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jueves, 30 de agosto de 2018
domingo, 26 de agosto de 2018
EVANGELIO DEL DÍA. BUSCAD EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA
XIV DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
FORMA EXTRAORDINARIA DEL RITO ROMANO
Nadie puede servir a dos
señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará
al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por
eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni
por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que
el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no
siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los
alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?¿Quién de vosotros, a fuerza de
agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por
el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os
digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues
si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la
viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis
agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a
vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial
que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el reino de Dios y su
justicia; y todo esto se os dará por añadidura.
Mt 6, 24-33COMENTARIOS AL EVANGELIO
miércoles, 22 de agosto de 2018
POR LA CONFESIÓN, NOS VEMOS LIBRES DE LA LEPRA DEL PECADO. Homilía
POR LA CONFESIÓN, NOS VEMOS LIBRES DE LA
LEPRA DEL PECADO
Homilía - XIII domingo después de Pentecostés 2018
La lepra es
una enfermedad crónica causada por bacterias
provocando la putrefacción de la carne, pérdida de miembros y un
desfiguramiento repulsivo del cuerpo. Pero el verdadero problema es el daño que
esta enfermedad provoca en el interior del sistema nervioso afectando a las
funciones sensoriales causando insensibilidad como, en menor medida, a las
funciones motoras, originando pérdidas de movimiento.
Una
enfermedad gradual que poco a poco va degradando el cuerpo del enfermo.
Una
enfermedad contagiosa que se transmite fácilmente cuando se está cerca del
enfermo.
La situación
social del leproso es terrible. Una enfermedad que avergüenza a los que la
sufren, pues son expulsados de la sociedad y obligados a vivir en leproserías y
alejados de su familia y su entorno.
En algún
momento se llegó a considerar a la lepra como castigo divino ante el pecado. El
leproso debía mantenerse alejado de los lugares frecuentados por los otros
llevando una campana al cuello para
avisar de su presencia; junto con mil
prohibiciones más. Realmente, el leproso
era tratado como un muerto en vida.
“La
enfermedad más prevalente no es la lepra o la tuberculosis, -decía la Madre Teresa de Calcuta-
es el sentimiento de que no le importas a nadie, que nadie te quiere”.
Todos
conocemos la respuesta de Madre Teresa ante aquella señora impresionada
por verla bañar a un leproso: - Yo no
bañaría a un leproso –dijo la señora- ni por un millón de dólares. La Madre
Teresa le contestó: - Yo tampoco porque a un leproso solo se le puede bañar por
amor.
Queridos
hermanos:
Al escuchar hoy el Evangelio de los Diez leprosos
que se acercan a Jesús gritando: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros, nos
recuerda que en él encontramos la curación de nuestras enfermedades.
Pero sobre todo hemos
de caer en la cuenta de que la peor de las enfermedades es el pecado: “que no
solo mata el cuerpo sino también el alma, con el poder de arrojarnos al
infierno”.
El pecado como
la lepra desfigura la imagen del hombre y de la mujer, aquella imagen que Dios
imprimió en nosotros en la creación. Como la lepra, el pecado afecta a lo más
interior del alma imposibilitando el bien y la caridad en nosotros.
Cuando el
pecador no se arrepiente y vive permanentemente en ese estado, va degradando su
cuerpo y su alma; enredado en una espiral de pecado cada vez más fuerte y
profunda.
El pecador que
vive así acaba contagiando su ambiente, su familia, sus relaciones… siembra el
mal a su paso… hace que otros vivan como él o sigan su ejemplo.
El pecador se
encuentra en la peor de las situaciones posibles ante la eternidad: solo le
espera la condenación y el infierno, alejado de Dios para toda la eternidad, en
el lugar de fuego y del rechinar de dientes.
Como el leproso,
el pecador es un muerto viviente.
Lamentable es
esta situación, sino pone el remedio de la confesión y la medicina de la
misericordia con la que Dios está siempre dispuesto a curarle. Pero el tiempo
pasa, la eternidad se acerca, el juicio está ya próximo.
¡No podemos ser
indiferentes ante la suerte de tantos pecadores que se condenan porque no hay
nadie que rece y se sacrifique por ellos! –como la Virgen manifestó y pidió en
Fátima.
Pero, ¿no somos nosotros pecadores? Como
aquellos diez leprosos también hemos de acudir a Jesucristo y pedir compasión
para nosotros.
Jesús envió a
los leprosos a que se presentasen ante los sacerdotes. Estos no podían curar la
lepra, tan solo comprobar que se había dado la curación. Hoy Jesucristo nos
envía también a los sacerdotes de la Nueva Alianza, pero a estos se les ha dado
la potestad para cura limpiar y absolver la lepra del pecado.
Obligados a
confesar al menos una vez al año, en peligro de muerte o si queremos comulgar:
no podemos ver la confesión como una mera obligación, sino como una verdadera
medicina, liberación y sanación de nuestra alma.
La confesión es
para los pecadores el único medio para alcanzar el perdón de los pecados, y
para aquellos que viven habitualmente en gracia el medio de conservarse en este
estado y perseverar en la amistad con Dios.
Fijaos que
admirable es el sacramento de la confesión: la acusación de nuestros delitos
ante el sacerdote nos alcanza el perdón, descubrir nuestro pecado ante el
ministro de Dios nos hace dignos de la misericordia divina; mientras que el
ocultarlos y no confesarlos nos hace reos de condenación.
No funciona así
la justicia humana: se castiga cuando se descubre el delito, y se absuelve
cuando no se oculta la culpa.
Por medio del
Sacramento de la Confesión se dispone en nosotros el verdadero arrepentimiento
y penitencia: porque a través de ella aprendemos a humillarnos delante de Dios,
pues nada hay que más nos humille que reconocer nuestros pecados… y no de forma
general acusándonos de pecadores como lo hacemos en la celebración de la santa
misa al rezar el Yo, pecador… o una acusación ante Dios en nuestra oración
privada…
Es una verdadera
escuela de humildad reconocer nuestros pecados delante de un hombre, detallar
la materia del pecado, las circunstancias que lo agraven o lo aminoren, las
ocasiones en que se ha caído en ella… Recordemos que las confesión ha de ser
detallada: no sirve confesarse de cosas generalísimas y o de vicios en general;
la confesión ha de ser en este sentido concreta, no vaga… El sacerdote no es
adivino y lógicamente si me acuso de haber mentido, he de decir en que he
mentido, porque he mentido, cuantas veces he mentido… Simplemente decir digo
mentiras, es una acusación, pero incompleta. Esto nos ayuda a conocer nuestro
pecado verdaderamente y poder poner el mejor remedio, como también saber en que
medida he de satisfacer la pena temporal que por ellos merecemos.
La confesión es una verdadera escuela de
humildad porque hemos de someternos al juicio del sacerdote; escuchar aquello
que su celo le inspire, cumplir la penitencia que nos imponga… Error fatal para
el crecimiento espiritual el que va buscando al confesor menos exigente, o que
es sordo, o que sabemos que poco nos va a decir… Sin duda, hemos de preferir al
confesor más celoso y prudente, no al mercenario que nada le importa la suerte
de las ovejas.
¿Cómo ha de ser
nuestra confesión?
Sincera:
a Dios no lo podemos engañar, pero podemos engañarnos a nosotros mismos o
engañar al Sacerdote.
Completa:
sin callarse ningún pecado, comenzando por los más graves.
Humilde:
sin altanería ni arrogancia, reconociendo nuestro pecado con sinceridad y buena
voluntad.
Prudente:
que debemos usar palabras adecuadas y correctas, y sin nombrar personas ni
descubrir pecados ajenos.
Breve:
sin explicaciones innecesarias y sin mezclarle otros asuntos.
Muchos huyen de
la confesión porque siente vergüenza. Y en cambio es la vergüenza la que
debería hacernos amar este sacramento. Lo que nos ha llevado al pecado ha sido el no tener
bastante vergüenza, dirá San Juan Crisóstomo. La vergüenza que nos faltó al
pecar, sea ahora la que dé comienzo a nuestra confesión.
¡Ojala no
perdamos nunca la vergüenza al confesar, porque ello demostraría nuestra
frialdad e impenitencia, el habernos llenado de tibieza y el acostumbrarnos al
pecado!
Jesús, Maestro,
ten compasión de nosotros- gritaban los leprosos y es también el grito de cada
uno de nosotros cuando nos hincamos de rodillas en el confesionario y decimos:
Padre, he pecado. Palabra pronunciada que inicia nuestra conversión, que nos
devuelve la justificación, que nos trae el perdón de los pecados y la
benevolencia divina. Confesión de los pecados que hace cambia dos corazones: el
de Dios, de airado en benefactor, y el del penitente, de pecador en santo.
Por el
sacramento de la confesión:
-Se
nos reconcilia con Dios y con la Iglesia;
-Recuperamos
el estado de gracia, si se había perdido;
-Hayamos
la remisión de la pena eterna merecida a causa de los pecados mortales y, al
menos en parte, de las penas temporales que son consecuencia del pecado;
-Se
nos concede la paz y la serenidad de conciencia y el consuelo del espíritu;
-Y
recibimos un aumento de la fuerza espiritual para el combate cristiano. La confesión es un freno para nuestro corazón
y para nuestras malas pasiones alejándonos de las ocasiones de pecado.
domingo, 19 de agosto de 2018
EVANGELIO DEL DOMINGO: JESÚS, MAESTRO, TEN COMPASIÓN DE NOSOTROS
XIII DOMINGO DESPUÉS
DE PENTECOSTÉS
FORMA EXTRAORDINARIA DEL RITO ROMANO
Una vez, yendo camino de
Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad,
vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a
gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los
sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de
ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y
se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un
samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?;
los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios
más que este extranjero?». Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Lc 17, 11-19
COMENTARIO AL EVANGELIO
LA LEPRA ES FIGURA DE LA FALSA DOCTRINA, DE CUYA MANCHA CORRESPONDE SÓLO A UN BUEN MAESTRO EL PURIFICARNOS. San Agustín
LA CARIDAD, LA MEJOR ACCION DE GRACIAS. San Agustín
Benedicto XVI LA FE SALVA AL HOMBRE
sábado, 18 de agosto de 2018
ALLÍ LA VEREMOS, ALLÍ LE CANTAREMOS: SALVE VIRGEN, MADRE Y REINA
SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN 2018
Assumpta est Maria in caelum:
Gaudent angeli, laudantes benedicunt Dominum
María ha sido elevada al cielo,
los ángeles se alegran Y, llenos de gozo, alaban al Señor.
Día de fiesta, día de gozo y
alegría: Hoy es la Asunción en cuerpo y alma a los cielos de nuestra Señora.
La Asunción es la Pascua de la
Virgen: muerte, resurrección, asunción y coronación.
Un gran misterio que al
celebrarlo en la Virgen, la primicia de la humanidad, nos anuncia y nos recuerda
nuestra misma suerte y destino.
En la carta a los corintios, el
Apóstol san Pablo reafirma la doctrina de la resurrección, pues había muchos
que negaban esta verdad. Los griegos eran incapaces de aceptar que tras la
muerte hubiese resurrección. Era una época muy parecida a la nuestra: el
materialismo, el racionalismo, el hedonismo hacen al hombre incapaz de elevar
su pensamiento y aceptar la verdad acerca de la vida eterna. Importa el ahora,
y –contra toda razón- hemos dado a esta vida la categoría de vida eterna. Pero esto se termina, lo creamos o no.
“Si Cristo no ha resucitado, vana
es nuestra fe, inútil nuestra predicación” –dice el Apóstol-.
“Pero Él ha resucitado de entre
los muertos: el primero de todos. Por medio de él Cristo todos volverán a la
vida.”
Es esta verdad la que hoy celebramos
en la Virgen María: Terminado el curso de su vida natural, Nuestra Señora sin
experimentar la corrupción del sepulcro –pues es la Inmaculada, la única
criatura sin mancha de pecado- es asociada a la resurrección de Hijo y con su
cuerpo glorificado es llevada al cielo en cuerpo y alma y entrando en la
eternidad de Dios como Princesa bellísima vestida de perlas y brocado enjoyada
con oro de Ofir, coronada como Reina y Señora de toda la creación.
¡De qué forma más hermosa lo ve
el Apóstol Juan cunado nos narra su Visión! Que imágenes tan elocuentes! Un
gran prodigio apareció en el cielo: Una mujer vestida de sol, y la luna debajo
de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas.
Hoy es asociada a la gloria de
Jesucristo Resucitado aquella que dijo “sí” a la voluntad del Padre, que
escuchó y puso por obra la Palabra de su Hijo, que fue dócil a la obra del
Espíritu Santificador.
Hoy es asociada a la gloria de
Jesucristo Resucitado aquella que permaneció al pie junto a la cruz del
Redentor ofreciéndose junto con su Hijo por la salvación de los hombres.
Hoy es asociada a la gloria de
Jesucristo Resucitado aquella que es fue constituida Madre de los hombres y de
la Iglesia y que perseveró en la oración reuniendo en torno así a los
discípulos de su Hijo.
Las palabras de Jesús: El que se
humilla será enaltecido, se cumplen hoy en aquella que siguió el camino de la
humildad, que se reconoció sierva y esclava del Señor. Hoy es ensalzada y exaltada
por encima de toda la creación.
Queridos hermanos:
Lo que celebramos en la
solemnidad de la Asunción es nuestro propio destino y al ver glorificada a la Madre
de Dios y Madre nuestra nos alegramos de su gloria y de nuestra propia gloria
futura a la que estamos llamados.
También nosotros, si aceptamos y
hacemos la voluntad de Dios en nuestra vida gozaremos de la gloria de
Jesucristo.
También nosotros, si confesamos
nuestras culpas, evitamos el pecado y buscamos la vida de la gracia en los
sacramentos y la vida de virtud, gozaremos de la gloria de Jesucristo.
También nosotros si perseveramos
en la fe en medio de la prueba, el sufrimiento y la cruz, si sabemos devolver
el bien por mal, si perdonamos al enemigo, obtendremos el perdón de nuestros
pecados, gozaremos de la bienaventuranza eterna y seremos coronados con una
corona de gloria que no se marchita.
También nosotros si somos
constantes en la oración, si nuestro corazón busca llenarse de Dios y vaciarse
de las cosas de este mundo, podremos gozar de la resurrección y entonar con
María Santísima su mismo cántico: Magnificat anima mea.
Con santa Isabel y las todas las
generaciones ensalcemos y felicitemos hoy
a María en su Asunción: Bendita tú entre las mujeres. Pidámosle que renueve
nuestra fe en nuestra propia resurrección y que nos conceda el deseo del cielo.
Presentémosle hoy nuestras peticiones y necesidades, y que al entrar en la
presencia de su Hijo interceda por nosotros.
Ella ha sido glorificada al
cielo, pero como Madre no está lejos de nosotros. Todo lo contrario. Atiende
nuestras oraciones, vela sobre nosotros, nos protege del enemigo, y nos mire
con ojos de misericordia.
Alentemos en nosotros el deseo
que los santos tenían de llegar al cielo y gozar de la visión de Dios y poder
verla a Ella obra perfecta de su amor. Allí la veremos, allí le cantaremos:
Salve, Virgen, Tú eres la gloria
de Jerusalén,
Salve, Madre, tú la alegría de
Israel,
Salve Reina, tú el honor de
nuestro pueblo.
miércoles, 15 de agosto de 2018
EVANGELIO DEL DÍA: DESDE AHORA ME FELICITARÁN TODAS LAS GENERACIONES
15 de agosto
ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA A LOS CIELOS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En aquel tiempo, quedó Isabel llena del Espíritu Santo, y exclamando en
alta voz, dijo: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto
de tu vientre! Y ¿de dónde a mí tanto bien que venga la Madre de mi Señor a mí?
Pues lo mismo fue llegar la voz de tu saludo a mis oídos, que dar saltos de
júbilo la criatura en mi seno. Y bienaventurada tú que has creído, porque se
cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor. Y dijo María: Mi
alma engrandece al Señor, y mi espíritu salta de gozo al pensar en Dios,
Salvador mío; porque miró la bajeza de su esclava, he aquí que desde ahora me
llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí grandes
maravillas el que es poderoso; y su nombre es santo, y su misericordia se
extiende de generación en generación sobre los que le temen.COMENTARIOS AL EVANGELIO
lunes, 13 de agosto de 2018
¿QUIÉN ES ESE SAMARITANO? Homilía
XII Domingo después de Pentecostés 2018 - homilía
La parábola del Evangelio de hoy nos hace
preguntarnos quién es ese buen samaritano:
¿Quién ese samaritano que ante el hombre herido al
borde del camino se movió a compasión, se acercó, vendó las heridas y echó en ellas aceite y vino? ¿Quién ese samaritano que ante el hombre
herido lo monta, lo lleva a una venta y le cuida, entregando al posadero dos
denarios para atenderlo? ¿Quién ese
samaritano que, a pesar de que tiene que continuar su viaje deja su cuenta de
débito abierta ante el posadero para que nade la falta al pobre hombre herido?
Sin duda alguna, a lo largo de la historia de la humanidad,
ha habido hombres y mujeres de una y otra condición, raza, religión, que con
gran corazón se han preocupado por la suerte de sus prójimos, llevando a cabo
obras grandes de beneficencia… Pero no sería justo dejar de afirmar, y esto no
es soberbia, sino reconocer con humildad la verdad: que la Iglesia a lo largo
de sus 2000 años de historia es la más grande benefactora de la humanidad.
¿Quién se ha preocupado siempre de los pobres, de
los necesitados, indigentes, excluidos?
¿Quién ha entregado vidas en el servicio de los
necesitados?
¿Quién ha dedicado legiones de hombres y mujeres a
la enseñanza y a la atención del prójimo en las diversas necesidades?
¿Quién ha sido la primera en abrir escuelas,
hospitales, casas de acogida, comedores sociales, casas de formación?
Con la misma licencia del Apóstol San Pablo en la
carta a los corintios: “Puesto que muchos se glorían de títulos humanos,
también yo voy a gloriarme”; permitidme que disparate un poco:
Solamente en España, en el año 2016, casi 5 millones de personas en situación de
dificultad que fueron atendidas en sus más de 9.000 centros sociales. Entre
ellas, más de 160.000 inmigrantes recibieron asistencia, más de 18.000
drogodependientes fueron atendidos y se prestó ayuda en 78 centros para la
mujer y víctimas de la violencia. Hay más 13.000 misioneros españoles que se
encuentran en el extranjero y más de 100.000 catequistas, entregados a la
evangelización y a la promoción de las regiones del mundo más desfavorecidas.
Son números, pero sumemos toda la acción diaria no
registrada de atención y ayuda en cada una de nuestras parroquias y por parte
de cada bautizado, miembros también de la Iglesia.
¿Alguien duda que la Iglesia ha sido, es y seguirá
siendo la mayor benefactora de la sociedad?
Permitidme seguir disparatando, aunque sean datos
del año 2011: en el campo de la educación la Iglesia en el mundo administra
71.482 escuelas infantiles frecuentadas por 6.720.545 alumnos; 94.411 escuelas
primarias con 31.939.415 alumnos; 43.777 institutos secundarios con 18.952.976
alumnos. Además sigue a 2.494.111 alumnos de las escuelas superiores y a 3.039.684
estudiantes universitarios.
En el campo de la beneficencia y asistencia la
Iglesia administra: 5.435 hospitales, 17.524 dispensarios, 567 leproserías, 15.784
casas para ancianos, enfermos crónicos y minusválidos, 10.534 orfanatos, 11.592
guarderías, 15.008 consultorios para ayuda al matrimonio y a la familia y 40.671
centros de educación o reeducación social.
Los datos son impresionantes. Si la Iglesia dejase
por un momento de realizar su actividad social y caritativa, que emana del
mismo evangelio, crearíamos un paroxismo en la sociedad y en los Estados. No
habría forma de dar atención a todas estar personas. Me comentaba un religioso
hace unas semanas con motivo de la llegada de los emigrantes a Valencia que en
la reunión que el ayuntamiento convocó para dar acogida a esas personas todos
los que allí estaban eran religiosos o representaban alguna obra social de la
Iglesia.
Queridos hermanos: Creo que de nosotros debe brotar
el agradecimiento a Dios nuestro Señor por habernos llamado a su Iglesia y un
santo orgullo de ser católicos, hijos de la Iglesia. No tenemos nada de qué
avergonzarnos (bueno, sí, vergüenza de nuestros pecados); pero gracias a Dios
podemos presumir de mucho.
Pero no quería desviarme de la pregunta: ¿Quién es
ese samaritano?
Cuando Jesús pronuncia la parábola, quiere responder
a la cuestión de judía de quién es mi prójimo. Una cuestión complicada para el
judío, porque si hacia los de la propia raza había esta caridad de considerarlo
hermano, no era así los sentimientos hacia los miembros de los pueblos vecinos
y a los extranjeros, que eran paganos y debido a la historia del mismo pueblo de
Israel habían estado en continuas guerras y conflictos. ¿Cómo amar al infiel?
¿Cómo amar al idolatra? ¿Cómo amar a aquellos que nos someten, se aprovechan y
maltratan a nuestro pueblo? ¿Cómo pueden ser estos mis prójimos?
Una pregunta que como cristianos hemos de hacernos:
¿Cómo puedo amar a aquellos que no comparten mi fe ni mi forma de vida? ¿Cómo
amar a los que están lejos? ¿Cómo amar al mendigo de calle o la vecina cotilla
o vengativa? ¿Cómo amar hasta perdonar a quienes me han ofendido o me han hecho
daño de un modo o de otro? ¿Cómo puedo amar a aquel que me cae antipático?
¿Cómo amar a aquel que me ha maltratado, que ha abusado de mí, que se ha reído
o mofado? ¿Cómo amar a quien me odia, me calumnia, me persigue o me hace la
vida imposible?
La actividad social y caritativa de la Iglesia, como
la caridad que cada cristiano estamos llamados a vivir, nace y se alimenta en
el amor de Dios que ha sido derramado en nuestro corazones por el Espíritu
Santo. El amor al prójimo no es fruto de un mero voluntarismo o sentimiento
filantrópico, sino que se brota del mismo hecho del amor de Dios.
La parábola del buen samaritano no dejar de ser una
exposición de la actitud de Dios para con el hombre. ¿Quién es ese samaritano
que se mueve a compasión? Sino Dios, que tras vernos caídos al borde del
camino, desposeídos de nuestra dignidad y heridos por el pecado original, se
detiene y se acerca para curarnos y devolvernos nuestra dignidad.
¿Quién es ese samaritano sino Jesucristo, Hijo de
Dios, que se acercó a nosotros por la encarnación, habitando entre nosotros, pasando por este
mundo haciendo el bien?
¿Quién es ese samaritano sino Jesucristo, Hijo de
Dios, que se acerca a nosotros hoy a través de su Iglesia, de los sacramentos,
muy particularmente de la Penitencia para perdonar nuestros pecados y la
Eucaristía para alimentarnos?
¿Quién es ese samaritano sino Jesucristo, Hijo de
Dios, que venda nuestras heridas y derrama el bálsamo de aceite y vino que son
su gracia, sus dones, sus consuelos?
¿Quién es ese samaritano sino Jesucristo, Hijo de
Dios, que nos ha subido a su cabalgadura dándonos la condición de hijos de Dios
y no ha llevado al mesón de Iglesia donde estamos en nuestra casa por es la
casa de Dios nuestro Padre?
¿Quién es ese samaritano sino Jesucristo, Hijo de
Dios, que nos encomienda al mesonero imagen de los pastores de la Iglesia que
tiene la misión y la responsabilidad de atendernos y de hacer que nada nos
falte para tener vida eterna?
Queridos hermanos que hermoso y grande, que aliento
y esperanza nos infunde saber que Jesucristo es nuestro buen samaritano.
Y es en esta verdad, donde se fundamenta, nuestra
caridad hacia el prójimo: ¿Cómo no amar a los otros si Jesucristo me ama a mí?
¿Cómo no moverme a compasión si Cristo se ha compadecido de mí? ¿Cómo no
bajarme de mi cabalgadura y acercarme al prójimo herido que está a mi lado?
¿Cómo no vendar las heridas de los que sufren, de los que lloran, de los que
están solos o pasan necesidad si Cristo ha vendado mis heridas? ¿Cómo no
derramar el óleo y el vino del consuelo sobre los demás si Cristo me consuela a
mí? ¿Cómo no hacer míos los problemas y dificultades de los demás si Cristo me
ha subido a mí a su cabalgadura?
Es en la experiencia del amor y la misericordia de
Dios para con cada uno de nosotros donde aprendemos a amar a nuestro prójimo,
incluso perdonando y amando a los enemigos.
Parece imposible cumplir con esta exigencia, pero
cuando nos dejamos guiar por el Espíritu Santo y nuestro único modelo es
Jesucristo, es posible amar hasta el extremo de la caridad, cambiar la herida
en compasión, transformar la ofensa en intercesión. Así lo han hecho los santos
y así hemos de hacerlo nosotros.
Puede surgir rápidamente en nosotros la pregunta,
como lo hizo san Pedro, si mi hermano me ofende cuantas veces he de perdonarle
o de otra manera donde está el límite de la caridad. ¿Hasta dónde tengo que
amar? Entonces hemos de recordar que el único límite de la caridad es no tener
límites, o sí, el único límite es Dios y su amor infinito que no tiene límites.
Queridos hermanos: meditemos en estas verdades y
sobre todo pidamos la gracia de poder vivirlas para que inflamados en las
llamas de amor del Corazón de Jesucristo seamos para el mundo testimonio
verdadero de caridad. Ojalá renovemos en nosotros la caridad y –como en los primeros
siglos- quien entrase en esta iglesia y nos viese quedase sorprendidos y
exclamasen: “Mirad como se aman de verdad.”
Así lo pedimos. Que así sea.