6 de octubre. San Bruno, confesor
Bruno, fundador de la Orden cartujana, nació en Colonia. Desde su infancia dio tales muestras de su futura santidad en la gravedad de su porte y en el cuidado con que se apartaba, ayudado de la divina gracia, de los juegos propios de la edad, que ya podía vislumbrarse en él al futuro padre de los monjes y restaurador de la vida anacorética. Sus padres, ilustres por su prosapia y sus virtudes, le enviaron a París, donde sus progresos en el estudio de la filosofía y de la teología le granjearon el título de doctor en las dos disciplinas; poco después, sus virtudes le merecieron un canonicato en la Iglesia de Reims.
Tras unos años, junto con otros seis compañeros, se propuso renunciar al mundo, presentándose a San Hugo, Obispo de Grenoble; el cual, al conocer la causa de su venida, entendió que los siete habían sido simbolizados por las siete estrellas que en sueños había visto caer a sus pies aquella misma noche, y por ello les cedió unos ásperos montes, llamados Cartujanos, acompañando a Bruno y a sus compañeros a aquel desierto, en donde el santo se ejercitó durante algunos años en la vida eremítica; llamado por Urbano II, que había sido su discípulo, marchó a Roma. Allí, con sus consejos y doctrina ayudó algunos años al Papa en medio de las grandes calamidades que afligían a la Iglesia, hasta que, renunciando al arzobispado de Regio, obtuvo del Papa la licencia de partir.
Bruno pudo entonces, en su amor a la vida solitaria, retirarse a un desierto cerca de Esquilache, Calabria. Y aconteció que yendo de caza Rogelio, conde de aquel país, descubrió por los ladridos de los perros la cueva en que Bruno estaba orando, e impresionado por la santidad del anacoreta, empezó a honrar y a favorecer en gran manera a él y a sus discípulos. Esta liberalidad no quedó sin recompensa, pues con ocasión del sitio que el mismo Rogelio puso a Capua, y de la traición que había maquinado contra él uno de sus oficiales llamado Sergio, Bruno, que vivía aún en aquel desierto, le reveló en sueños lo que ocurría, salvando así a su bienhechor de un peligro inminente. Por último, colmado de méritos y de virtudes, e ilustre por su ciencia, murió en el Señor, y fue sepultado en el monasterio de San Esteban, construido por el mismo Rogelio, donde aún hoy recibe los honores del culto.
Oremos.
Te rogamos, Señor, que seamos ayudados por la intercesión de tu confesor San Bruno; para que cuantos hemos ofendido gravemente a tu Majestad con nuestros delitos, consigamos por sus méritos y preces el perdón de nuestros pecados. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.