martes, 18 de marzo de 2025

19 DE MARZO. SAN JOSÉ, ESPOSO DE MARÍA (SIGLO I)

 


19 DE MARZO

SAN JOSÉ

ESPOSO DE MARÍA (SIGLO I)

¿QUIÉN podrá columbrar la eminentísima santidad de San José? En el Libro de la Vida —el libro que forma los anales heráldicos de la eternidad—, al lado del nombre del faber lignarius de Nazaret, que llegó a ser esposo de María y padre «legal» de Jesús, fulgura como una gema gloriosa este título: Justus. Justicia que — proclamada en el Evangelio— es epílogo y corona de todos los elogios que puedan hacerse del santo Patriarca.

¡Santidad de San José! Santidad de cima iluminada, sol cenital, vuelo aquilino, luz inextinguible, mar sin riberas, rayo de la Divinidad...

Familiarmente —en la intimidad, como quien dice— le Llamamos «el bendito José»; oficialmente deberíamos llamarle «el santísimo José», pues —en frase de Suárez— «no es infundado pensar que ocupa up lugar preeminente en el estado de gracia entre todos los demás Santos». Esposo de María, padre adoptivo de Jesús —modelo de esposo y de padre—, custodio de la inocencia, prototipo de obrero y esclavo del hogar, es cifra de perfección en todas las facetas de la vida cristiana. (En su humilde sencillez de hombre de pueblo que vivía en el estadio de su trabajo —escribe un autor moderno— su alma estaba sellada por todas las aristocracias del Bien».

De niños nos cautivaba su rostro venerable y bondadoso, surcado de arrugas —arrugas de padre, siempre bellas—, su barba de nieve, su manto color naranja —el color clásico, insustituible— ribeteado de oro, su vara de azucenas, milagrosamente florecida, y su Niño en brazos... Hoy preferimos verlo luchando solo, en la penumbra del Gran Misterio, o envuelto en la proyección de las palabras angélicas: «José, hijo de David, no tengas recelo en recibir a María, tu esposa, porque lo que se ha engendrado en ella es obra del Espíritu Santo». Y hasta nos agradan los cuadros de Rafael, Murillo y Bernardino Luini, que lo representan en plena juventud, lleno de infinita gracia, de ternura inefable, de unción sobrenatural. ¿No os parece más de acuerdo con la realidad? La desproporción de años —extremada por casi todos los artistas — es, en cierto modo, una imperfección conyugal; ahora bien, ¿cómo creer imperfecto, ni aun por sombra, el enlace entre María y José? «Por verosímil se ha de tener — comenta Bernardo de Bastos— que cuando se desposó con la Virgen, José era un apuesto mancebo, cual convenía a una esposa joven y bellísima».

Los Apócrifos —a los que San Jerónimo no da ninguna fe— están llenos de leyendas sobre la vida del santo Patriarca; los Evangelistas apenas lo nombran, como no sea para decirnos, con valiente expresión, que era vir justus, un varón justo. Sin embargo, este silencio es muy elocuente, pues nos revela su destino altamente providencial —ser abismo de humildad y sacrificio, donde remanse el océano infinito de la paternidad divina— y su ideal sublime, esto es: cerrar el corazón a todo afecto terreno, considerar la tierra como un lugar de paso, en donde se lucha por la conquista de un mundo mejor, definitivo, bendecir a Dios en la prosperidad y en la adversidad, y vivir ignorado y oculto, aunque por sus venas corra sangre real.

En Belén, en Egipto, en Nazaret, José —«Canciller del más grande secreto divino»— es siempre el mismo: el hombre oscuro y silencioso, «el siervo fiel y prudente a quien Dios ha constituido señor de su casa y príncipe de sus tesoros»: el binario redentor Jesús-María. Su destino —inaccesible a toda inteligencia— lo coloca en un plano eminentísimo: bajo la sombra augusta de su enlace con la Virgen debe verificarse el adorable Misterio de la Encarnación del Verbo, ocultándose a los hombres, como un sagrado tabernáculo, la obra inefable con que el Eterno va a dar principio a la redención del mundo. Bellos y puros como Adán y Eva bajo el soplo de Dios, cubiertos con las alas de su divina gracia, atraerán sobre la tierra prevaricadora las bendiciones del Cielo, cuando las nubes se abran para llover al Justo por excelencia: Cristo Jesús.

Sólo un momento de su vida se turba el Santo Patriarca y fluctúa incierto entre mil pensamientos contrarios: al ver el estado de la Virgen. Es la hora oscura de la prueba, de la aflicción de espíritu, de la tremenda tentación, en que le es forzoso ver lo que ni siquiera puede pensar... Pero, esclarecido el misterio por la angélica confidencia, su vida se ilumina de súbito y su figura hermosa se pierde entre los esplendores de la Divinidad, «se esconde en Dios».

José todo lo sabe y todo lo calla. Su fe es plena, radiante. Sabe que es el Esposo de la Madre de Dios, y no puede olvidar un instante que el Niño a quien educa, por quien se desvive, que trabaja con él en. su taller de carpintero, es el Mesías prometido a sus padres, el Deseado de las naciones, el Enviado, el Verbo de Dios; y abrumado por el peso de su dignidad, confundido, mudo de estupor, calla... Esta es la sublime lección que nos da. Su misma muerte —si se puede llamar así al dormirse en los dulces brazos de Jesús y María— es un acto de silencio. Por eso fulgura con la belleza solemne y clara de una estrella en los horizontes infinitos de la eternidad. Por eso aparece hoy como faro protector y Patrono Universal de la Iglesia, como bálsamo para las almas doloridas, para los corazones ulcerados; como hito de la gloria y alivio de nuestra nostalgia desesperante en este negro valle de destierro y de lágrimas...