II DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA
Sermón de S. Gregorio Nacianceno.
Oración in sancta Lumina.
No puedo contener los impulsos de mi alegría; olvidado de la propia pequeñez, pretendo ejercer la misión del gran Juan, o más bien procuro ponerme a su servicio, y si bien no soy precursor, con todo, vengo del desierto. Jesucristo recibe el sacramento de la iluminación, o, mejor aún, con su resplandor nos ilumina. Cristo es bautizado; descendamos nosotros juntamente con Él, para que también con Él ascendamos.
Juan bautiza, y se le acerca Jesús, santificando al mismo que bautiza; sepulta al viejo Adán en las aguas y santifica las mismas aguas del Jordán, de suerte que así como Él era espíritu y carne, así a los que habrían de ser bautizados en lo sucesivo, se les santificase por la virtud del Espíritu y por el elemento del agua. El Bautista se niega a bautizar, pero Jesús insiste. Yo, dice el Bautista, tengo necesidad de ser bautizado por ti. La antorcha habla al Sol, y la voz al Verbo.
Jesús sale del agua, levantando consigo al mundo sumergido en el abismo. Y vio cómo el cielo se abría. El primer Adán lo había cerrado, para sí y para nosotros, así como se le había cerrado el Paraíso terrenal con una espada de fuego. El Espíritu Santo da testimonio: cosas tan semejantes concuerdan entre sí. Del mismo cielo se nos da el testimonio, ya que de lo alto del cielo había descendido Aquel en favor del cual fue dado.