BREVES MEDITACIONES
SOBRE LOS NOVÍSIMOS
CON LA REGLA PARA VIVIR BIEN EN TODO TIEMPO
P. Juan Pedro Pinamonte, S.I.
PRÓLOGO DEL EDITOR.
Para no conocer la necesidad y utilidad de la Oración, se necesita una de dos cosas: o persuadirse que nosotros por nosotros mismos bastamos para salir de nuestros peligros y acudir a todas nuestras necesidades, o creer que Dios no tiene poder y voluntad para libertarnos y socorrernos. Pero no cabiendo en el entendimiento, no digo de un Cristiano pero ni aún de quien tenga algo de racional errores tan impíos, difícilmente se concibe como siendo tan manifiesta la utilidad y necesidad de la oración, sea tan poca la aplicación a este santo ejercicio en la mayor parte de los Cristianos. Pero por desgracia hay otros dos errores más comunes que los antecedentes, aunque igualmente absurdos, de donde sin duda nace este fatal descuido.
El primero: Imaginarse que la oración es cosa molesta y enfadosa. Pero para desengaño del miserable que piense de este modo, yo le preguntaría: ¿si es enfadoso y molesto a un desvalido, a un pobre, a un enfermo, a un ignorante, a un afligido acudir a un poderoso que le proteja, a un rico que le socorra, a un médico que le sane, a un maestro que le instruya, a un padre que amorosamente le consuele? Y si me responde que esto no es molesto ni enfadoso, como no podrá menos de confesarlo .¿Con cuánta mayor razón en los continuos peligros y necesidades a que todos estamos sujetos , y en que ciertamente sin el divino auxilio pereceríamos, no será ni podrá ser molesto , sino al contrario del mayor placer y consuelo el pedir el remedio a un Dios tan benigno , de quien sabemos que no solo tiene por honor el concederlo , sino que el mismo nos convida , y aún nos manda por el Real Profeta (1) que se lo pidamos? De manera que yo no sabré decir, si es mayor el gozo que el alma tiene en verse tan pronta y abundantemente socorrida, o el que experimenta al ver el cariño y tierno amor conque Su Majestad la socorre
La otra causa, ó pretexto de que el enemigo se vale para apartarnos de la oración, suele ser el sugerirnos que no todos somos capaces de tenerla. Como si cupiese en la sabia y amable providencia de nuestro Dios, dejarnos sujetos a tantos males, y hacernos incapaces del remedio. Esta sola reflexión bastaba para vuestro desengaño, pero quiero que os desengañe la experiencia, porque las cosas de Dios y sus delicias nunca se conocen bien sino se gustan. Con este fin os pongo un método fácil de tener oración, según el cual la tendrá con utilidad y aprovechamiento de su alma aun el más rudo e ignorante , y se convencerá al mismo tiempo que en el trato con Dios, en qué consiste la oración no solo no hay tedio, fastidio ó amargura, sino que en ella precisamente se encuentra un descanso, gozo y suavidad, cual no se puede hallar en los bienes y deleites del mundo , como nos lo asegura el Espíritu Santo en el sagrado libro de la Sabiduría (2) .
(1) Salm. 19,15. (2) Cap. 8,16.
Método e instrucción fácil de hacer oración.
La oración mental tiene ordinariamente tres partes principales que son: Preparación, Meditación y la que se llama propiamente Oración.
La preparación consiste primeramente en apartar de nuestra imaginación cuanto nos sea posible los cuidados de este mundo que puedan inquietarla y separarnos de los objetos que puedan exteriormente perturbarnos. Esta es la soledad en que Dios habla a nuestro corazón, según nos promete por el Profeta Oseas (1).
Lo segundo en ponernos en presencia de Dios, pensando y creyendo firmemente que está Su Majestad en la nuestra, que mira y ve la más pequeña inquietud e inmodestia de nuestros sentidos, las distracciones más ligeras de nuestra imaginación, y los pensamientos y deseos más ocultos de nuestro espíritu.
Lo tercero, sin apartar nuestra atención de la grandeza y majestad de Dios que nos está mirando, nos postraremos con la más profunda humildad ante su divino acatamiento y le ofreceremos nuestra nada.
Lo cuarto, creyendo como debemos creer que no es menor su misericordia y bondad que Su Majestad y grandeza le pediremos con la mayor confianza que ilumine nuestro entendimiento para penetrar y penetrarnos de la verdad que hemos de meditar y que inflame nuestra voluntad para abrazarla. Esta preparación es tan necesaria que nos dice el Espíritu Santo en el divino libro del Eclesiástico (2) que es como el hombre que tienta a Dios cualquiera que se pone a orar sin prepararse.
(1) Cap. 2,14. (2) Cap. 18,23.
Meditación.
Con la disposición que queda dicha se leerán muy despacio los puntos que se hayan de meditar y primeramente se ponderarán atentamente las palabras de cada uno, considerando muy por menudo cuanto en él se encierra.
Lo segundo, se examinará desapasionadamente y sin disimulo si el modo de vivir que hemos tenido y al presente tenemos es conforme a la verdad o máxima que meditamos procurando imprimirla tan altamente en nuestro entendimiento, que a primera vista descubramos por ella como en un espejo nuestras faltas.
Lo tercero, si por desgracia nuestra hallamos que nuestra conducta está muy distante de conformarse con ella, discurriremos con el mayor empeño hasta encontrar la ocasión, causa o raíz de nuestros defectos para arrancarla.
En estos juicios y discursos que son operaciones del entendimiento consiste la meditación, la que es de tanta utilidad y provecho que según el Real Profeta (1) en ella es donde nuestro espíritu se inflama y fervoriza, y al contrario de su defecto nace el poco aprovechamiento, y aún la perdición de muchas almas como se lamenta el Santo Profeta Jeremías. Sin embargo, los incalculables frutos de este Santo Ejercicio los ha de coger la voluntad con sus afectos en los que propia y principalmente consiste la oración.
(1) Salm. 38,4.
Oración.
1° Detestaremos con el más sincero y verdadero arrepentimiento las culpas y defectos de la vida pasada, aquellos particularmente que hemos visto se oponen a las verdades y máximas que hemos meditado.
2° Confiados en los divinos auxilios formaremos los propósitos más eficaces y más firmes resoluciones, no solo de evitar los pecados, sino también de arrancar su raíz, y apartarnos de las ocasiones de cometerlos.
3° Con toda la humildad y confusión que es justo nos cause la vista de nuestras faltas, y al mismo tiempo con todo el aliento y confianza que debe inspirarnos el amor e infinita bondad de nuestro Dios nos arrojaremos en los brazos de su Divina Majestad, y en amantes coloquios como quien habla con el Padre más tierno manifestaremos nuestras miserias e imploraremos sus misericordias: le confesaremos humildemente nuestros pecados y le pediremos que nos los perdone. Pondremos por nuestra intercesora a María Santísima, al Ángel de nuestra Guarda y Santos de nuestra devoción, y sobre todo le presentaremos los infinitos méritos de la vida, pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, y en esta confianza le pediremos nos infunda y aumente todas las virtudes, aquellas particularmente que por nuestras circunstancias y las de nuestro estado nos sean más necesarias. Le suplicaremos por la paz y felicidad de la Iglesia y el estado, por el bien espiritual del Romano Pontífice y de nuestro Soberano y Real familia.
Le encomendaremos y pondremos bajo su divina protección las almas de aquellos vivos y difuntos que tienen más derecho a nuestras oraciones.
Últimamente le daremos las más rendidas gracias por todos los beneficios que su divina misericordia nos ha dispensado, tanto en el orden de la naturaleza como de la gracia, y particularmente por la que acaba de hacernos de admitirnos en su adorable presencia, y prestar oídos a nuestros ruegos, no obstante nuestra poca atención, devoción y tibieza en este Santo Ejercicio.
AL QUE LEYERE.
Para facilitar la práctica de esta meditación, te presento la materia sacada de los Novísimos, como tan importante para no pecar; pues como enseña el Espíritu Santo, el que los tuviere presentes jamás pecará: Memorare novísima tua, & in æternum non peccabis. (Eccli. 7). Cada meditación se divide en algunos puntos , para instruir el entendimiento con las noticias, que le ayuden a emplear cada día por lo menos un cuarto de hora en la consideración de tan importantes verdades , a fin de que quede convencido, y desengañado , y la voluntad resuelta a procurar con eficacia la salvación del alma.
Por las entrañas de Cristo te suplico, lector mío muy amado, ponderes atentamente, que de una de estas verdades o bien, o mal considerada, puede ser penda tu eternidad, o dichosa o infeliz.
Si alguna de estas consideraciones hiciere mayor impresión, y fuerza a tu alma, detente en ella más despacio y repítela el día siguiente, porque esto te servirá de grande provecho, y adelantamiento. Así manda que se ejecute aquel grande Maestro de la oración. S. Ignacio.
Por ningún caso se debe emplear todo el tiempo en discursos del entendimiento: lo principal ha de ser ejercitar fervorosos actos de la voluntad, ya de aborrecimiento de los pecados, ya de acción de gracias a Dios por los beneficios recibidos, ya de desprecio de los bienes de la tierra, ya de propósitos firmísimos de mudar de vida, y emprender una totalmente contraria a las engañosas máximas del mundo, al gusto de los sentidos, y a las sugestiones del demonio.
Repite continuas súplicas, y oraciones a Dios, a la Santísima Virgen, al Ángel de tu Guarda, y a los Santos tus Patronos, para sacar de este ejercicio mucho provecho para tu alma. El fruto que se señala para practicarse cada día, es siempre diferente ; pero cuando experimentares , que alguno te ayuda más para vencer algún vicio, o para adquirir alguna virtud, continúa en ejercitarle, no solo el día siguiente, sino todo el mes, si así lo juzgares conveniente para la mayor gloria de Dios, y bien de tu alma.
Si algún día no tuvieres tiempo para la meditación, por lo menos lee dos, o tres veces los puntos de aquel día, y generalmente para desechar con más facilidad las distracciones, ten este librito en las manos, y al mismo tiempo que meditas, vuelve a él los ojos, y repite atentamente la lección de la materia que se propone, para tener más fija la atención. El Espíritu Santo te asista, y ruega por quien de veras desea tu salvación.
FRUTO
DE ESTAS MEDITACIONES.
Que debe practicarse todos los días, y en todas las acciones.
1. Proponeos una máxima de las que se han meditado, para gobernar por ella todas vuestras operaciones, como será, o la Muerte, o el Juicio, o la presencia de Dios, o la conformidad con su voluntad santísima, o la eternidad &c., escogiendo particularmente aquella, que ha hecho mayor impresión en vuestra alma.
2. Luego que os levantéis por la mañana traed a la memoria esta máxima; y en el discurso del día aplicadla a todas las acciones particulares. Pongo por ejemplo: Si la máxima fuere la muerte, decíos a vos mismo: ¿cómo quisiera yo haber ejecutado esta acción en la hora última de mi muerte? Si fuere el juicio, haceós presente de esta conversación, de este trato, de este negocio he de dar estrechísima cuenta a Dios. En este punto, y en este mismo lugar me está mirando Dios, que me ha de juzgar. Suplicad frecuentemente al Señor, y a la Santísima Virgen, que quede firmemente impresa en vuestro corazón aquella máxima.
3. Emprended ejercitar en todas vuestras acciones una virtud, como la humildad, el amor de Dios, la confianza, la pureza, la mortificación & c , y escoged aquella, de la cual conocéis tener mayor necesidad para vencer vuestra mala inclinación , para resistir a las tentaciones, que mas os combaten, o para desarraigar el vicio, que mas os domina: ejercitad frecuentes, y fervorosos actos de esta virtud entre el día, de suerte, que adquiráis un buen hábito, y costumbre, que os dure hasta la muerte.
4. Esta misma práctica tomareis para desarraigar los vicios: reparad en aquellos, en que faltáis con mayor frecuencia, y dirigid toda la eficacia de vuestros propósitos para vencerlos, desde la mañana tomareis esta resolución de no cometer aquel día tal falta, o pecado, huyendo todas las ocasiones que os puedan hacer caer en él, y aun esforzándoos a ejercitar los actos contrarios.
5. Pero si cayereis, haced luego un acto fervorosísimo de arrepentimiento, y con disimulo alguna acción exterior, como un golpe en el pecho, levantar los ojos al Cielo, o fijarlos en la tierra, humillándoos por vuestra flaqueza, e inconstancia, y manifestando cuanto lo sentís. Notareis a la noche en un cuadernillo cuantas veces habéis caído aquel día en tal falta, comparando un día con otro, y una semana con otra, para conocer la pérdida, o ganancia espiritual. Así lo hacía, y aconsejaba aquel gran Maestro de la perfección San Ignacio, con mucho adelantamiento de los que lo practicaban.