miércoles, 19 de noviembre de 2025

20 DE NOVIEMBRE. SAN FÉLIX DE VALOIS, FUNDADOR (1127-1212)

 


20 DE NOVIEMBRE

SAN FÉLIX DE VALOIS

FUNDADOR (1127-1212)

CUANDO Juan de Mata terminó sus estudios de Teología en París, allí por el año de 1185, ya gozaba fama de santo. Aquel prestigio de virtud tuvo sanción divina durante la solemne ceremonia de su primera misa, en que le fue revelado un destino excelso: la fundación de una Orden religiosa que había de personificar durante siglos la caridad cristiana, y que, en los designios de la Providencia, entraba dentro del amplio plan de renovación promovido y alentado por Inocencio III, aquel Juan Lotario di Segni, condiscípulo suyo, a quien un día había dicho: «Muy pronto te sentarás en la cátedra de Pedro».

Era una obra demasiado ambiciosa para los humildes deseos que le llevaran al altar. Mata tuvo miedo de sí mismo, y decidió consultar el caso con un célebre ermitaño que vivía en el bosque de Meaux y del cual se contaban cosas prodigiosas. Aquel ermitaño era Félix de Valois.

El Doctor y el Eremita se habían presentido mutuamente. A Félix le había dicho una voz: «Mírale, ahí viene». Era un encuentro tramado en el cielo, muy extraño según las cábalas humanas, punto de partida de la futura obra común. Se saludan y se cuentan sus vidas, cuyo relato es, para ambos, motivo de edificación y humildad. Juan — oriundo de una familia española— es natural de Falcón —Provenza—, y ha brillado en las aulas de Aix y en las cátedras de París. El día ocho de febrero hemos consignado su reseña biográfica. Cuando el Doctor termina de hablar, el Eremita hace un breve resumen de su historia. Es príncipe de sangre real, hijo de Raúl I, conde de Vermandois y de Valois, senescal de Francia, y de doña Leonor de Champagne y de Blois. Nace en el castillo familiar de Amiéns. En el Bautismo le imponen el nombre de Hugo, que él ha cambiado para mejor escondef su verdadera personalidad, pero con el que pasará a la historia. De sus primeros años dirá prodigios la leyenda. A la edad de tres, recibe la bendición de San Bernardo, y luego la del desterrado papa Inocencio II, a quien el Conde de Valois ofrece asilo en su castillo de Crépy. Entre sus primeros y más gratos recuerdos, ninguno como el de aquel día en que su tío materno, el Conde Teobaldo, da cauce a su innata caridad nombrándole limosnero mayor. Cabalgando juntos en cierta ocasión, les detiene el paso un leproso. Hugo desmonta y le da un abrazo. A poco, el mendigo, ya muerto, se le aparece para agradecérselo y prometerle su ayuda desde el cielo... Pero también hay en su vida recuerdos amargos. Su padre, llevado de una pasión criminal, repudia a Leonor en 1142. La excomunión de Roma cae sobre él. La Condesa' y su hijo abandonan el castillo maldito. Durante algún tiempo, Hugo vive en dulce compañía con los monjes de Claraval; más pronto los imperativos de la nobleza le obligan a trocar la paz monacal por la agitación cortesana. En Palacio es modelo de caballera cristiano. El año 1146 predica San Bernardo una Cruzada. El joven Valois se alista en el primer ejército expedicionario y lucha como un héroe. La Cruzada fracasa. Entonces, totalmente desengañado del mundo, hollando todos los respetos humanos y las exigencias de la naturaleza, desaparece de la escena pública y se retira a la soledad, en la que, durante cuarenta años, renueva el ascetismo y las maravillas de Antonio e Hilarión...

Juan se quedó con Félix en el desierto, y la ardorosa plática se renovó con frecuencia. Una tarde, sentados al pie de arcádica fuente, ven llegarse hacia ellos un ciervo, enarbolando entre sus astas una cruz roja y azul. Es la misma que viera Mata en la capilla de París. Aquel día nació la Orden de la Santísima Trinidad, para la redención de cautivos. Alentados por idénticos ideales, emprenden el camino de Roma —1198—. Allí les espera Inocencio III —el Juan Lotario de París— que, prevenido por el Cielo con la misma visión sobrenatural, los recibe conmovido y aprueba sus santos proyectos, diseñando él mismo el hábito de la nueva Orden y nombrando General a Juan de Mata. Todo se organiza con sabiduría. Las fundaciones se multiplican en diversos países; los soberanos las patrocinan; los primeros hermanos redentores empiezan a llegar a Europa con su precioso botín...

Juan de Mata se ha embarcado para Túnez. Félix; al frente del convento de Ciervofrío —emplazado en el lugar de la aparición del ciervo milagroso— forma nuevos apóstoles, predica la caridad, envía donativos y dinero. Querer contar estos años de trabajos, abnegaciones y prodigios sería una tarea llamada al fracaso. Dios premia sus virtudes con grandes favores celestiales, con visiones consoladoras en las que la Virgen se le muestra vestida con el hábito trinitario, en testimonio de lo grata que le es tan heroica obra...

La puesta de este sol maravilloso debía ser serena y majestuosa, pero al mismo tiempo incendiada de amores, presagio de alba sin fin. ¡Oh día feliz aquel en que troqué la Corte por el desierto! —decía el Santo al despedirse de este mundo—. ¡Bienaventuradas lágrimas y austeridades que hoy me conducen a la eterna felicidad!»… su último suspiro lo reservó para estampar en el crucifijo un apretado beso de amor. En el mismo instante de su muerte, las campanas repicaron por sí solas jubilosamente; mientras, allá en Roma, Félix se aparecía a su amigo y colaborador Juan de Mata.