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martes, 29 de octubre de 2019
domingo, 27 de octubre de 2019
EVANGELIO DEL DOMINGO: TU LO DICES; SOY REY.
EVANGELIO DEL
DOMINGO
ULTIMO DOMINGO DE
OCTUBRE
SOLEMNIDAD DE
CRISTO REY
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
En
aquel tiempo, entrando otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
«¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta
o te lo han dicho otros de mí?». Pilato
replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado
a mí; ¿qué has hecho?». Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi
reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en
manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?».
Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he
venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad
escucha mi voz».
Jn 18, 33-37
Homilía de maitines SE HIZO REY PARA CONDUCIRNOS A SU REINO
LA CRUZ: TRONO DE LA REALEZA DE JESÚS Benedicto XVI
ROSARIO EN HONOR A CRISTO REY -triptico-
jueves, 24 de octubre de 2019
lunes, 21 de octubre de 2019
domingo, 20 de octubre de 2019
NUEVO HORARIO DE CULTO "AD EXPERIMENTUM"
MUCHOS SON LOS LLAMADOS, MÁS POCOS LOS ESCOGIDOS. San Juan Bautista de la Salle
Muchos son los llamados, más pocos los escogidos.
MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO DECIMONONO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
San Juan Bautista de la Salle
Afirma Jesucristo en el evangelio de este día que muchos son los llamados y pocos los escogidos (1). Lo dice del cielo; pero esa verdad no es menos constante aplicada a las comunidades; pues, sin embargo de ser muchas las personas que ingresan en ellas, hay pocas, con todo, que sean fieles a la gracia de su vocación, o que adquieran y mantengan en sí el espíritu de su estado, después de haberse comprometido a ello.
Lo primero que debe hacerse cuando se ingresa en alguna comunidad, para ser elegido de Dios en ella, es aprender bien a orar y aplicarse debidamente a ello. Porque, no existiendo profesión más sujeta a las tentaciones del demonio - a causa de cierta como seguridad que de salvarse hay en ella cuando se cumplen con fidelidad las reglas por que se rige -; es allí mucha la necesidad que de fortaleza se tiene para poder resistir a los embates del tentador.
Lo segundo, esmerarse especialmente en la observancia de las Reglas; porque la regularidad es el medio principal que Dios suministra para salvarse en las comunidades; y según eso, tanto más se afianza en ellas " la vocación y elección por las buenas obras peculiares al propio estado ", según dice san Pedro (2), cuanto mejor se guarda esa virtud.
Mas, siendo pocos los que en las comunidades se sujetan exactamente a ese doble deber; síguese que se hallan muchos desprovistos de las gracias indispensables para perseverar en ellas y conservar el espíritu de su estado. De modo que, o no viven en la comunidad sino con el cuerpo, o se ponen en el trance de ser amputados de ella, como miembros dañados y capaces de contaminar a los otros.
La segunda razón de que haya pocos elegidos en las comunidades, es que son pocos en ellas los que tienen verdadera y total sumisión a los superiores.
Ahora bien, por ser la obediencia la primera virtud que debe observarse en comunidad, y la principal entre las que ayudan a mantenerse en ella; tan pronto como la obediencia falta, se siente uno dejado a si mismo, sin fuerzas ni vigor, e incapaz por ello, de producir el bien correspondiente a su peculiar estado; de donde se sigue que, o no se persevera, o que, permaneciendo en él, se vuelve uno inútil, y aun perjudicial a los otros, como rama desgajada del tronco, que es Jesucristo, de quien ya no fluye la savia necesaria para producir fruto.
No se adhiere uno a Jesucristo, como las ramas al árbol, sino en la medida en que se conserva la unión con los superiores y se procede en absoluta dependencia respecto de ellos; ya que, según dice san Pablo, " a Dios y a Jesucristo mismo se obedece cuando se les está sujeto; y también que ha de obedecérseles, no con la mira de agradar a los hombres, sino cumpliendo de buen grado la voluntad de Dios, y en cuanto miembros y siervos de Jesucristo " (3).
A su vez, tampoco tienen derecho a mandar los superiores sino porque hablan en nombre de Jesucristo y como representantes de su persona. Ni ha de obedecérseles sino porque, en expresión del mismo san Pablo, trabajan en la perfección de los santos y en la edificación del cuerpo de Jesucristo (4), que es nuestra cabeza; el cual, por la sumisión que se le presta en sus ministros, " traba y une todos los miembros de su cuerpo con justa proporción, para no formar más que un solo cuerpo " (5).
Por la virtud de la obediencia os convertiréis, pues, vosotros en verdaderos elegidos de Dios dentro de la comunidad (*).
Otra causa de que sean pocos los escogidos para vivir en comunidad es que son pocos también los que, en ella, descubren plenamente el corazón a sus superiores; sin lo cual es imposible ponerse a salvo de las perniciosas consecuencias que pueden acarrear las violentas tentaciones con que el demonio acomete a los llamados a vivir en las comunidades.
Estas tentaciones son, ordinariamente, tanto más recias cuanto más se adelanta en virtud; pues a quienes trabajan con fervor, por adquirir la perfección de su estado, el demonio los " ronda, según dice san Pedro, dando vueltas en su derredor, espiando la ocasión para hacerlos caer " (6): sabe que, si perseveran, podrán dañarle mucho, tanto con su buen ejemplo, como por las gracias que obtendrán para los otros con sus oraciones.
Por lo cual, asegura san Doroteo, que experimenta el diablo especial alegría cuando encuentra algunos que se gobiernan a si mismos y no se dejan guiar por el superior, pues sabe que caerán como las hojas de los árboles, ya que se ponen de acuerdo, dice este Santo, con el demonio y con los demás enemigos de su salvación. Llega a afirmar san Doroteo que no conoce otra causa de la caída de quienes viven en comunidad sino la con fianza que tienen en sus propias luces; y concluye que no hay cosa más detestable y más perniciosa en ellas que tal modo de proceder, ni otra senda para conseguir la salvación en ellas que la manifestación del corazón. Mas ¡ay! en cuán pocos ésta es total.
Unos dicen: " ¿qué pensará mi superior si todo se lo declaro? ". - Pero, si dejáis de declarárselo, sabrá muy pronto que sois infieles.
Otros: " no me atreveré a decírselo todo porque, luego, tendré reparo en presentarme delante de él ". Otros: " basta que diga mis faltas en confesión " - Si, pero vuestro superior está en mejores condiciones que ningún otro para facilitaros los remedios.
Otros: " es un Hermano como yo ".- Es verdad, pero tiene misión de Dios para ayudaros a conseguir la salvación.
Servíos, pues, de los medios que Dios os ofrece para salvaros; si no, pronto vendréis a menos en el espíritu de vuestro estado y, a pesar de haber sido llamados a él, no seréis del número de los elegidos de Dios.
Lo primero que debe hacerse cuando se ingresa en alguna comunidad, para ser elegido de Dios en ella, es aprender bien a orar y aplicarse debidamente a ello. Porque, no existiendo profesión más sujeta a las tentaciones del demonio - a causa de cierta como seguridad que de salvarse hay en ella cuando se cumplen con fidelidad las reglas por que se rige -; es allí mucha la necesidad que de fortaleza se tiene para poder resistir a los embates del tentador.
Lo segundo, esmerarse especialmente en la observancia de las Reglas; porque la regularidad es el medio principal que Dios suministra para salvarse en las comunidades; y según eso, tanto más se afianza en ellas " la vocación y elección por las buenas obras peculiares al propio estado ", según dice san Pedro (2), cuanto mejor se guarda esa virtud.
Mas, siendo pocos los que en las comunidades se sujetan exactamente a ese doble deber; síguese que se hallan muchos desprovistos de las gracias indispensables para perseverar en ellas y conservar el espíritu de su estado. De modo que, o no viven en la comunidad sino con el cuerpo, o se ponen en el trance de ser amputados de ella, como miembros dañados y capaces de contaminar a los otros.
La segunda razón de que haya pocos elegidos en las comunidades, es que son pocos en ellas los que tienen verdadera y total sumisión a los superiores.
Ahora bien, por ser la obediencia la primera virtud que debe observarse en comunidad, y la principal entre las que ayudan a mantenerse en ella; tan pronto como la obediencia falta, se siente uno dejado a si mismo, sin fuerzas ni vigor, e incapaz por ello, de producir el bien correspondiente a su peculiar estado; de donde se sigue que, o no se persevera, o que, permaneciendo en él, se vuelve uno inútil, y aun perjudicial a los otros, como rama desgajada del tronco, que es Jesucristo, de quien ya no fluye la savia necesaria para producir fruto.
No se adhiere uno a Jesucristo, como las ramas al árbol, sino en la medida en que se conserva la unión con los superiores y se procede en absoluta dependencia respecto de ellos; ya que, según dice san Pablo, " a Dios y a Jesucristo mismo se obedece cuando se les está sujeto; y también que ha de obedecérseles, no con la mira de agradar a los hombres, sino cumpliendo de buen grado la voluntad de Dios, y en cuanto miembros y siervos de Jesucristo " (3).
A su vez, tampoco tienen derecho a mandar los superiores sino porque hablan en nombre de Jesucristo y como representantes de su persona. Ni ha de obedecérseles sino porque, en expresión del mismo san Pablo, trabajan en la perfección de los santos y en la edificación del cuerpo de Jesucristo (4), que es nuestra cabeza; el cual, por la sumisión que se le presta en sus ministros, " traba y une todos los miembros de su cuerpo con justa proporción, para no formar más que un solo cuerpo " (5).
Por la virtud de la obediencia os convertiréis, pues, vosotros en verdaderos elegidos de Dios dentro de la comunidad (*).
Otra causa de que sean pocos los escogidos para vivir en comunidad es que son pocos también los que, en ella, descubren plenamente el corazón a sus superiores; sin lo cual es imposible ponerse a salvo de las perniciosas consecuencias que pueden acarrear las violentas tentaciones con que el demonio acomete a los llamados a vivir en las comunidades.
Estas tentaciones son, ordinariamente, tanto más recias cuanto más se adelanta en virtud; pues a quienes trabajan con fervor, por adquirir la perfección de su estado, el demonio los " ronda, según dice san Pedro, dando vueltas en su derredor, espiando la ocasión para hacerlos caer " (6): sabe que, si perseveran, podrán dañarle mucho, tanto con su buen ejemplo, como por las gracias que obtendrán para los otros con sus oraciones.
Por lo cual, asegura san Doroteo, que experimenta el diablo especial alegría cuando encuentra algunos que se gobiernan a si mismos y no se dejan guiar por el superior, pues sabe que caerán como las hojas de los árboles, ya que se ponen de acuerdo, dice este Santo, con el demonio y con los demás enemigos de su salvación. Llega a afirmar san Doroteo que no conoce otra causa de la caída de quienes viven en comunidad sino la con fianza que tienen en sus propias luces; y concluye que no hay cosa más detestable y más perniciosa en ellas que tal modo de proceder, ni otra senda para conseguir la salvación en ellas que la manifestación del corazón. Mas ¡ay! en cuán pocos ésta es total.
Unos dicen: " ¿qué pensará mi superior si todo se lo declaro? ". - Pero, si dejáis de declarárselo, sabrá muy pronto que sois infieles.
Otros: " no me atreveré a decírselo todo porque, luego, tendré reparo en presentarme delante de él ". Otros: " basta que diga mis faltas en confesión " - Si, pero vuestro superior está en mejores condiciones que ningún otro para facilitaros los remedios.
Otros: " es un Hermano como yo ".- Es verdad, pero tiene misión de Dios para ayudaros a conseguir la salvación.
Servíos, pues, de los medios que Dios os ofrece para salvaros; si no, pronto vendréis a menos en el espíritu de vuestro estado y, a pesar de haber sido llamados a él, no seréis del número de los elegidos de Dios.
EVANGELIO DEL DOMINGO: PARÁBOLA DE LAS BODAS DEL HIJO DEL REY
EVANGELIO DEL DOMINGO
XIX DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En aquel tiempo, volvió Jesús a
hablarles en parábolas, diciendo: «El reino de los cielos se parece a un rey
que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los
convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles
que dijeran a los convidados: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros
y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”. Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a
sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron
y los mataron. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con
aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La
boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los
cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”. Los
criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y
buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a
saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le
dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. El otro no abrió
la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo
fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Porque
muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».
Mt 22, 1-14
jueves, 17 de octubre de 2019
domingo, 13 de octubre de 2019
MEDIOS PARA CURAR LAS ENFERMEDADES ESPIRITUALES. San Juan Bautista de la Salle
De los medios para curar las enfermedades espirituales, tanto voluntarias como involuntarias
MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO DECIMOCTAVO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
San Juan Bautista de la Salle
Ocurre a veces que los siervos de Dios se hallan como impotentes para obrar el bien, ya a causa de las tentaciones, a las que apenas pueden resistir, ya por la desolación interna, ya por el brío de las pasiones. Se les dificulta el acercarse a Dios, ora por falta de luces, ora por falta de apoyo en quienes los dirigen. Todo ello viene figurado por el paralítico de quien nos habla el evangelio este día (1).
En algunas ocasiones esa especie de dolencia persiste durante mucho tiempo. Deja Dios al alma en tal estado, para convencerla de que, sin Él nada puede; de que es incapaz de hallar en sí fuerzas suficientes para llegarse a Él, si no le asiste el auxilio de su gracia; y de que lo puede todo, en cambio, cuando Dios la fortifica. Ha de esperar, pues, el alma con paciencia que pase Jesús y ponga remedio a su mal; porque, así como Él nos ha procurado la gracia de la redención, así conoce el me dio de fortalecer nuestras almas y devolverles el impulso que han perdido.
Lo que sólo importa es vivir sobre aviso para ser fiel en dejarse conducir a Jesucristo cuando pase, como hizo este paralítico que yacía postrado en su lecho, y sobre llevar gustoso la dolencia hasta que Jesús la cure. Por que, ordinariamente, sólo Él puede poner remedio a este género de enfermedades. Lo único posible al alma es velar sobre si para no caer en faltas. También es preciso entonces orar mucho y contentarse con decir a Dios como David: Crea en mí, oh Dios, un corazón puro y renueva en él tu espíritu para conducirme derechamente a Ti (2).
Cuando nos hallemos delante de Jesús; es decir, cuando alguna luz pasajera nos ilustre, ya proceda de nosotros, ya de quienes nos gobiernan, esperemos a que Jesús nos hable y nos devuelva la salud y el movimiento, como hizo con el paralítico. Sosténganos la firmeza de nuestra fe, aun no experimentando sentimiento alguno afectuoso para con Dios y careciendo de toda inclinación hacia Él. Tengamos la seguridad de que esa mirada de fe le será tan agradable que, después de haberla Él favorecido, y de haber alentado nuestra confianza, nos dirá como dijo al paralítico: " Levantaos "; quiere decir, elevaos hasta Dios; lo cual conseguiremos fácilmente porque, recobradas todas las fuerzas, no hallaremos cosa que nos detenga; nada que sea obstáculo en nuestros movimientos exteriores y que nos impida llegar a Dios.
Por lo cual nos dirá al punto Jesucristo: Id en paz: o sea, hallaremos tanta facilidad para acercarnos a Dios y conversar con Él, que ninguna otra cosa nos resultará tan placentera: ése será el fruto de nuestra paciencia, la cual gusta Dios de premiar en sus siervos.
A veces, tales disposiciones proceden de haberse cometido algún pecado; si así es, hay que gemir en la presencia de Dios deplorando la propia miseria; porque, comúnmente, eso es lo que Jesús espera para mejorar al alma enferma, y reparar cuanto la debilidad humana le había hecho perder. Vigilaos, pues, para que no sean vuestras faltas el motivo de que os retire Dios sus gracias.
No basta para la curación de nuestra parálisis espiritual que Jesús nos ordene levantarnos; es necesario además que lo deseemos por nuestra parte. A no ser que la parálisis sea exclusivamente prueba de Dios, sin culpa alguna nuestra, en cuyo caso basta que Él lo mande para ser obedecido.
Pero, si en nosotros se dio alguna causa para tal enfermedad o que contribuyese a ella, es preciso que colaboremos también nosotros a la curación. Porque no siguen idéntico proceso las enfermedades espirituales y las corporales: para curar éstas, basta que Jesús lo diga o sencillamente lo desee; mas, para las del alma, necesitamos por nuestra parte querer curarnos, porque Dios no violenta la voluntad, aunque la exhorte y la inste. A nos otros corresponde aceptar la gracia, cooperar con ella y secundar el buen deseo que tiene Dios de sanar nuestras dolencias espirituales.
Cuando, pues, no sintáis moción alguna que os impulse hacia Dios, mostraos prontos y dóciles a oír su voz; levantaos tan pronto como os lo diga, y echad a andar; o sea, reanudad los ejercicios virtuosos para los que experimentéis dificultades; mortificad las pasiones y aplicaos a vencerlas; sobre todo, sed dóciles en descubrir lo íntimo del alma a vuestros directores: eso es lo que os impedirá, de ordinario, caer en tal género de dolencias.
Por fin, id derechos a vuestra casa; o sea, vivid en el retiro, recogimiento y silencio, y aplicaos asiduamente a la oración y demás ejercicios piadosos, no menos que al exacto cumplimiento de las Reglas de la comunidad.
Esos son medios seguros para restablecer en vuestra alma las buenas inclinaciones que en ella se habían interrumpido.
En algunas ocasiones esa especie de dolencia persiste durante mucho tiempo. Deja Dios al alma en tal estado, para convencerla de que, sin Él nada puede; de que es incapaz de hallar en sí fuerzas suficientes para llegarse a Él, si no le asiste el auxilio de su gracia; y de que lo puede todo, en cambio, cuando Dios la fortifica. Ha de esperar, pues, el alma con paciencia que pase Jesús y ponga remedio a su mal; porque, así como Él nos ha procurado la gracia de la redención, así conoce el me dio de fortalecer nuestras almas y devolverles el impulso que han perdido.
Lo que sólo importa es vivir sobre aviso para ser fiel en dejarse conducir a Jesucristo cuando pase, como hizo este paralítico que yacía postrado en su lecho, y sobre llevar gustoso la dolencia hasta que Jesús la cure. Por que, ordinariamente, sólo Él puede poner remedio a este género de enfermedades. Lo único posible al alma es velar sobre si para no caer en faltas. También es preciso entonces orar mucho y contentarse con decir a Dios como David: Crea en mí, oh Dios, un corazón puro y renueva en él tu espíritu para conducirme derechamente a Ti (2).
Cuando nos hallemos delante de Jesús; es decir, cuando alguna luz pasajera nos ilustre, ya proceda de nosotros, ya de quienes nos gobiernan, esperemos a que Jesús nos hable y nos devuelva la salud y el movimiento, como hizo con el paralítico. Sosténganos la firmeza de nuestra fe, aun no experimentando sentimiento alguno afectuoso para con Dios y careciendo de toda inclinación hacia Él. Tengamos la seguridad de que esa mirada de fe le será tan agradable que, después de haberla Él favorecido, y de haber alentado nuestra confianza, nos dirá como dijo al paralítico: " Levantaos "; quiere decir, elevaos hasta Dios; lo cual conseguiremos fácilmente porque, recobradas todas las fuerzas, no hallaremos cosa que nos detenga; nada que sea obstáculo en nuestros movimientos exteriores y que nos impida llegar a Dios.
Por lo cual nos dirá al punto Jesucristo: Id en paz: o sea, hallaremos tanta facilidad para acercarnos a Dios y conversar con Él, que ninguna otra cosa nos resultará tan placentera: ése será el fruto de nuestra paciencia, la cual gusta Dios de premiar en sus siervos.
A veces, tales disposiciones proceden de haberse cometido algún pecado; si así es, hay que gemir en la presencia de Dios deplorando la propia miseria; porque, comúnmente, eso es lo que Jesús espera para mejorar al alma enferma, y reparar cuanto la debilidad humana le había hecho perder. Vigilaos, pues, para que no sean vuestras faltas el motivo de que os retire Dios sus gracias.
No basta para la curación de nuestra parálisis espiritual que Jesús nos ordene levantarnos; es necesario además que lo deseemos por nuestra parte. A no ser que la parálisis sea exclusivamente prueba de Dios, sin culpa alguna nuestra, en cuyo caso basta que Él lo mande para ser obedecido.
Pero, si en nosotros se dio alguna causa para tal enfermedad o que contribuyese a ella, es preciso que colaboremos también nosotros a la curación. Porque no siguen idéntico proceso las enfermedades espirituales y las corporales: para curar éstas, basta que Jesús lo diga o sencillamente lo desee; mas, para las del alma, necesitamos por nuestra parte querer curarnos, porque Dios no violenta la voluntad, aunque la exhorte y la inste. A nos otros corresponde aceptar la gracia, cooperar con ella y secundar el buen deseo que tiene Dios de sanar nuestras dolencias espirituales.
Cuando, pues, no sintáis moción alguna que os impulse hacia Dios, mostraos prontos y dóciles a oír su voz; levantaos tan pronto como os lo diga, y echad a andar; o sea, reanudad los ejercicios virtuosos para los que experimentéis dificultades; mortificad las pasiones y aplicaos a vencerlas; sobre todo, sed dóciles en descubrir lo íntimo del alma a vuestros directores: eso es lo que os impedirá, de ordinario, caer en tal género de dolencias.
Por fin, id derechos a vuestra casa; o sea, vivid en el retiro, recogimiento y silencio, y aplicaos asiduamente a la oración y demás ejercicios piadosos, no menos que al exacto cumplimiento de las Reglas de la comunidad.
Esos son medios seguros para restablecer en vuestra alma las buenas inclinaciones que en ella se habían interrumpido.
EVANGELIO DEL DOMINGO: CURACIÓN DE UN PARÁLITICO
EVANGELIO DEL DOMINGO
XVIII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En
aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su
ciudad. En esto le presentaron un
paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al
paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados». Algunos de los
escribas se dijeron: «Este blasfema». Jesús, sabiendo lo que pensaban, les
dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir:
“Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues,
para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar
pecados —entonces dice al paralítico—: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a
tu casa”». Se puso en pie y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó
sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.
Mt 9, 1-8
COMENTARIOS AL EVANGELIO
lunes, 7 de octubre de 2019
AMEMOS Y RECEMOS EL ROSARIO. Homilía
Nuestra Señora
del Rosario 2019
“Esta es la solemnidad de la gloriosa Virgen María, en la advocación de
nuestra Señora del Rosario, de la raza de Abraham, de la tribu de Judá, de la
ilustre estirpe de David.” En este primer domingo de octubre nos ofrece la
Iglesia la posibilidad de celebrar la fiesta externa en honor a nuestra Señora
la Virgen del Rosario, cuyo día litúrgico es el 7 de octubre.
¿Cómo vamos a dejar de celebrar a aquella que es Madre de Dios y Madre
nuestra? ¿Cómo no vamos a ensalzar a aquella que es la Bendita entre todas las
mujeres y que ha dado al mundo el fruto bendito de su vientre, Jesucristo, nuestro
Salvador? ¿Cómo nos vamos a unirnos a la celebración de las generaciones de
nuestros antepasados felicitando a la Virgen Inmaculada por las obras poderosas
que Dios ha realizado en ella?
Corría el año 1571, la cristiandad estaba en peligro. Las
tropas turcas en su guerra de religión contra el cristianismo amenazaban con
destruir la fe cristiana de Europa. Los reinos católicos se unen para hacerle
frente. El Santo Padre San Pío V, de la orden domínica, se une a la defensa de
nuestra fe y de la integridad cristiana de las naciones católicas. Confiando más
en Dios que en las propias fuerzas militares, el Papa pide a la cristiandad el
rezo del rosario. Desde los palacios, a las casas más humildes, de las ciudades
a los pequeños pueblos y aldeas, los ancianos y niños, jóvenes y desde los
claustros de los monasterios a los lugares de trabajo de las ciudades, se eleva
al cielo el rezo del santo rosario. Todos se unen a este ejército espiritual de
oración, para que Dios no abandone a su pueblo ante la invasión de la religión
islámica.
Dios da la victoria a la cristiandad, y en acción de gracias, el Papa
establece esta fiesta en honor a nuestra Señora del Rosario, nuestra Señora de
la Victorias.
Una vez más, Dios se hace presente y actúa de forma portentosa en favor
de aquellos que perseveran en oración junto con la Virgen María. Como en la
Iglesia naciente, los cristianos de ayer y de hoy estamos llamados a reunirnos en
el cenáculo en torno a la Virgen y perseverar con ella en la oración. Todos los
días hemos de manifestar nuestra confianza y devoción a aquella que es Madre de
Dios y Madre nuestra, y particularmente con la solemnidad requerida en sus
fiestas a lo largo del Año litúrgico.
La devoción a la Virgen forma parte esencial del misterio de nuestra fe
cristiana. Querer ser cristiano sin la Virgen María es un error garrafal que
nos aparta de Jesucristo y de la Salvación. No podemos prescindir de Aquella a
la que Dios ha hecho imprescindible para la obra de la Encarnación y de la
Redención.
Como hijos amante hemos de honrar a la Virgen Santísima, pues antes que
nosotros y con amor infinito la ama Dios. Nadie, por mucho que amemos a la
Virgen, seremos capaces de amarla más y mejor que el mismo Dios. Por tanto, aléjese
de nosotros todo escrúpulo protestante de pensar que honrando a la Virgen,
restamos gloria a Dios. Todo lo contrario, pues cuando honramos a la Virgen
María y le rendimos culto de hiperdulía, adoramos y alabamos a Dios que ha
hecho maravillas en su humilde esclava.
El rezo del rosario es una de las formas más excelentes de oración. Así
lo expresa la Iglesia en su magisterio. ¡Más de 500 documentos han escrito los
papas cantando sus virtudes y recomendando el rezo diario! “Santísima Devoción,
la fórmula más eximia y más excelente de oración” –decía el Papa León XIII,
¿Por qué el rosario esta tan grande? ¿Por qué la Iglesia es lo que más
estima después de la santa misa y el oficio divino? Porque cuando rezamos el
Rosario nos unimos a la Virgen Santísima. Ella es Maestra de oración, porque ha
sido la criatura que mayor grado de unión ha tenido con Dios en este mundo.
¡Cómo impresiona recordar las apariciones de la Virgen en Lourdes cuando
nuestra Señora con el rosario en las manos invita y enseña a la joven santa
Bernardita a rezar! Eso mismo, hace con nosotros, cuando tomamos el rosario en
nuestras manos, y nos disponemos a meditar los misterios de la vida, pasión y
gloria de su Hijo. Rezar el rosario es contemplar la vida de Cristo nuestro
Señor con la mirada, el corazón, los sentimientos y afectos de su Madre,
aquella que estuvo más cerca de él, aquella que compartió su voluntad de
entregarse por amor al Padre y a sus hermanos los hombres.
La Virgen siempre nos conduce a su Hijo y como en Caná de Galilea nos
dice: Haced lo que él os diga. Obedeced a mi Hijo y tendréis vino nuevo.
En la oración del rosario, como todas las otras devociones a la Virgen, nos
unimos primeramente a su propio canto de alabanza, a su Magnificat. Rezando a la
Virgen, rezando con la Virgen, glorificamos a Dios por las “maravillas” que ha
hecho en ella, y por medio de ella, en la historia de la salvación, y en
nuestra propia historia.
Y al mismo tiempo, al rezar con María, Madre de la Iglesia, pedimos su intercesión. A ella, Medianera de todas las
gracias, confiamos nuestras súplicas para que como Madre amorosa nos ayude en
nuestra peregrinación por este mundo. Hemos de confiar en el poder de la
Virgen, como da testimonio la vida de los santos y como nosotros mismos seguro
ya hemos experimentado. Nadie de los que haya acudido a ella e implorado su protección
ha sido desamparado –argumenta confiado san Bernardo en su oración del
Acordaos. Nadie ha sido desamparado, por eso nosotros hemos de acudir
confiadamente, como el niño que sabe que en su madre tiene el refugio y el
consuelo.
Mis queridos hermanos:
Amemos el rosario, recémoslo en familia, todos los días, como la Virgen
ha pedido en sus apariciones en Lourdes y Fátima. El será fuente de bendiciones
y de paz. La familia que reza unida, permanece unida.
Amemos el rosario, recémoslo y con él vendrá abundantes gracias
espirituales y materiales sobre nosotros y los nuestros.
Amemos el rosario, recémoslo y tendremos la protección de aquella que
Auxilio de los cristianos.
Amemos el rosario y no dejemos de rezarlo porque es signo de
predestinación, nos veremos libres del infierno, se destruirán en nosotros los
vicios, disminuirán los pecados y nos veremos libres de los errores de la
herejía.
Sí. Amemos el rosario y veremos como nuestras almas crecerán en la virtud
y en las buenas obras, y viviremos la santidad que Dios espera de nosotros.
Recemos el rosario devotamente y nos veremos libres de la desdicha,
tendremos la muerte de los justos, conseguiremos la perseverancia en la fe y en
la gracia.
Recemos el rosario y libraremos multitud de almas del purgatorio y de la
condenación.
Amemos el rosario, y nuestras almas se verán saciadas, en las tentaciones
hallaremos la paz y la fortaleza, en nuestra pobreza seremos socorridos, en
nuestras tristezas consoladas.
Amemos y recemos el santo rosario
que tanto agrada a Nuestra Señora y siempre con humildad pidamos –como pide la
Iglesia-: “Haznos, oh Virgen dignos de alabarte, danos fuerza contra el
enemigo. Que así sea.”
domingo, 6 de octubre de 2019
CÓMO DEBEMOS AMAR A DIOS. San Juan Bautista de la Salle
De cómo debemos amar a Dios-
MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO DECIMOSÉPTIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
San Juan Bautista de la Salle
En respuesta a un doctor de la ley que le había preguntado cuál era en la Ley el mandamiento principal, dijo Jesús: Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas (1).
Éste es, en efecto, mandamiento grande, porque tiene amplísima extensión y porque el modo como Jesucristo aclara que debe amarse a Dios, exige de nosotros extraordinaria valentía. Él dará hoy tema a nuestras reflexiones.
Debemos, pues, primero, amar a Dios con todo nuestro corazón; o sea, con todo nuestro afecto, sin reservar la menor partecita de éste para criatura alguna; antes, queriendo amar meramente a Dios, por ser Dios el solo amable, ya que Él es lo único bueno, esencialmente y por sí mismo.
De ahí que, amar algo fuera de Dios es hacerle injuria y posponerle a lo que está infinitamente por de bajo de Él. Porque si alguna bondad posee o alguna amabilidad presenta en sí lo criado, son sólo emanación y participación de la bondad que fluye de Dios, como bien que le es propio, y del que hace partícipe a su criatura.
Además, por ser Dios infinitamente bueno, y el manantial inagotable de todo bien creado, no nos es lícito tender ni entregarnos con toda la amplitud de nuestro corazón a cosa alguna que no sea Dios; pues todo lo creado ha sido hecho para Él y, si amamos algo en las criaturas, ha de ser sólo en Dios, donde hallamos como en su principio todo lo amable que existe en ellas.
Es imposible que amemos a Dios con todo el corazón, si no le amamos también con toda nuestra alma; esto es, si no estamos dispuestos a renunciar, no sólo a todas las cosas exteriores y sensibles, sino a la vida misma, significada por la palabra " alma "; antes que vernos privados un solo instante del amor de Dios.
Y eso, porque sobre cualquiera otra cosa que pudiera despertar nuestro afecto, debemos preferir a Dios. La razón de ello es que, hallándose Dios infinitamente por encima de todas las cosas creadas - entre las cuales se incluye nuestra vida - no merece ésta el menor aprecio de nuestra parte, parangonada con quien es su creador.
¿No es justo, pues, que la ofrezcáis a Dios gustosos, y le hagáis de ella el sacrificio, con el fin de conservar o aumentar en vosotros su santo amor? Además, habiéndoos dado Dios la vida por efecto de una bondad puramente gratuita, está muy puesto en razón, para manifestarle cuán deudores le sois y en qué medida le pertenecéis, que le hagáis de ella homenaje, como de cosa que le pertenece y de la que no sois más que depositarios.
Es, en verdad, hacer a Dios holocausto de la propia vida no emplearla sino en su servicio; eso es lo que estáis en condiciones de cumplir vosotros por vuestra profesión y empleo; sin inquietaros de morir en él al cabo de pocos años, con tal de que os salvéis y ganéis en él almas para Dios. Éstas, a su vez, os ayudarán a encumbraros en la gloria, después que hayáis procurado franquearles a ellas la entrada, enseñándolas y ayudándolas a poner por obra cuantos medios deban emplear para ir al cielo. Así manifestaréis a Dios que " le amáis con toda vuestra alma ".
Dios, que nos ha traído al mundo sólo para Él, según aquel dicho del Sabio: El Señor ha creado todas las cosas para Sí (2); piensa también continuamente en nosotros; y habiéndonos dotado de espíritu tan sólo para que pensemos en Él, con razón dice Jesucristo en el evangelio de este día que debemos amar a Dios con toda nuestra mente.
Cumpliremos este mandamiento ocupándonos siempre de Él, y enderezando de tal modo hacia Él cuanto pensemos sobre las criaturas, que nada de lo que concierne a éstas ocupe nuestro espíritu, sin que nos induzca a amar a Dios o a preocuparnos de su santo amor; ya que nada descubre mejor el amor de una persona para con otra que el sentirse incapaz de pensar más que en ella.
¡Felices vosotros, si todos vuestros pensamientos tendieran exclusivamente a Dios y versaran sólo acerca de Él. Entonces habríais encontrado el paraíso en la tierra, pues vuestra ocupación sería la de los Santos, y gozaríais por consiguiente la felicidad que ya ellos disfrutan.
Verdad es que se daría esta distinción: los Santos ven a Dios claramente y en su propia esencia, mientras nos otros gozaríamos de Él sólo por la fe. Pero esta visión de fe causa tal gozo y alegría en el alma enamorada de su Dios, que experimenta ya en esta vida cierto gusto anticipado de las delicias del cielo.
¿Disfrutan vuestras almas ventura tan apetecible? Si no son tan felices que ya la posean, procurad irla alcanzando por la aplicación a Dios en vuestras plegarias y por el uso frecuente de las oraciones jaculatorias. ¡Es el mayor bien que podéis gozar en este mundo!
Éste es, en efecto, mandamiento grande, porque tiene amplísima extensión y porque el modo como Jesucristo aclara que debe amarse a Dios, exige de nosotros extraordinaria valentía. Él dará hoy tema a nuestras reflexiones.
Debemos, pues, primero, amar a Dios con todo nuestro corazón; o sea, con todo nuestro afecto, sin reservar la menor partecita de éste para criatura alguna; antes, queriendo amar meramente a Dios, por ser Dios el solo amable, ya que Él es lo único bueno, esencialmente y por sí mismo.
De ahí que, amar algo fuera de Dios es hacerle injuria y posponerle a lo que está infinitamente por de bajo de Él. Porque si alguna bondad posee o alguna amabilidad presenta en sí lo criado, son sólo emanación y participación de la bondad que fluye de Dios, como bien que le es propio, y del que hace partícipe a su criatura.
Además, por ser Dios infinitamente bueno, y el manantial inagotable de todo bien creado, no nos es lícito tender ni entregarnos con toda la amplitud de nuestro corazón a cosa alguna que no sea Dios; pues todo lo creado ha sido hecho para Él y, si amamos algo en las criaturas, ha de ser sólo en Dios, donde hallamos como en su principio todo lo amable que existe en ellas.
Es imposible que amemos a Dios con todo el corazón, si no le amamos también con toda nuestra alma; esto es, si no estamos dispuestos a renunciar, no sólo a todas las cosas exteriores y sensibles, sino a la vida misma, significada por la palabra " alma "; antes que vernos privados un solo instante del amor de Dios.
Y eso, porque sobre cualquiera otra cosa que pudiera despertar nuestro afecto, debemos preferir a Dios. La razón de ello es que, hallándose Dios infinitamente por encima de todas las cosas creadas - entre las cuales se incluye nuestra vida - no merece ésta el menor aprecio de nuestra parte, parangonada con quien es su creador.
¿No es justo, pues, que la ofrezcáis a Dios gustosos, y le hagáis de ella el sacrificio, con el fin de conservar o aumentar en vosotros su santo amor? Además, habiéndoos dado Dios la vida por efecto de una bondad puramente gratuita, está muy puesto en razón, para manifestarle cuán deudores le sois y en qué medida le pertenecéis, que le hagáis de ella homenaje, como de cosa que le pertenece y de la que no sois más que depositarios.
Es, en verdad, hacer a Dios holocausto de la propia vida no emplearla sino en su servicio; eso es lo que estáis en condiciones de cumplir vosotros por vuestra profesión y empleo; sin inquietaros de morir en él al cabo de pocos años, con tal de que os salvéis y ganéis en él almas para Dios. Éstas, a su vez, os ayudarán a encumbraros en la gloria, después que hayáis procurado franquearles a ellas la entrada, enseñándolas y ayudándolas a poner por obra cuantos medios deban emplear para ir al cielo. Así manifestaréis a Dios que " le amáis con toda vuestra alma ".
Dios, que nos ha traído al mundo sólo para Él, según aquel dicho del Sabio: El Señor ha creado todas las cosas para Sí (2); piensa también continuamente en nosotros; y habiéndonos dotado de espíritu tan sólo para que pensemos en Él, con razón dice Jesucristo en el evangelio de este día que debemos amar a Dios con toda nuestra mente.
Cumpliremos este mandamiento ocupándonos siempre de Él, y enderezando de tal modo hacia Él cuanto pensemos sobre las criaturas, que nada de lo que concierne a éstas ocupe nuestro espíritu, sin que nos induzca a amar a Dios o a preocuparnos de su santo amor; ya que nada descubre mejor el amor de una persona para con otra que el sentirse incapaz de pensar más que en ella.
¡Felices vosotros, si todos vuestros pensamientos tendieran exclusivamente a Dios y versaran sólo acerca de Él. Entonces habríais encontrado el paraíso en la tierra, pues vuestra ocupación sería la de los Santos, y gozaríais por consiguiente la felicidad que ya ellos disfrutan.
Verdad es que se daría esta distinción: los Santos ven a Dios claramente y en su propia esencia, mientras nos otros gozaríamos de Él sólo por la fe. Pero esta visión de fe causa tal gozo y alegría en el alma enamorada de su Dios, que experimenta ya en esta vida cierto gusto anticipado de las delicias del cielo.
¿Disfrutan vuestras almas ventura tan apetecible? Si no son tan felices que ya la posean, procurad irla alcanzando por la aplicación a Dios en vuestras plegarias y por el uso frecuente de las oraciones jaculatorias. ¡Es el mayor bien que podéis gozar en este mundo!