Vida de Unión Con Dios (1) ... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...
VIDA DE UNIÓN CON DIOS (I)
CONSEJOS DE VIDA ESPIRITUAL
Nada puede el hombre por sí mismo. Está inclinado por naturaleza al mal y cometería todos los crímenes si Dios no le sostuviera con su gracia. Así como el sarmiento no puede producir ningún fruto separado de la vid, así también nosotros no podremos dar buenos frutos si no estamos unidos a nuestro Señor.
Dichosos de nosotros si entendiésemos todo el alcance de estas palabras de san Pablo: “No soy quien vivo; es Jesucristo quien vive en mí”, y aquellas otras: “Jesucristo ha de crecer en nosotros hasta llegar al estado de hombre perfecto”.
Sí; Jesucristo nace y crece espiritualmente en cada hombre.
Quiere glorificar a su Padre en cada uno de nosotros. Digamos con san Juan Bautista: “Conviene que él crezca y que yo mengüe”. Pero para que permanezca y crezca en nosotros, hemos de permanecer en él y corresponder a su llamamiento.
Dad el corazón y el espíritu
Démosle no sólo nuestro corazón, sino también nuestro espíritu. No a todos los hombres pide este sacrificio; es demasiado difícil; pide únicamente su corazón: “Dame, hijo mío, tu corazón”.
Sólo a un número privilegiado de almas pide el espíritu, la inteligencia, su propio juicio. “El que quiera ser mi discípulo, renúnciese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Dar el corazón es fácil; pero entregar nuestro pensamiento, nuestro criterio, nuestra inteligencia, es el sacrificio más duro: semeja un desollón. Cuesta muchísimo.
Es difícil comprender el pensamiento de Dios; pero, una vez comprendido, ¡cuánta luz nos derrama! Su sabiduría aparece evidentísima.
¡Ah! Qué gozo sentirá el cielo, qué complacencia experimentará la santísima Trinidad al oír exclamar a un alma: “No, no soy yo quien vivo, es Jesús quien en mí vive. Su verdad velada o luminosa vive en mi espíritu; el recuerdo de sus virtudes y sufrimientos se anima en mi imaginación; su corazón, rodeado de espinas, abierto por la lanza, abrasado de amor, absorbe, penetra, anima mi corazón; las llagas sagradas de su cuerpo se imprimen en el mío cual sello inconfundible y divino de su eterna alianza conmigo; su voluntad es la norma, la vida, el instinto de mi voluntad. Yo moro en Jesús y Jesús mora en mí. En tanto haya lugar en mí para el sufrimiento y mientras tuviere un sentimiento, un afecto, un deseo que poderos sacrificar, dejadme, Dios mío, en el calvario de esta vida. Tiempo tendré de gozar; yo quiero sufrir con vos; no me atrevo a decir por vos; pero ¡bien dicho!, sí, por vos, ¡oh fuego devorador y consumidor!”
Vivid de nuestro Señor
¿Cómo lograr esta unión divina?
Obrad con libertad completa en los medios, o, mejor dicho, servíos de todo para alcanzar esa unión divina.
Que todo os hable de Dios, y hablad de Dios a cuantos viven con vosotros; rogadle por los que no le conocen y pedidle por la unión de las personas piadosas con las que convivís, no para que sobresalgáis entre ellas, sino para que podáis servirle con mayor perfección.
Que el pensamiento de Dios no sea abstracto. Que el corazón lleve siempre la primacía. Loadle y dadle gracias de continuo.
Repetid con cariño: “¡Cuán bueno es Dios! ¡Sólo Él es bueno!”
Vivid de nuestro Señor, de su espíritu, de sus virtudes, de su verdad evangélica, de la contemplación de sus misterios. Haced que vuestra piedad consista en la unión con nuestro Señor para que vuestra vida viva de la vida de este divino Esposo de vuestra alma.
No os separéis de Él, por lo mismo que ha dicho: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis cuanto quisiereis y se os concederá”.
No os coloquéis en los rayos, sino en el sol, y de esta manera tendréis los rayos en su esencia y nada podrá debilitaros.
Que vuestros defectos, que vuestros mismos pecados sean purificados y borrados, como la herrumbre de una espada puesta al fuego desaparece al instante bajo su rápida acción.
Morad más bien en la verdad de la bondad de Dios que en su dulzura.
La verdad es el conocimiento de su perfección, de los pormenores y de las razones del amor en sus dones, en su manifestación al hombre.
Sentíos felices cuando Jesús os da a conocer la razón de su bondad, de su amor, de sus virtudes, y muy especialmente cuando os hace ver el porqué de las pruebas y de los sacrificios que impone al alma amante.
Estudiad a nuestro Señor y procurad adivinar y sorprender sus secretos, el porqué de su corazón: os quedaréis extasiados; acogeos a su corazón, a ese descanso y felicidad de vuestra vida. Gustad de tener una celdita en el cenáculo y en el calvario, focos divinos del amor, y nuestro Señor estará contento.
Trabajad por ser recogidos
Dad al prójimo las llamas de vuestro corazón generoso; pero guardad ese corazón en el corazón de Jesús y nada tendréis que perder ni temer.
Esforzaos por adquirir el santo recogimiento; es decir, vivid en sociedad de vida, de unión y de amor con Dios nuestro Señor.
El recogimiento es la raíz del árbol; la vida de las virtudes y del mismo amor divino; es la fuerza del alma, concentrada en Dios para luego embestir y expansionarse. Nuestro Señor os conceda esta gracia insigne entre todas las suyas.
Sed interiores, vivid en nuestro interior, reconcentraos de fuera a dentro, dejad el mundo, retiraos con Jesús a vuestro corazón, donde Él ilumina a vuestra alma y le habla el lenguaje interior que sólo el amor escucha y comprende.
Conversad dulce y habitualmente en vuestro interior; no dejéis de hacerlo si queréis ser como aquella alma que dijo “Jesús es mi alegría y mi felicidad”.
Acordaos de este principio de vida: No seréis felices en el servicio de Dios en tanto no viváis la vida interior de oración y de amor.
El reino de Dios, del que tan a menudo se hace mención en la sagrada Escritura, es el reino interior de Dios en el hombre, en la inteligencia por la fe, en el corazón por el amor y en el cuerpo por la mortificación de las pasiones.
Amad el silencio, la soledad del alma: es el santuario de Dios, donde manifiesta su voluntad de amor y donde aprenderéis en poco tiempo a conocer a Dios en su misma luz, a gustarle en la esencia de su bondad, a imitarle en su espíritu de amor.
En esta escuela se vuelve a comenzar en todo momento, porque siempre da uno con una verdad nueva y se penetran las profundidades de la ciencia y de la virtud de Dios.
Os lo ruego encarecidamente: Procuraos la oración de silencio, de contemplación, de unión con nuestro Señor: ahí está el centro de vida.
Id a nuestro Señor por vuestros dones más que por vuestro trabajo, por el amor más que por vuestras virtudes, por el recogimiento más que por vuestra acción.
En una palabra, recogeos en Dios y estaréis en vuestro centro.
Lo demás es una labor penosa y difícil para el alma, porque trabaja demasiado. En este estado es Dios quien trabaja en ella, es el rocío celeste que penetra con dulzura. Es preciso que vayáis a Dios con presteza por el camino más corto y que redobléis aceleradamente vuestras fuerzas.