuriaron y mesaron la barba. En el lecho de muerte, perdona a los traidores que han intentado asesinarle…

Este fue, a grandes rasgos, San Esteban. Y la Hungría católica de nuestros días, vanguardia de la civilización cristiana en el Este, la Hungría perseguida, pesadilla hoy del comunismo —como ayer de la herejía—, es un monumento imperecedero erigido a las virtudes de su Rey Apostólico, cuya actitud —siempre de perenne vigencia— cobra en la actualidad una fuerza impresionante...