jueves, 13 de noviembre de 2025

14 DE NOVIEMBRE.- SAN JOSAFAT, ARZOBISPO Y MÁRTIR (1580-1623)

 


14 DE NOVIEMBRE

SAN JOSAFAT

ARZOBISPO Y MÁRTIR (1580-1623)

EN el año 1580 nace en Vladimir —Polonia— Juan Koncewicz, el futuro San Josafat. Y el 1595 se promulga solemnemente en Brest-Litowosk, con la autoridad e intervención del metropolitano de Kiev y demás Obispos rutenos, el decreto de unión de los Eslavos Orientales con Roma. Clemente VIII —suscritor del mismo — publica con tan fausto motivo la constitución Magnus Dóminus, exhortando a todos los católicos a dar gracias al Cielo, «que siempre tiene pensamientos de paz y quiere que todos se salven y vengan al conocimiento de la verdad»...

A cualquiera que hubiese dicho entonces que aquel joven de quince años, llamado Juan Koncewicz, hijo de un zapatero de Vladimir, nacido y educado en el cisma de Focio y Cerulario, iba a ser el sello de santidad y de martirio con que Dios consagraría tan feliz «unidad y consentimiento de ánimos», le hubieran llamado loco. «Pues tan grande gloria —dice Pío XI en su encíclica Eclesiam Dei— cupo a Josafat, al cual con todo derecho reconocemos como hombre y defensor preclaro de los Eslavos Orientales; puesto que no hay tal vez ningún otro que haya ilustrado mejor su nombre, o mejor mirado por su salud, que este su Pastor y Apóstol, principalmente al haber derramado su sangre por la unidad de la Santa Iglesia».

En 1595, Juan no es otra cosa que un simple dependiente en un comercio de Vilna. Bueno, es algo más: un joven idealista e insatisfecho que no se resigna a pasarse la vida detrás de un mostrador. Acaso es ya un Santo... Para él no existen las diversiones, ni el ocio, ni la disipación de espíritu. Tiene la pasión de la lectura, especialmente de libros piadosos —vidas de santos y héroes cristianos— y de los escritos de controversia religiosa, cuestión de viva y palpitante actualidad. Dios, que no niega nunca su luz a quien se la pide con espíritu recto y puro, conduce también al joven Koncewicz al conocimiento de la verdad por el camino de la rectitud. Porque — continúa Pío XI— Juan «cultivó la piedad desde sus primeros años; siguiendo el esplendor de la Liturgia Eslávica, buscó ante todo la verdad y la gloria de Dios, y por este motivo, no por razones humanas, se determinó luego a la comunión con 'la única Iglesia Ecuménica, la Católica... Más aún: sintiéndose movido por celestial instinto a renovar en todos la santa unidad, comprendió que podría contribuir mucho a ello el conservar el Rito Oriental Eslávico y el Instituto Basiliano de la vida monástica en la unidad de la Iglesia Universal. Por lo cual, el año 1604, se hizo monje de San Basilio, cambió su nombre por el de Josafat y se dio totalmente al ejercicio de las virtudes, sobre todo, de la piedad y de la penitencia». José Rutski —metropolitano de Kiev, que antes gobernara el mismo monasterio de la Santísima Trinidad— afirma que «en breve tiempo llegó a ser maestro de todos en la ciencia y en la disciplina religiosa». En 1614 —ya ordenado sacerdote— es nombrado Archimandrita. Alguien ha llamado a los cuatro años de su mandato la edad de oro del Monasterio. i Espléndida floración de vocaciones, de cultura, de santidad, de apóstoles decididos de la unión con Roma! Entre todos, brilla Josafat por sus grandes dotes naturales, por su humildad, por su dialéctica irrebatible, por la intrepidez de su celo. El éxito de sus predicaciones y controversias es realmente milagroso. Entre sus grandes conquistas hay que contar la de Ignacio, patriarca cismático de Moscú, y la de los gobernadores Socolinski de Polonia, Tyszkievicz de Novgorod y Mieleczko de Smolensko. Sus mismos adversarios le llaman «raptor de almas». A lo que Josafat responde: «Quiera Dios que yo pueda robar todas las vuestras para llevarlas a Él»...

En 1618, ve ampliado el horizonte de sus conquistas, al ser nombrado arzobispo de Polotsk y Vitebsk. «Y fue increíble la fuerza de su apostolado —leemos en la citada Encíclica — puesto que ofrecía el ejemplo de una vida castísima, pobrísima y abstinente en sumo grado, y de tanta liberación los pobres, que para socorrerlos llegó a empeñar su omoforio. Aparecía en todo el empeño del Obispo santísimo, que nunca se cansaba de inculcar la verdad de palabra y por escrito». Publica, en efecto, varios folletos sobre el primado de San Pedro, el bautismo de San Vladimiro y la defensa de la fe católica. Toda la Rutenia Blanca oye con veneración la voz ardorosa, bondadosa, de Josafat. Su fama es enorme. Y también lo es el odio de los cismáticos al «apóstata papista». Hay persecuciones, injurias, atentados. El Santo se ofrece a Dios como víctima, y sigue en la brecha...

En Vitebsk —el 12 de noviembre de 1623— vio el colmo de su heroico ideal, cuando, rodeado de enemigos, que herido de bala y muerto de un golpe de hoz. Urbano VIII beatificó a este Apóstol de la unidad católica, a los veinte años de su ínclito martirio.

Ahora que tanto se habla de la unión de las Iglesias, ¡qué confortadoras y actuales resultan las palabras de Pío IX!: «Ojalá, oh, San Josafat, la sangre que derramaste por la Iglesia de Cristo sea prenda de aquella unión con esta Santa Sede Apostólica que siempre deseaste y noche y día con incesantes preces pediste al Dios Omnipotente y Máximo. Y para que esto suceda algún día, deseamos que tú seas nuestro asiduo abogado ante Dios y ante el cielo».