JORNADA TERCERA
Por la señal de la Santa Cruz, etc.
Acto de contrición
¡Señor y Dios mío! Humildemente postrado a tus divinos pies, te pido perdón por mis repetidas infidelidades, y auxiliado de tu santa gracia, te ofrezco no recaer en ellas. Llena, Señor, mi corazón de un verdadero dolor de haberte ofendido y mis ojos de lágrimas que laven mis culpas y sean en tu presencia prendas seguras de mi perfecta contrición. Haz que nunca me aparte de ti en la vida para que me recibas como hijo tuyo en la hora de la muerte y consiga verte y alabarte en el cielo. Amén.
MEDITACIÓN
PRUDENCIA
La noche tiende su manto y es triste y sombría como la de tan riguroso invierno. Las aldeas están lejos y el cansancio de los desvalidos viajeros aumentan a medida que el crepúsculo desaparece. La pálida luz de algunas estrellas que trabajosamente rasgan el sudario de negras nubes que cubre el cielo, refleja en la nieve que como ligera espuma se mece suspendida en las desnudas ramas de los árboles. El sordo rumor de los torrentes, que arrastran consigo cuanto hallan al paso, turba únicamente el profundo silencio de aquellas soledades. ¡María! ¡José! ¿Qué nuevos peligros va a ofreceros la tempestuosa noche que se prepara?
Cuando lleno de dolor, no por sí mismo, sino por la inocente y dulce María, tiende José sus inquietas miradas por el inmenso terreno que se divisa, una luz pequeña al principio pero que luego crece y se aviva, llena de esperanza su corazón y parece recompensarle los afanes que ha sufrido. A ella se dirigen llenos de confianza en la bondad del Altísimo, y pronto se hallan en un hato de pastores que a la llama de una inmensa hoguera secan sus talelhs de gruesa lana y se disponen a repartir su frugal cena. A vista de la tierna niña y el santo patriarca, cuyos destrozados trajes publican claramente lo que han sufrido, un murmullo de compasión se eleva entre ellos, el recuerdo de la injusta orden de Herodes se despierta en todos y las palabras compasivas hacen lugar a las amenazas y a la ira que rebosa en sus almas. María y José prudentes y humildes agradecen el interés que inspiran, y a la par aconsejan y ruegan: los hacen ver la mano del Señor en todo, y que al someternos a los que tienen el derecho de mandarnos, obedecemos a Dios en ellos, y como el rocío de benéfica lluvia ablanda la tierra seca por los ardores del sol, así las suaves palabras de ambos ablandan aquellos corazones y de rebeldes y soberbios se cambian en sumisos y fieles.
¡Con qué placer se disputan los pastores el ofrecer a los santos viajeros, los pobres manjares que poseen! Remediados por un sano alimento, y el benéfico calor de la hoguera, María y José alaban a Dios con toda la entusiasta y sencilla fe de sus almas y le dan rendidas gracias por los auxilios que han recibido.
¿Cuál es nuestra conducta cuando se proporciona ocasión de criticar y discutir los actos de nuestros superiores? ¿Dejamos jamás de ser imprudentes? ¿No desahogamos con tenaz y peligrosa murmuración el enfado que nos causa tener que obedecerlos? ¿Qué debe hacer el cristiano humilde y prudente?
ORACIÓN
Dios mío, que nos has dado el conocimiento del bien y del mal, danos la virtud de la prudencia, tan necesaria para sufrir los caracteres de las personas que nos rodean. Ella calma los ánimos, evita querellas, es bálsamo para las heridas del corazón y eficaz medicina para las flaquezas de nuestro prójimo. Haz que seamos siempre prudentes para tener una flor más en la corona de nuestros méritos. Amén.
ORACIÓN
Virgen Santísima, la más prudente de las criaturas, así como la más bendita de todas ellas; ¡ten piedad de nosotros y danos la virtud de la prudencia que tan precisa es para vivir en paz con nuestros hermanos! ¡Reina de los ángeles y de los hombres, concédenos esta gracia por tu Hijo nuestro redentor Jesús! Amén.
Tres Ave Marías
Aquí pedirá cada uno a la Santísima Virgen la gracia que desea conseguir.
Oración para todos los días
¡Oh, Dios mío! A ti acudo tan lleno de imperfecciones, tan rendido al grave peso de mis pecados, que apenas me atrevo a implorar tu piedad. Hijo soy, aunque ingrato, y tú, Padre de misericordia, tenla de mí y sea mi intercesora para conseguirla la purísima Virgen María, amparo y refugio de los míseros pecadores. Haz que la meditación de estas santas jornadas llene mi corazón de las virtudes que me enseñan y que, así como la reina de los ángeles y el Santo Patriarca José las anduvieron venciendo peligros, incomodidades y toda clase de sufrimientos: así yo venza en la jornada de mi vida todos los obstáculos que el enemigo de las almas ponga a la mía, y llegue a verte y alabarte en el cielo. Amén.
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