Día 19.
OCÉANO DE GRACIA: SEGUNDA EXCELENCIA DEL SANTÍSIMO CORAZÓN DE LA GLORIOSA VIRGEN
MES EN HONOR DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
CON SAN JUAN EUDES
ORACIÓN PARA COMENZAR
TODOS LOS DÍAS:
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:
Oración inicial inspirada en la de san Juan Eudes
Oh Jesús, Hijo único de Dios, Hijo único de María, quiero conocer y amar más y mejor el Corazón Inmaculado de tu Madre, obra que sobrepasa infinitamente mi capacidad. La he emprendido por tu amor y por el amor de tu dignísima Madre, apoyado en la confianza que tengo en el Hijo y en la caridad de la Madre. Tú sabes, Salvador mío, que solo pretendo agradarte y rendir a ti y a tu divina Madre un pequeño tributo de gratitud por las misericordias que he recibido de tu Corazón paternal, por intermediación de su benignísimo Corazón. Ves igualmente que de mí mismo solo soy un abismo de indignidad, de incapacidad, de tinieblas, de ignorancia y de pecado. Por ello, renuncio de todo corazón a todo lo mío; me doy a tu divino espíritu y a tu santa luz; me entrego al amor inmenso que profesas a tu amadísima Madre; me doy al celo ardentísimo que tienes por su gloria y su honor. Toma posesión de mi entendimiento y anímalo; ilumina mis tinieblas; enciende mi corazón; conduce mis obras; bendice mi trabajo y que te plazca servirte de él para el acrecentamiento de tu gloria y del honor de tu bendita Madre; imprime finalmente en los corazones de los hombres la verdadera devoción al amabilísimo e inmaculado Corazón de María.
Se meditan los textos dispuestos para cada día.
Día 19.
OCÉANO DE GRACIA: SEGUNDA EXCELENCIA DEL SANTÍSIMO CORAZÓN DE LA GLORIOSA VIRGEN
De libro El Corazón Admirable de la Madre de Dios de san Juan Eudes.
El divino Corazón de la Madre de Dios es un océano de gracia. No soy yo quien lo dice. Es un arcángel, enviado por Dios y bajado del cielo para anunciar a la reina de los ángeles que ha sido escogida por su divina Majestad como Madre de su Hijo. Le anuncia primeramente que es LLENA DE GRACIA. No dice que será sino que es llena de gracia.
¿Quieres saber cómo es llena de gracia antes de la encarnación del Hijo de Dios en ella? Considera dos verdades enseñadas por varios ilustres doctores.
La primera es que está llena de gracia tan eminente, en el momento de su Concepción Inmaculada, que, según el sentir de varios teólogos muy señalados, sobrepasa desde entonces la gracia del primero de los serafines y del más eminente de todos los santos, considerada incluso en su última perfección.
La segunda verdad es que esta divina Virgen jamás permanecía ociosa. Estaba siempre dedicada a Dios y en ejercicio continuo de amor a su divina Majestad. Y porque lo amaba con todo su Corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y según toda la extensión de la gracia que había en ella, esa gracia se duplicaba en su alma, si no de instante en instante, al menos de hora en hora, y quizás más a menudo. De modo que había llegado a un grado de gracia inconcebible e indecible, cuando el arcángel san Gabriel la saludó como llena de gracia.
Si, pues, esta Virgen muy bendita fue llena de gracia antes de concebir en sí al Hijo de Dios, ¿cuál fue la abundancia y la plenitud de gracias que el Espíritu Santo derramó en su Corazón y en su seno virginal para hacerla digna de que naciera en ella aquel que el Padre eterno produce antes de todos los siglos en su seno admirable? Es la gracia de ser la verdadera Madre del mismo Hijo del cual él es el Padre. Ciertamente la dignidad de Madre de Dios, por ser infinita, la gracia otorgada a esta Virgen divina para hacerla digna de disponerse a dar el ser y la vida a un Dios, debe ser debe ser también, en cierto modo, infinita. Santo Tomás asegura que es proporcionada a esa dignidad muy sublime.
Si es portento grande ser Madre de Dios y formar, de su propia sustancia, al Hijo de Dios en las entrañas, ¿será posible imaginar en una pura criatura algo mayor que llevarlo, conservarlo y hacerlo vivir con su sangre virginal, por espacio de nueve meses, en esas mismas entrañas? ¿Y qué abundancia de gracias derrama el Espíritu Santo en su Corazón para hacerla digna de continuar así el oficio de Madre, de tal Madre, y para tal Hijo? ¿Quién podrá comprender lo que este adorable Hijo, infinitamente rico, infinitamente generoso e infinitamente agradecido devuelve a aquella de quien recibe continuamente, durante nueve meses, un nuevo ser y una nueva vida, vida infinitamente más preciosa, que todas las vidas de los hombres y de los ángeles? Y además todas las adoraciones, todo el amor y todas las alabanzas que ella le tributa sin cesar mientras que él permanece en sus benditas entrañas. ¿Si tú das un reino, Jesús mío, a quien dé un vaso de agua a un pobre por amor tuyo, qué dones y tesoros, qué gracias derramas de continuo en el Corazón de tu divina Madre, tú que eres fuente inagotable de bendiciones? No tienes deseo mayor que comunicarlas y tanto más que no encuentras nada en ese Corazón purísimo que te oponga algún impedimento.
La divina María cumplió el oficio de Madre con su Hijo Jesús, no solo cuando lo concibió en su vientre sagrado, cuando lo llevó, conservó e hizo vivir con su sustancia durante meses, y cuando lo dio a luz en Belén, sino también cuando lo alimentó con su leche virginal, cuando lo tuvo entre sus brazos y en su regazo, cuando lo vistió y lo libró del furor de Herodes, cuando lo condujo o mejor lo llevó en brazos al templo de Jerusalén y luego a Egipto, cuando lo trajo a Nazaret y cuando hizo todo lo demás que una buena madre suele hacer con su hijo.
Si según san Bernardino mereció más por el consentimiento que dio y por el cumplimiento de la encarnación del Hijo Dios que lo que han merecido todos los ángeles y lo santos por todas las acciones de virtud que practicaron, qué gracias y merecimientos esta dignísima Madre del Salvador obtuvo en todas esas ocasiones pero especialmente cuando tan a menudo lo llevó en su seno virginal, cuando tantas veces le dio la santa leche de su purísimo seno. También se colmó de gracias en la convivencia familiar que sostuvo con él durante el tiempo que lo acompañó en la tierra, y cuando escuchaba sus divinas predicaciones, pero sobre todo cuando lo ofreció al Padre eterno por la salvación del género humano tanto en el templo en el día de la presentación como en el Calvario en el día de su muerte.
Si el Espíritu Santo derramó en el Corazón de esta Madre admirable torrentes de una gracia en cierto modo infinita para que fuera digna de hacer nacer a Jesús en sus benditas entrañas ¿qué hizo cuando la dispuso a sacrificar este queridísimo Hijo y sacrificarlo con tanto dolor y tanto amor?
Ciertamente se puede decir que como en esa ocasión su Corazón fue cambiado en océano inmenso de dolores fue también hecho mar de gracias y santidad sin fondo ni riveras.
¿Quién podrá concebir la abundancia cuasi infinita de gracias de que el sagrado Corazón de la Madre del Salvador se vio colmado en la visita que le hizo ya resucitado? Comprende, si puedes, los extremos suplicios que esta Madre desolada sufrió al ver que se le arrancaba el alma a fuerza de tormentos, y comprenderás la inmensidad, si me atrevo a decir, de gracias que mereció por este medio, y que su Hijo Jesús le dio después de su resurrección y en el día de su ascensión.
Y además, de cuántos tesoros de gracia este santísimo Corazón de la Madre de Dios fue enriquecido por el divino Sacrificio del altar al cual asistía todos los días con devoción indecible y por todas las santas comuniones que hacía también todos los días con un amor increíble durante los quince años que permaneció en la tierra después de la ascensión de su Hijo.
Aunque varios autores escriben que esta bienaventurada Virgen permaneció veinticuatro años en la tierra después de la ascensión de su Hijo y que por tanto vivió setenta y dos años, otros sin embargo aseguran que permaneció solo quince años a partir de la muerte de su Hijo y que por tanto vivió sesenta y tres años. Sea lo que sea, es cierto que empleó muy santamente todos los momentos de su morada en la tierra. ¿Cuántas obras excelentes hizo durante ese tiempo? ¿Cuántos actos de virtud muy heroicos practicó? ¿A cuántos apóstoles y varones apostólicos animó a abrazar generosamente las funciones del apostolado? ¿Cuántas cosas enseñó a los evangelistas, aprendidas de su Hijo? ¿A cuántos mártires infundió valor? ¿A cuántos confesores llevó a confesar públicamente la fe y la religión cristiana? ¿A cuántas personas atrajo a la recepción del santo bautismo? ¿A cuántos pecadores hizo entrar en los dolores de la penitencia? ¿A cuántos arrancó de los abismos de la desesperanza? ¿A cuántas almas desdichadas arrancó de las garras y los dientes del león infernal? ¿Cuántas personas han sido iluminadas por su intercesión con la luz del cielo e inflamadas en celo por la gloria de Dios? ¿Cuántos lugares no han sido colmados por ella del conocimiento de la santísima Trinidad? ¿Por su medio cuántas Iglesias han sido fundadas? ¿Cuántas veces ha estado dispuesta a sacrificarse por los intereses de Dios y a sufrir todos los tormentos y muertes imaginables por su honor y por la salvación de las almas? ¿Cuántas lágrimas ha derramado al ver que Dios no solo es poco conocido y poco amado en la tierra sino que es ofendido y ultrajado? ¿Cuántos actos de amor, de amor purísimo y lleno de ardor, dirigía su Corazón virginal hacia el cielo a toda hora y en todo momento? ¿Con qué fervor y perfección practicaba todas las virtudes y hacía todas sus acciones, incluso las más pequeñas por amor de su Creador? ¡Oh Virgen santa, muy justamente Dios mismo contemplaba tus pasos por los caminos de la gracia y decía: Qué hermosos son tus pasos! (Cantar 7, 1).
Si es cierto, y no lo dudo, lo que santos y célebres doctores enseñan que estabas en ejercicio continuo de amor de Dios, que lo amabas siempre de todo tu Corazón y con toda la extensión de la gracia que había en tu alma. Esa gracia se duplicaba y acrecentaba en ti, al menos cada hora, o quizás más a menudo. ¿Qué matemático, hombre o ángel, podría enumerar, no digo los grados sino los abismos, mares y océanos, los diluvios de gracia y santidad que habías adquirido y conseguido al final de tu vida, y que la amplitud y extensión casi infinitas de tu Corazón admirable podían poseer y contener en ti misma?
No te admires de que concluya que la bienaventurada Virgen es océano de gracia. Los oráculos del Espíritu Santo nos anuncian que la gracia de esta gloriosa Virgen es inmensa como es inmensa la capacidad de su Corazón que la contiene. San Epifanio afirma que es corta la capacidad y fatigante para la lengua del que desee, oh Virgen, medir la inmensidad de tu gracia y de tu gloria. Y san Anselmo anota: Cuando deseo considerar la inmensidad de tu gracia y de tu gloria, oh Virgen bienaventurada mi espíritu se pierde y mi lengua queda muda. San Juan Damasceno añade: La muy sagrada Virgen es tesoro de vida y abismo inmenso de gracia. Y de san Buenaventura son estas palabras: Es verdad que la gracia de que fue colmada María es gracia inmensa. María es navío inmenso pues pudo contener a aquel que es más grande que los cielos. Si lo albergó dentro de sus entrañas cuánto más lo tuvo en su Corazón. Y si la capacidad inmensa de su Corazón fue colmada de gracia es necesario concluir que la gracia que pudo colmar tal capacidad es sin medida.
Gracias infinitas, inmensas y eternas al soberano autor de la gracia que dotó de un Corazón tan grande y espacioso a su divina Madre; que la llenó de gracia prodigiosa, que es océano y mar de bendiciones para todos los verdaderos hijos de su muy dulce y amable Corazón.
Jaculatoria: Con san Juan Eudes digamos: “Oh Corazón admirable, cerrado siempre a toda clase de pecados y colmado de la más alta santidad de que es posible un corazón humano. Te ofrezco mi corazón. Tómalo, te lo ruego, con plena y eterna posesión. No permitas que entre en él algo que desagrade a mi Dios, pero ruega a su divina Majestad que establezca en él por entero el reino de su gracia y de su amor.”
Propósito: Aprovechar todas las ocasiones que se presenten en este día para ganar gracias y ser fiel a ellas: sacramentos, oración, mortificación, ofrecimiento de obras…
PARA FINALIZAR
Unidos al Ángel de la Paz, a los santos pastorcitos de Fátima, Francisco y Jacinta, a las almas humildes y reparadoras, digamos:
Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo.
Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
no esperan y no os aman. (3 veces)
***
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
os adoro profundamente
y os ofrezco
el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad
de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios de la tierra,
en reparación de los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias
con que El mismo es ofendido.
Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón
y del Corazón Inmaculado de María,
os pido la conversión de los pobres pecadores.
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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
San Juan Eudes y todos los santos amantes de los Sagrados Corazones, rogad por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.