sábado, 30 de noviembre de 2019

NOVENA A LA INMACULADA. DIA SEGUNDO. San Enrique de Ossó




NOVENA A LA INMACULADA. DIA SEGUNDO. San Enrique de Ossó
Después del Rezo del Santo Rosario, se comienza tres avemarías en honor a la Inmaculada Concepción. Después de la meditación se termina con la consagración Bendita sea tu pureza y un canto.
MEDITACIÓN DÍA 2º
Composición de lugar. Represéntate aquel grande portento de que nos habla san Juan, esto es, a una mujer vestida del sol, calzada de la luna y coronada su cabeza con corona de doce estrellas.
Petición. Dame, Dios mío, gracia eficaz para admirar, amar e imitar como debo a María en su Inmaculada Concepción.
Punto primero. María a sus hijos. –Sobre todas las prerrogativas y gracias amo yo, hijo mío, el haber sido siempre Inmaculada. Sí, hijo mío, de todas mis prerrogativas, privilegios, grandezas y gracias, la más amada de mi corazón fue y es haber sido Inmaculada desde el primer instante, porque esta gracia importa el haber sido siempre grata a los ojos de mi Dios. Si Dios me hubiese dado a elegir el ser Inmaculada o dejar de ser Madre de Dios, hubiese renunciado a la dignidad, casi infinita, de Madre de Dios, para ser siempre inmaculada. ¡Oh, hijo mío! ¿Te has parado alguna vez a considerar qué mal tan grande es el haber sido un momento solo objeto de ira y de maldición por Dios bueno? ¡Un momento solo de no haber sido amado de Dios! ¡Un momento solo de haber sido esclavo de Satanás! ¡Ay, horroriza solo el pensarlo al corazón que ama a Dios y conoce lo que es amarle y ser amado por Él! ¡Oh, no es posible hallar gracia más preciosa que el poder decir mi corazón con verdad: “Dios mío, yo siempre os amé y he sido amada de vos”! Por eso el demonio y sus secuaces los herejes han combatido siempre con ardimiento este privilegio mío, y han odiado con mayor saña a la festividad de mi Concepción que a todas mis otras festividades. Por eso también mis amantes hijos, es la que más han de honrar, ensalzar y celebrar. Sí, hijo mío, llámame Madre de Dios, Reina de los ángeles y de los hombres, emperatriz soberana de los cielos y de la tierra; nada de esto me satisface ni recrea tanto, como si me llamas Inmaculada, siempre pura, hermosa y santa. No lo olvides, hijo mío, tres son los títulos más gloriosos para mí, que más me gustan y recrean. El primero, que me llames Inmaculada; el segundo, Virgen, y el tercero Madre de Dios. Porque si estaba resuelta a renunciar antes a la dignidad de Madre de Dios que a perder mi virginidad, ¿cuánto más hubiese preferido el perderlo todo antes que dejar de ser pura e Inmaculada siempre a los ojos de mi Dios? Este amor mío y aprecio por la pureza de mi alma, te enseña, hijo mío, a apreciar sobre todas las cosas la gracia de Dios y a sufrir mil muertes antes que manchar la pureza de tu cuerpo y alma con el más leve pecado. Imítame en este santo amor a la pureza. Sí, hijo mío, primero morir que pecar, primero morir que afear tu alma con la más mínima mancha de pecado.
Punto segundo. Los hijos de María a su Madre. –¡Cuánto me alegra, Madre mía de mi corazón, el saber que la música más suave, que el cantarcillo más grato que desde este mísero destierro puedo hacer resonar en vuestro corazón, en vuestro altar santo, y ante vuestro excelso solio de gloria, es el llamaros Inmaculada, purísima siempre, toda hermosa y sin mancha de pecado! Este será, pues, mi cantar de día y de noche a los pies de vuestro excelso solio: toda hermosa sois, ¡oh María, Madre mía! y mancha de pecado original no hay en vos. Ave María purísima, sin pecado concebida. Toda hermosa, toda pura, siempre Inmaculada y sin mancha. Y aunque yo me vea concebido en pecado, lleno de pecados, de manchas y de imperfecciones, no por eso desmayaré ni me alejaré de vos, sino, como el enfermo del Evangelio, clamaré día y noche a las puertas de vuestra grandeza para deciros con compunción y fervor: He aquí, señora y Madre mía, que este tu pobrecito hijo a quien amas está enfermo, tiene llagada y manchada su alma por el pecado. Mas si quieres, puedes sanarme; si quieres, puedes lavarme, y quedará mi alma más blanca que la nieve. Ea, pues Madre eres y tienes hermoso y piadosos corazón, baste para moveros a compasión la vista sola de mis males. Quiero amar más la pureza de mi alma, la limpieza de mi conciencia que todos los bienes de este mundo. Quiero adornar y hermosear mi alma sobre todas las cosas y cuidados, porque sé que es lo que más agrada a vuestro purísimo corazón. Y si yo os presento, Madre querida, todos los puntos que fueron manchados de mi alma, recamados ahora con oro y pedrería, creo se alegrará más con su vista vuestra purísima mirada, porque no descubrirán las feas manchas, sino el engaste y esmalte precioso de las virtudes y de la pureza de mi corazón. ¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nos, que acudimos a vos!
Jaculatoria. Por vuestra Inmaculada Concepción, Virgen María, haced puro mi cuerpo y santa el alma mía.
Obsequio. Me confesaré en esta novena de todos mis pecados con dolor, para lavar las manchas del pecado de mi alma.

viernes, 29 de noviembre de 2019

NOVENA A LA INMACULADA. DIA PRIMERO. San Enrique de Ossó


NOVENA A LA INMACULADA. DIA PRIMERO. San Enrique de Ossó
Después del Rezo del Santo Rosario, se comienza tres avemarías en honor a la Inmaculada Concepción. Después de la meditación se termina con la consagración Bendita sea tu pureza y un canto.
MEDITACIÓN DÍA 1º
Composición de lugar. Represéntate aquel grande portento de que nos habla san Juan, esto es, a una mujer vestida del sol, calzada de la luna y coronada su cabeza con corona de doce estrellas.
Petición. Dame, Dios mío, gracia eficaz para admirar, amar e imitar como debo a María en su Inmaculada Concepción.
Punto primero. María a sus hijos. –Mi Inmaculada Concepción, hijo mío, es un portento, un milagro grande de la omnipotencia de Dios. Todos pecasteis en Adán, hijo mío, todos los hijos de Eva venís al mundo hijos de ira, de maldición, enemigos de Dios. Solo yo, María, fui exenta de esta ley universal, porque siempre fui pura, inmaculada y santa. Virgen gloriosa a quien hizo grande el que es Todopoderoso, yo resplandecí con tal fuerza en todos los dones celestiales, con tal plenitud de gracia, de inocencia y de candor, que fui como un milagro inefable de Dios, o más bien, como el mayor de todos los milagros; porque fui escogida para ser digna Madre de Dios, y tan de cerca y sobre todas las cosas tan allegada a Él en el orden de la naturaleza creada y de la gracia, cuanto fui superior en belleza y gracia a todos los hombres y ángeles. Y con este motivo, para expresar mi original inocencia y justicia, no solo me compararon muchas veces los santos Padres con Eva, cuando todavía era virgen, inocente e incorrupta y no estaba aún engañada por las astucias de la serpiente mortífera y fraudulenta, sino que con admirable variedad de sentencias me ensalzaron sobre ella. Porque Eva, hijo mío, creyendo miserablemente a la serpiente, perdió su inocencia original, y quedó esclava suya; mas yo, Virgen bienaventurada, acrecentando siempre el don original, sin prestar jamás oídos a la serpiente venenosa, destruí de raíz su fuerza y poderío infernal con la virtud que recibí del Altísimo. ¡Oh, hijo mío! admira este portento y da conmigo gracias al Señor. En esto conocí, Dios mío, que me amaste, porque jamás se gozó sobre mí el enemigo de todo el género humano.
Punto segundo. Los hijos de María a su Madre. –Verdaderamente, Madre mía muy amada, es vuestra Concepción Inmaculada uno de los más inefables misterios de la gracia y uno de los más grandes milagros de la diestra del Todopoderoso. Solo la omnipotencia de Dios pudo hacer brotar una rama frondosa y lozana de un tronco muerto; un raudal de agua pura y cristalina, de emponzoñada fuente; una planta vistosa e incorruptible de maldecida y podrida raíz; un vaso preciosísimo de barro inmundo; un vástago de bendición, de vida y de lozanía de una raza proscrita, maldita e infiel; una Madre de Dios, en fin, de una mujer emponzoñada por el pecado. ¡Cuánto se goza mi corazón, Madre querida, contemplando y admirando tantos misterios, tantas prerrogativas y tantas gracias en vuestra Inmaculada Concepción! Toda la tierra yacía en tinieblas, y vos sola aparecéis como aurora purísima que brilla en el azul del cielo y recrea la fatigada vista de los míseros hijos de Adán. Todo el mundo estaba envuelto en el cieno del pecado y de la corrupción, y vos sola sois el punto inmaculado que Dios, infinita santidad y pureza, se reservó para poder entrar en él, sin contaminarse de sus sucias olas. ¡Oh María Inmaculada, oh Inmaculada María! vos sois la gloria de Jerusalén, la alegría de Israel, la honorificencia de nuestro pueblo. Todo en vos lo hallamos, ¡oh María! Todo lo puro, todo lo santo, lo virtuoso, lo noble, lo perfecto. ¡Bendita Madre, bendita hija, bendita esposa de Dios! Haced Virgen purísima que yo sepa también apreciar la gracia que el Señor me comunicó al reengendrarme en las aguas del santo Bautismo, y si la perdí por el pecado, la recobre por el segundo bautismo de la penitencia y viva y muera en gracia y amistad de Dios. Amén.
Jaculatoria. Toda hermosa sois, ¡oh María! y la mancha original no está en vos.
Obsequio. Rezaré tres Avemarías en honor de la Inmaculada Concepción, y seré modesto en todas las cosas que hiciere y tratare.

domingo, 24 de noviembre de 2019

LA ABOMINACIÓN DESOLADORA SON EL PECADO Y LA RELAJACIÓN. San Juan Bautista de la Salle

La abominación desoladora en el lugar santo son el pecado y la relajación en las comunidades
MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO VIGÉSIMO CUARTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS 
San Juan Bautista de la Salle 
Dice hoy Jesucristo en el evangelio que cuando se establezca la abominación desoladora en el lugar santo, los que moren en Judea huyan a los montes (1).
Nadie puede poner en duda que las comunidades sean lugar santo, y es legitimo asegurar de aquellas en que se sirve fielmente a Dios lo que Jacob dice en el Génesis: que allí el Señor mora verdaderamente, y que son casa de Dios y puerta del cielo (2).
Efectivamente: si se considera su institución y su fin, puede aplicarse a la comunidad lo que se afirma del templo construido por Salomón: Dios ha escogido para Sí esta morada y la ha santificado, a fin de que su Nombre sea bendecido en ella por siempre (3).
En las comunidades se invoca a Dios con frecuencia, y los que en ellas viven, sólo allí permanecen o deben permanecer congregados, para procurar su salvación mediante la santificación de sus almas. Precisamente gracias a eso se convierte la comunidad en puerta del cielo, pues pone en el camino que al cielo conduce y prepara para entrar en él.
Tal es el primer fin que debisteis pretender cuando ingresasteis en la comunidad, y el que en ella debe manteneros. Para eso dejasteis el mundo y os sujetáis ahora a tanta diversidad de ejercicios piadosos. ¡Cuán poco juiciosos os habríais mostrado si hubieseis venido a ella con otro intento; pues, según dice el Real Profeta: Es muy conveniente, y hasta justo, que la santidad se halle en la casa del Señor (4). Como Dios es infinitamente santo, está muy puesto en razón que quienes habitan en ella sean santos y participen de la santidad de Dios.
¿Habéis venido a esta casa como a la casa del Señor? Al ingresar en ella ¿lo hicisteis con el fin de santificaros? Vuestro principal empeño ¿es tomar en ella los medios para llegar a santos? Ponderad a menudo lo que escribe san Euquerio, obispo de Lión: que " la permanencia en alguna morada santa es fuente, o de suprema perfección, o de absoluta condenación ".
Con razón podría aplicarse a algunos que viven en comunidad lo que, al entrar en el Templo, dijo Jesucristo a quienes en él vendían y compraban: Mi casa es casa de oración, mas vosotros la tenéis convertida en cueva de ladrones (5). Porque, habiendo debido venir sólo a ella para dedicarse a la oración y demás ejercicios piadosos, descuidan todas esas acciones santas; permiten a las cosas exteriores y profanas que ocupen su mente; toman el espíritu del mundo; caen pronto en la relajación, y tras ella, muchas veces, si no cambian de conducta, en pecados considerables.
De ellos puede afirmarse que introducen la abominación desoladora en el lugar santo. ¿No son, acaso, abominación el desconcierto y el pecado en casas donde sólo debiera imperar el Espíritu de Dios? Y cuando personas que no debían respirar mas que a Dios ni pensar sino en agradarle por haberse consagrado a su servicio; descuidan éste, o en absoluto renuncian a él por tedio o para dar gusto a sus inclinaciones y aun a sus pasiones desordenadas; ¿qué desolación no introducen entonces en las comunidades, puesto que allí donde Dios falta, es imposible que reinen la unión y la paz?
Los que así proceden son propiamente ladrones, según se expresa el Señor en el evangelio; pues roban el pan que comen y ocupan el lugar de otros que vivirían según el espíritu y las reglas de la comunidad.
Guardaos de incurrir en tal desdicha.
Pese al relajamiento de ciertas comunidades, Dios cuenta siempre en ellas con algunos servidores fieles que conservan el espíritu: se reserva siempre algunos en ellas que no doblan la rodilla delante de Baal, como le dijo a Elías (6). Es decir, que se ponen en guardia contra el espíritu del mundo y observan lo mejor que pueden las reglas y prácticas de su comunidad.
Estos mantienen todavía en ella el temor del Señor, y son causa de que Dios no la destruya como destruyó a Sodoma y Gomorra, que habrían evitado los terribles efectos de su ira si, como aseguró Dios a Abrahán, se hubieran hallado en ella diez justos (7).
A ellos dice Jesucristo en el evangelio de hoy que huyan a los montes; esto es, que se alejen de la compañía de los otros, para no participar de sus desórdenes y para no contaminarse con sus malos ejemplos. Es necesario también que se eleven hasta Dios por la oración.
Pedidle que mantenga siempre su Espíritu Santo en vuestra comunidad, y suplicadle a menudo con David: No nos arrojes, Dios mío, de tu presencia ni retires de nosotros tu Santo Espíritu (8).

EVANGELIO DEL DOMINGO: SABED QUE ÉL ESTÁ CERCA, A LA PUERTA

  ÚLTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Cuando veáis la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el lugar santo (el que lee que entienda), entonces los que vivan en Judea huyan a los montes, el que esté en la azotea no baje a recoger nada en casa y el que esté en el campo no vuelva a recoger el manto. ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Orad para que la huida no suceda en invierno o en sábado. Porque habrá una gran tribulación como jamás ha sucedido desde el principio del mundo hasta hoy, ni la volverá a haber. Y si no se acortan aquellos días, nadie podrá salvarse. Pero en atención a los elegidos se abreviarán aquellos días. Y si alguno entonces os dice: “El Mesías está aquí o allí”, no le creáis, porque surgirán falsos mesías y falsos profetas, y harán signos y portentos para engañar, si fuera posible, incluso a los elegidos. Os he prevenido. Si os dicen: “Está en el desierto”, no salgáis; “En los aposentos”, no les creáis. Pues como el relámpago aparece en el oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre. Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres.
Inmediatamente después de la angustia de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna perderá su resplandor, las estrellas caerán del cielo y los astros se tambalearán. Entonces aparecerá en el cielo el signo del Hijo del hombre. Todas las razas del mundo harán duelo y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Enviará a sus ángeles con un gran toque de trompeta y reunirán a sus elegidos de los cuatro vientos, de un extremo al otro del cielo. Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis todas estas cosas, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Mt 24, 15-35
COMENTARIOS AL EVANGELIO
Homilía de maitines TRATAR DE COMPRENDER
NO PAGUEMOS EL BIEN CON EL MAL. San Cesáreo de Arles
SANTA TERESA DE JESÚS: EL JUCIO FINAL
 Benedicto XVI  TODO PASA, PERO CRISTO NO
“MUÉSTRATE, PUES, AMIGO Y DEFENSOR DE LOS HOMBRES QUE SALVASTE.” Homilía

jueves, 21 de noviembre de 2019

LA PRESENTACIÓN DE LA VIRGEN. San Juan Bautista de la Salle

21 de noviembre
MEDITACIÓN PARA LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
San Juan Bautista de la Salle 
No sin motivo celebra la Iglesia con tanta solemnidad la fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen, pues en este día se consagra a Dios para estarle dedicada durante toda su vida, y alejarse, no sólo de la corrupción del mundo, sino de toda ocasión que pudiera ser causa de ocupar su espíritu en los vanos pensamientos del siglo, o su corazón - formado exclusivamente para amar a Dios y entregarse del todo a Él - en el afecto a las cosas criadas.
Con este motivo - prevenida no sólo de la gracia sino también de la razón -, aunque en edad tan tierna, hizo en este día - a lo que se cree y según piensa un piadoso autor antiguo - voto de castidad perpetua; a fin de que, desligado totalmente el cuerpo de todos los placeres de la vida, pudiese conservar el alma en suma pureza, según dice san Juan Damasceno.
Vosotros os consagrasteis a Dios, al apartaros del siglo, a fin de vivir en esta comunidad totalmente muertos a cuanto en el mundo es propio para dar gusto a los sentidos, y de fijar en ella la morada. Debéis considerar ese día como aquel en que dio comienzo vuestra felicidad en la tierra hasta que se consume en el cielo.
Mas, no pudo limitarse a aquel día vuestra consagración a Dios; como en él le ofrecisteis vuestra alma, y el alma ha de vivir eternamente, la donación a Dios ha de ser también perpetua. Si la habéis iniciado en la tierra, ha debido ser sólo como aprendizaje de cuanto tendréis que hacer sin fin en el cielo.
Consagrada a Dios la Santísima Virgen, por entero y sin la menor reserva, en este santo día; dejaron la en el Templo sus padres - que la acompañaron en acción tan santa - para que, dentro de su recinto, fuese educada con otras vírgenes, y se aplicase allí a la práctica de todo género de virtudes. Pues era muy puesto en razón que habiendo determinado Dios convertirla algún día en templo de su divinidad, hiciera ya en Ella desde su infancia cosas grandes, por la eminencia de la gracia con que la honrase, y por la excelencia de las virtudes que en Ella produjese.
Por lo cual, según dice cierto autor piadoso, se aplicó siempre María en el Templo, al servicio de Dios y al ejercicio santo del ayuno y la plegaria, a la que se entregaba día y noche. Así discurrió piadosamente en el Templo para esta Virgen purísima todo el tiempo que allí vivió.
A vosotros os cabe la suerte de morar en la casa de Dios, donde estáis dedicados a su servicio. En ella, debéis, primero, llenaros de gracia mediante el santo ejercicio de la oración; y, segundo, esforzaros por practicar las virtudes que más convienen a vuestro estado.
Utilizando esos medios, os capacitaréis para el digno desempeño de vuestras obligaciones; las cuales no ejerceréis como Dios os lo exige, sino en la medida en que seáis fieles y muy asiduos en dedicaros a la oración. Por ella vendrá el Espíritu Santo sobre vosotros y os enseñará, conforme lo prometió Jesucristo a sus santos Apóstoles, todas las verdades de la religión, y las máximas del cristianismo (1), que debéis conocer y practicar perfectísimamente, puesto que estáis obligados a inspirar las a los demás.
La permanencia de la Santísima Virgen en el Templo trajo también como fruto convertir su corazón en templo sagrado del Señor y en santuario del Espíritu divino. Así lo canta de Ella la Iglesia en este santo día, al decir que " es templo del Señor y santuario del divino Espíritu, por cuya razón ha sido Ella la única en agradar a Dios, de modo tan perfecto y excelente que jamás ha habido criatura alguna que se le parezca " (2).
Como María es la doncella que, según el Génesis (3), había preparado el Señor para su Hijo, y, como el día del Señor se acercaba, según dice un Profeta (4); la fue Dios disponiendo con antelación, e hizo de Ella una víctima santa que se reservó para Sí.
Por eso también, según el Apocalipsis, María huyó al desierto (5); esto es, al Templo, lugar apartado del comercio con los hombres, donde halló la soledad que Dios le había deparado. Pues no convenía, en verdad, que debiendo establecer en Ella su morada el Hijo de Dios, conversase María en público ni con el común de los hombres; sino que toda su conversación fuese en el Templo del Señor y que, aun allí, hablara más de ordinario con los ángeles que con sus compañeras; a fin de hacerse digna del saludo que le dirigiría el Ángel, de parte de Dios.
Honrad hoy a la Santísima Virgen como a tabernáculo y templo viviente que Dios mismo se edificó y embelleció con sus manos. Pedidle os obtenga de Dios la gracia de que se halle vuestra alma tan bien adornada y tan bien dispuesta a recibir la palabra divina, y a comunicarla a los otros, que os convirtáis por su intercesión en tabernáculos del Verbo de Dios.

martes, 19 de noviembre de 2019

¿QUIENES SON LA HIJA DE JAIRO Y LA HEMORROISA? Reflexión




¿QUIENES SON LA HIJA DE JAIRO Y LA HEMORROISA?

Reflexión en torno al Evangelio del XXIII domingo después de Pentecostés 

17 de noviembre de 2019

El Evangelio de hoy aparecen dos mujeres. Una joven, hija del jefe de la sinagoga llamado Jairo, que ha muerto y una mujer, con cierta edad, que lleva padeciendo por más de 12 años flujos de sangre, conocida por el nombre de la hemorroisa y que san Marcos caracterizado en general por su brevedad nos informa extensamente de que “había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor.”
Ambas mujeres son objeto de una intervención milagrosa de Jesús: la niña es resucitada o revivificada, la mujer es sanada de sus hemorragias.
En ambos milagros el contacto físico con Jesús realiza el prodigio. Los tres evangelistas sinópticos afirman que Jesús tomó a la niña por su mano. Son los tres también los que nos dicen que fue tocar la orla de su manto y quedar sana la mujer.
En ambos milagros hay un movimiento: En el caso de la joven, acercar a Jesús, hacerle llegar a la lecho del velatorio; en el caso de la mujer, el acercarse ella misma a Jesús.
En ambos milagros hay una elemento que impide el movimiento: en el caso de la mujer, toda la turba que se agolpa en torno a Jesús pues “lo seguía mucha gente que lo apretujaba”; en el caso de la joven, los flautitas y el gentío que se agolpaba en la casa que se hizo necesaria su expulsión: “él los echó fuera a todos.”
En el caso de la joven es el padre, jefe de la sinagoga, el que intercede y suplica el milagro ante Jesús. En la mujer, es ella misma la que sale al encuentro de Cristo y piensa que con solo tocar la orla de su manto quedará sana.
¿Quiénes son estas mujeres? ¿Qué nos enseñan? ¿Qué podemos ver en su tipología?
Son múltiples los significados de las Escrituras y no es descabellado ver en estas dos mujeres una figura de la humanidad y de la misma Iglesia.
La joven muerta es la humanidad, y más concretamente, la modernidad – el tiempo más reciente de la historia, pero también el más breve. Esta joven es hija  del jefe de la sinagoga y no podemos olvidar también que la modernidad es fruto en su pensamiento y en sus modos de vida del proyecto de la masonería, donde el actual judaísmo se encuentra presente.
La joven está muerta, no tiene vida, no puede hacer nada por sí ni por su vida. Es la imagen de la humanidad actual, alejada de Dios, de las fuentes de la gracia y de la vida, una humanidad aparentemente viva, vivísima, pero en lo que no se respira más que el hedor de la muerte. Es lo que magistralmente el papa Juan Pablo II resumió con la expresión “cultura de la muerte.” Esta humanidad no puede salir de sí misma, se encuentra totalmente inerte, no hay aliento alguno para liberarse de la rigidez de la muerte. Solamente hay una posibilidad y es sembrar más muerte, sembrar más oscuridad. El mínimo inicio de esperanza que pueda surgir en nuestra sociedad, se ve sofocado rápidamente por los ingenieros sociales –a los que bien podemos dar el título de verdugos o enterradores, figurados en aquellos siervos que acuden a sofocar la esperanza del padre anunciándole: “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?»”; o podemos verlos en aquellos otros que frívolamente ser ríen y burlan.
¿Quién puede dar vida a esta joven? ¿Quién puede sacar a nuestra humanidad de este sin sentido, de este vacío existencial, de esta cultura de la muerte?
Solamente, Jesús puede salvarla. Solamente Jesús puede llenar de sentido la existencia. Solamente Jesús puede dar vida, y vida plena.
Hace falta un intercesor, un padre que acuda a pedir el milagro. El padre de la niña era jefe y hombre principal de la sinagoga. Sinagoga –en griego ecclesia- es símbolo de la Iglesia que es madre y que debe interceder, acudir a Jesús, pedir con fe, humildad y adoración que el Señor realice el milagro.
La Iglesia –como aquel padre- debe conducir a Jesús hasta la casa donde se encuentra la joven muerta. Debe ser sacramento de salvación, mediadora, servir de instrumento para que se obre el milagro. La Iglesia –como aquel padre- debe llevar a Jesús ante su hija para que este le tome de la mano y le devuelva la vida.
La Iglesia –como aquel padre- ha de mantener la esperanza contra toda esperanza y ante los lamentos y desconfianzas, ante los que nada quieren hacer por salvar a la niña, acercar a Jesús, que pueda tocar los corazones endurecidos y petrificados sin vida de los hombres hoy para darle vida verdadera.
Aquel padre no acudió al sumo sacerdote, a otros supuestos profetas, a expertos curanderos; sino que acudió a Jesús y lo adoró. Lo reconoció verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia no puede acudir a persona alguna, institución, técnicos, propias fuerzas para salvar a la humanidad. Solo Jesús puede salvarla. Y, ¿qué Jesús? Jesús el de los evangelios, el de la fe; en el que siempre hemos creído…
La Iglesia solo puede acudir y ofrecer a Jesucristo, manifestado en fragilidad humana,
santificado por el Espíritu; a Jesucristo, mostrado a los ángeles, proclamado a los gentiles. Cristo, objeto de fe para el mundo, elevado a la gloria…
Pero, ¿cómo se encuentra la Iglesia en la modernidad? No es exagerado decir que la Iglesia es esa mujer adulta que se encuentra enferma, con continuas hemorragias… Digo que no es exagerado, porque el entonces cardenal Ratzinger en el viacrucis del Coliseo del año 2005, con un conocimiento mayor que el que nosotros podamos tener, elevaba una oración: “Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos. Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia.(…)”
La Iglesia  tiene la misión de anunciar a Cristo, darlo a conocer a todos los pueblos: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a todas las gentes.” Pero la Iglesia se encuentra enferma, paralizada en su misión.
Siempre habrá aquellos que en su ingenuidad optimista digan que ha habido tiempos peores en la historia, que no estamos tan mal, que hay muchas cosas positivas en la modernidad, etc…
Pero creo que –sin ser inconsciente de épocas duras y difíciles en la historia de la Iglesia- ninguna de ellas se igual a la actualidad. Los Papas de principios del siglo XX alertaron y señalaron el error modernista definido como “el conjunto de todas las herejías históricas juntas.”
En el desarrollo del siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI, con esa tentación de asimilarse al mundo y a la modernidad, la Iglesia se expuso al peligro y la enfermedad la invadió en todas sus esferas…
Creo que no hace falta insistir más en aceptar lo que es visible para todos: la Iglesia se encuentra en una profunda crisis en todos sus ámbitos: doctrinal, moral, disciplinar, litúrgica… Crisis en la autoridad, crisis en la vida religiosa, crisis en el clero… Una hemorragia tremenda que cada vez se agrava más y se hace más patente a todos, dentro y fuera de la Iglesia.
Es cierto, la promesa del Señor no falla: “Portas Inferi non praevalebunt”; y a pesar de la vicisitudes de la historia y los embates del maligno, la Iglesia no perecerá porque Cristo lo ha prometido. Pero eso, no excluye lo que el mismo catecismo de la Iglesia (nº 675) recoge acerca de la prueba de la Iglesia antes de la Venida en gloria de Jesucristo: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el "misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne.”
Ya el Papa Juan Pablo II constató la apostasía silenciosa de las antiguas naciones católicas; pero más que silenciosa, esa apostasía cada vez se extiende más a todos los ámbitos de la sociedad moderna. Una apostasía que no es el rechazo directo de la fe, sino su mutación por un nuevo credo contrario a la fe recibida de los apóstoles.
No podemos silenciar lo que la Virgen dijo en Fátima. El 13 de julio de 1917, la Virgen pidió que el Papa consagrase Rusia a su Inmaculado Corazón: “Si se escuchan mis peticiones, Rusia se convertirá y tendrán paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia”. Esa consagración no se ha hecho, aunque quieran convencernos de que sí. La Virgen pidió que se le consagrase Rusia; no la Iglesia, ni las naciones o la humanidad en general. Y esto no se ha realizado. Rusia ha extendido sus errores: el mundo sin Dios. No podemos olvidar que los errores de Rusia es el sistema filosófico –no solo económico- del marxismo donde el primer artículo de su credo es “Dios no existe.”
En esta situación, la Iglesia no puede llevar a Jesucristo a la modernidad, al mundo; porque ella no lo tiene, está lejos de él, se ha ido tras otros “ídolos”.
Alguien dijo hace unos años aquello de prefiero una iglesia accidentada, pero en salida, que una iglesia inmóvil y encorvada hacia sí misma. Un error garrafal y que parece que el Espíritu Santo en la Palabra de Dios dice lo contrario: es necesario que la hemorroisa se sane para que la joven pueda ser revivificada por Cristo.
¡Fijaos! El milagro de la joven se pide primero, el padre acude a Jesús, pero se realiza de último. El milagro de la mujer le roba el puesto a la joven. San Jerónimo –siguiendo la enseñanza del Apóstol san Pablo- dice que esto es porque la conversión de toda la gentilidad, precederá a la conversión de Israel. Pero creo que desde nuestra perspectiva, esto sucede porque solo una Iglesia fuerte, sana, vigorosa –no en lo externo o en los medios, o triunfos mundanos- sino fuerte y sana en la fe, en la disciplina, en la moral, etc precede la conversión de la modernidad.   
¿A quién ha de acudir a la Iglesia hemorroisa para encontrar la salvación? A Jesucristo, su piedra y fundamento, su razón de ser, su origen, centro y culmen, su propia vida.
La Iglesia ha a acudir a Cristo y saber con solo tocar la orla de su manto quedará sana. ¿Cuál es esta orla? Pues hasta en esto parece que el Espíritu Santo dejó un simbolismo hermoso. La orla es la parta decorativa de una pieza de ropa, algo accesorio, pero sin duda, para nuestra naturaleza sensible y necesitada de lo sensible, algo importante. En todas las culturas se ha cuidado el vestido, su adorno, sus accesorios… Lo externo que nos reviste, nos define y habla de nuestra vida interior.
Muchos en la modernidad han criticado la liturgia como algo accesorio, de poca importancia para la vida de la iglesia.  Muchos en el afán modernista han rechazado el papel primordial de la liturgia en la vida de la Iglesia. Muchos han querido quitar todo los sensible y los “decorativo” de ella haciéndola más sencilla y asequible, pero dejando una liturgia aséptica, intelectualista y sobre todo “desobrenaturalizada” que en vez de dar culto a Dios, se convierte en culto del propio hombre.
La mujer no se sana por tocar la mano de Cristo, ni ninguna parte de su Santísimo Cuerpo, sino por tocar la orla de su manto. Y es que a través de la Sagrada Liturgia, Cristo se ha puesto a disposición de su Iglesia y obediente a sus ministros obedece a la fórmula sacramental para dar la gracia.
“Jesús, notando que había salido fuerza de él, -dice san Marcos- se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba: «¿Quién me ha tocado el manto?».” Parece que la liturgia hace que -de forma “involuntaria”-  Cristo extienda sobre las almas, la Iglesia y la humanidad su fuerza sanadora y salvadora. Y es que la Sagrada Liturgia actualiza el misterio salvífico de Cristo: nos da aquí y ahora, en nuestro tiempo y nuestro lugar, la gracia redentora que nos obtuvo de una vez para siempre con su Pasión y Muerte.  
Y, ¿a dónde nos trae esta meditación? Pues a aquello que tantas veces en sus escritos el Cardenal Ratziger afirmó acerca de la liturgia.
Benedicto XVI en el prólogo a la edición en lengua rusa del volumen IX de las “Obras Completas de Joseph Ratzinger” afirma: “La causa más profunda de la crisis que ha trastornado a la Iglesia reside en el oscurecimiento de la prioridad de Dios en la liturgia.”
En otra ocasión afirmó: “Para la vida de la Iglesia es dramáticamente urgente una renovación de la conciencia litúrgica. (…) Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que nos encontramos hoy depende en gran parte del hundimiento de la liturgia.”  (JOSEPH RATZINGER. Mi Vida. Recuerdos (1927-1977). Ediciones Encuentro, 2005, Madrid. Pág.148-151)
Y dejo al mismo Papa, decir la conclusión de esta meditación, animando a todos los que leáis estas líneas a vivir la sagrada liturgia, a apostar con vuestra vida, con vuestras fuerzas, con vuestra fama el cultivo y promoción de la liturgia, conservando y alimentándonos de este tesoro infinito que para las generaciones anteriores era sagrado, y que también para nosotros permanece sagrado y grande. La renovación de la liturgia traerá una renovación en todas las esferas de la vida de la Iglesia.
Decía el entonces cardenal Ratzinger: “Ante las crisis políticas y sociales de nuestros días y las exigencias morales que éstas plantean a los cristianos, bien podría parecer secundario el ocuparse de problemas como la liturgia y la oración. Pero la pregunta de si reconoceremos las normas morales si conseguiremos la fuerza espiritual, necesarias para superar la crisis, no se debe plantear sin considerar al mismo tiempo la cuestión de la adoración. Sólo cuando el hombre, cada hombre, se encuentra en presencia de Dios y se siente llamado por él, se ve asegurado también su dignidad. Por este motivo, el preocuparnos por la forma adecuada de la adoración no sólo no nos aleja de la preocupación  por los hombres, sino que constituye su mismo núcleo. (…) La cuestión decisiva tratada es siempre la misma: cómo podemos, en nuestros días, rezar y unirnos a la alabanza de Dios en el seno de la Iglesia, cómo la salvación de los hombres y la gloria de Dios puede reconocerse y experimentarse como un todo.” (Joseph Ratzinger, La fiesta de la fe, DDB, Bilbao, 1999 pág 9-10)