En el día de la conmemoración de los fieles difuntos, queriendo D. Bernardino Mendoza, mostrar un rasgo de generosa piedad para con el Purgatorio, hizo solemne donación a Santa Teresa, de una casa con jardín, sita en Valladolid, para que se erigiese en ella, lo más pronto posible, un monasterio en favor de la Santísima Virgen María.
Más ocupada la Santa en la fundación de otras casas religiosas, iba dilatando la ejecución, cuando el caballero fue sorprendido de un accidente mortal, y en pocos instantes, arrebatado de entre los vivientes. Sintió muy al vivo la Santa este golpe, y no cesaba de encomendarlo al Altísimo con fervorosísimas oraciones, habiéndose dignado su Majestad revelarle, que Mendoza se hallaba libre del infierno, pero no del Purgatorio, de donde no saldría, sino hasta cuando en el nuevo monasterio se celebrase la primera misa.
Por lo cual, aunque se apresuraba la Santa por ponerse, lo más pronto posible en camino para Valladolid, a fin de poner mano a la obra; más obligada a detenerse en Ávila por negocios de grande importancia, envió entretanto al padre Julián de Ávila, para que fuese disponiendo las cosas de la nueva fundación, y de allí a poco llegó ella misma para comenzar, los trabajos.
Más porque la grandiosidad de la empresa requería largo tiempo, mandó fabricar provisionalmente una capilla, para comodidad de las religiosas que había llevado consigo. Mucho sentía no poderse poner término con prontitud a la grande iglesia del monasterio, por temor do que se retardase el rescate del alma del caballero, del Purgatorio; mas ¿cuánto no fue su consuelo cuando a la primera misa celebrada en la capilla provisional, arrebatada en éxtasis, vio al alma de Mendoza que volaba del Purgatorio al cielo? Complacióse ella de la felicidad del caballero, dando gracias al Señor por la solicitud con que le había librado de las penas, y se enfervorizó tanto más en la devoción de las almas del Purgatorio, cuanto más empeñado en su rescate veía al Señor. Imitemos nosotros a Teresa, imitemos a Dios, y procuremos, como aquella serafina de amor, corresponder lo mejor que sea posible a las intenciones de la divina bondad, que es suma, en el deseo de ver felices cuanto antes en el cielo las almas del Purgatorio. P. Franc. Riv. en la vid. de Sta. Teresa, l. 2. c. 10