miércoles, 1 de octubre de 2025

2 DE OCTUBRE. LOS SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS

02 DE OCTUBRE

LOS SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS

ENSEÑA la Teología católica —apoyada en la Divina Escritura y en los Santos Padres— que, en la escala de las criaturas, existen entre Dios y el hombre unos seres llamados Ángeles —esto es: enviados o mensajeros—, puestos al servicio directo del Altísimo, según aquellas palabras del Salmista: «Bendecid al Señor todos sus Ángeles, poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de sus mandatos». Son unos espíritus puros y bienaventurados, invisibles e inmortales, dotados de un entendimiento, de una voluntad, de un poder y de una belleza muy superiores a los de los hombres, por muy maravillosos que nos parezcan los modernos adelantos de la ciencia...

Nadie se ha atrevido a calcular el número sin número de estos espíritus celestiales. Job, atónito, se pregunta: «¿Quién podrá contar los Ángeles?» Santa Francisca Romana los ve salir de las manos del Creador «como copos de nieve en un día de tormenta», Y Daniel y San Juan —favorecidos con inefables visiones— nos hablan de «un número que no se puede contar».

Santo Tomás de Aquino divide los escuadrones angélicos en nueve Coros, cuyos oficios distribuye así el eximio teólogo español Padre Suárez: «Los Serafines, Querubines y Tronos, forman la augusta corte de la Santísima Trinidad; las Dominaciones presiden el gobierno del Universo; las Virtudes, la fijeza de las leyes naturales ; las Potestades refrenan el poder de los demonios; los Principados tienen bajo su amparo a los reinos y naciones; los Arcángeles defienden a las comunidades menores, y los Ángeles guardan a cada uno de los hombres».

De estos últimos hace memoria la Iglesia, bajo la advocación de Los Santos Ángeles Custodios: «paraninfos de nuestras almas» —que dice San Bernardo—, «abejas vigilantes de la colmena del cielo, que liban en las flores de las almas» — como quiere San Anselmo.

Los paganos habían imaginado unas divinidades tutelares de los niños, unos genios que los iniciaban en los misterios de la vida. «Para los cristianos —les dice Tertuliano allá en el siglo III— esos genios son los Ángeles buenos». Y añade Orígenes: «Sí, cada uno de nosotros tenemos un Ángel que nos dirige, nos acompaña, nos gobierna, nos amonesta y presenta a Dios nuestras plegarias y buenas obras...».

La doctrina no era nueva. Cuando San Pablo escribía que dos Ángeles tienen por misión servir a los futuros moradores de la gloria, los hombres», pensaba, indudablemente, en aquellas palabras de Cristo: «Mirad que no tengáis en poco a ninguno de estos pequeñitos, porque os aseguro que sus Ángeles ven siempre la cara de mi Padre que está en los cielos». O en las otras del Éxodo: «Mira que yo enviaré mi Ángel, quc vaya delante de ti y te guarde en el camino y te conduzca al lugar que te he preparado». O en las del Salmo: «En palmas te llevarán para que tu pie no tropiece en alguna piedra».

La Sagrada Escritura está llena de ejemplos de asistencia angélica. Un ángel avisa a Lot del peligro que corre en Sodoma. Un ángel conforta a Agar y le anuncia que su hijo «será cabeza de un gran pueblo». Un ángel socorre y alienta al profeta Elías en el desierto de Arabia. Un ángel libra a San Pedro de las manos de Herodes, Un ángel ampara la castidad de Inés... ¿Cuándo acabaríamos de citar ejemplos, si ni siquiera cabrían aquí los nombres' de aquellos Santos que, como Santa Francisca Romana, San Francisco de Sales, Santa Micaela del Santísimo Sacramento, Santa Rosa de Lima, Santa Gema Galgani o el Padre Hoyos, disfrutaron de la presencia visible de su Ángel Custodio? «¡Bendito sea Dios —exclama el profeta Daniel—, que ha enviado a su Ángel y librado a sus siervos que han creído en él!».

Sí. Resulta verdaderamente confortador para el alma el saber que no está sola en el duro peregrinar por este valle de lágrimas; que hay un Ángel de luz a nuestro lado, que, a las asechanzas del demonio, opone la claridad de sus buenas inspiraciones, la fuerza de sus impulsos, la fe en Dios y el amor a lo eterno; un Ángel que —como dice San Agustín— «nos ama como a hermanos y está con una santa impaciencia por vernos ocupar en el cielo aquellas sillas de que se hicieron indignos los ángeles rebeldes». Nuestra vida es una cadena de beneficios suyos. El solo pensamiento de que llevamos siempre esta «escolta», esta «guardia personal», debiera infundirnos confianza en nosotros mismos y llenarnos de santo orgullo. Lo decía San Jerónimo: «Nada contribuye tanto a formar un elevado concepto de la dignidad de las almas como lo que Dios hace por ellas, y, singularmente, el destinar a cada una un Ángel desde el mismo día de su nacimiento»...

¡Gran honor, es verdad!; pero que exige correspondencia. «Padre, ¿qué le daremos?» —pregunta Tobías, refiriéndose al ángel San Rafael—. En el Éxodo está la respuesta: «Respétale y escucha su voz; no oses despreciarle, porque, si pecares, no te lo pasará, y en él se halla mi nombre. Mas, si oyeres su voz y ejecutares cuanto te ordeno, seré enemigo de tus enemigos y perseguiré a los que te persiguen: y mi Ángel irá delante de ti». San Bernardo pide para el Ángel Custodio: respeto, confianza y gratitud. Y el Himno de Vísperas de la Misa de hoy, un canto de alabanza: Custodes hóminum psállimus Ángelos...

¡Magnífico programa!