SEXTO DOMINGO
Huída de José a Egipto. Su vuelta a Nazaret
LOS 7 DOMINGOS DE SAN JOSÉ
CON EL REZO
DE SUS DOLORES Y GOZOS
PARA CADA DOMINGO
Por la señal...
Salutación al Santo Patriarca
¡Dios te salve, oh José, esposo de María, lleno de gracia!
Jesús y su Madre están contigo:
bendito tú eres entre todos los hombres
y bendito es Jesús, el Hijo de María.
San José, ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
***
Puede leerse la meditación propuesta para cada uno de los domingos. Y se termina con el ejercicio de los Dolores y Gozos de san José.
SEXTO DOMINGO
Huída de José a Egipto. Su vuelta a Nazaret.
De la obra "VIDA DEL GLORIOSO PATRIARCA SAN JOSÉ" de d. Antonio Casimiro Magnat
¿Por qué se refugió José en Egipto?
Herodes engañado por los Magos, y temiendo que el niño que iban a adorar, fuese un día el que le sacará de su trono, dio orden de asesinar a todos los niños de menos de dos años que se hallarán en Belén y sus alrededores, creyendo que por estas medidas, el niño que había nacido y que le habían dicho que era el Mesías, sería incluido en el asesinato y no escaparía a su venganza.
Pero el cielo velaba por su conservación y mientras que Herodes meditaba su cruel designio, un ángel se apareció a José en sueños, y le dijo: “levantaos, tomad el niño y a su madre, huid a Egipto y permaneced allí hasta que se os ordene volver: porque Herodes se dispone a buscar al niño, para hacerle morir.” Y José, añade la Escritura Santa, se levantó al punto, huyó con el niño y su madre, y si retiro a Egipto. Luego si José huye de su querida patria, y conduce a Jesús y a María a Egipto, es por obedecer las órdenes del cielo, es para evitar que el niño que le ha sido confiado caiga bajo los golpes del furor de Herodes.
El lugar del destierro está muy distante; hay cerca de ciento cuarenta leguas del país natal; el viaje será, por consecuencia, pesado, durará cerca de quince días; no importa, el cielo habla, el niño está en peligro y José obedece. ¡Qué fe! ¡Qué obediencia!
¿Qué partida de ladrones era la que José María y Jesús encontraron en su huída a Egipto?
Los santos viajeros estaban próximos a entrar en la vasta llanura de la Siria, donde esperaban estar libres de los lazos de su cruel perseguidor, cuando contra sus costumbres, continuaron su camino, entrada ya la noche, para estar más pronto en seguridad, y apresurar su llegada, pero de repente se presentaron unos hombres armados para estorbarles el paso: era una banda de malvados que desolaban el país, cuya temible fama se había esparcido por todas partes. José y María se pararon y rogaron al Señor en silencio, porque la resistencia era imposible: lo más podían confiar que los bandidos les dejasen la vida. El jefe se separó de sus compañeros y se adelanto hacia José, para ver qué debía hacer; pero a la vista de aquel hombre desarmado, de aquel niño que dormía tranquilamente sobre el seno de su Madre, se ablandó el corazón sanguinario del bandido. Lejos de querer hacerles mal, bajo la punta de su lanza y alargó la mano a José, ofreciéndole hospitalidad para él y su familia: este jefe se llamaba Dimas. La tradición cuenta que pasado el tiempo fue cogido por los soldados y condenado a ser crucificado, colocándole en el Calvario al lado de Jesús, y le conocemos con el nombre del Buen Ladrón.
¿Qué milagro obró el cielo en esta huida a favor de la Santa Familia?
Según la Ciudad Mística de María Agreda, al término de la segunda jornada, José y María se hallaron con que las provisiones que habían preparado para su manutención se les habían agotado, de tal manera que continuaron su camino todo el día siguiente, sin tomar ningún alimento. Por la tarde, cuando se pararon para descansar, estaban extenuados de hambre y cansancio. María viendo que les faltaba todo humano recurso, y que su conservación parecía imposible, se decidió a pedir al cielo un milagro; pero el cielo no se hizo esperar, porque para María el suplicar es obtener. Y en efecto, apenas la augusta señora había concluido su suplica, cuando ya estaba preparada una comida servida por mano de los ángeles. Esta comida consistía en pan y frutas, alimentos convenientes a su frugalidad. Esta milagrosa comida, debió recordarles sin duda, un beneficio semejante concedido en el mismo sitio a uno de los antiguos profetas, pues ocurrió en el desierto de Bersabé, lo mismo cuando un ángel sirvió al profeta Elías un pan cocido en la ceniza, que le dio la fuerza suficiente para llegar hasta la montaña de Horeb. Desde este día los ángeles tuvieron el cuidado de alimentar a los santos esposos, y el milagro no cesó hasta su entrada en Egipto.
¿Dónde fijó Josué su estancia en Egipto, y cuál fue su condición?
Algunos autores creen que José se estableció desde luego en Hermópolis; otros pretenden que fue en Memphis, otros en Matharea o Matariah, y otros, por último, en Heliópolis. Puede ser que todos estos autores tengan razón, porque muy bien podía suceder que José hubiera estado en todas estas poblaciones más o menos tiempo sin establecer su domicilio definitivamente. Sin embargo, la opinión más común es que José se estableció en Heliópolis, cuyo nombre se encuentra en esta ocasión perfectamente aplicado porque significa: Ciudad del Sol, y poseía entonces en su seno el sol de justicia
Respecto de su condición, debió ser, a no dudarlo, dura y llena de sufrimientos. Se hallaba desterrada, en tierra extranjera, sin apoyo, sin conocimiento, víctima de la más injusta persecución. Como era pobre, observa San Basilio, debió con María su esposa entregarse a los trabajos más penosos para procurarse lo necesario para su sustento. La tradición afirma que María trabajaba con la aguja y el huso, y que con mucha frecuencia el niño Jesús pedía pan, y José y María no podían dárselo.
¿Qué nos recuerda la permanencia de san José en Egipto?
La estancia de san José en Egipto, recuerda naturalmente el antiguo Patriarca llamado también José, que fue vendido por sus hermanos y conducido a Egipto. La comparación no puede ser más exacta, pues durante su permanencia en Egipto, San José experimentó los mismos infortunios, virtudes y beneficios del antiguo José, y desde luego sus desgracias. El antiguo José, dice San Bernardo, vendido y conducido a Egipto por la envidia de sus hermanos, figura de lejos la venta de Jesucristo y el nuevo José, para evitar el deseo de Herodes, condujo a Cristo a Egipto. El antiguo José, encerrado en la prisión, fue largo tiempo víctima de la más odiosa calumnia, y el nuevo José, desterrado a una tierra desconocida, vivió cerca de siete años víctima de la más injusta persecución. Copia igualmente sus virtudes. El antiguo José, dice San Bernardo, conservó la más sincera fidelidad respecto de su amo, no queriendo acceder a las solicitaciones de la mujer de Putifar, y el nuevo José, reconociendo a la Santísima Virgen por su soberana, por la Madre de su Señor, fue siempre casto esposo y fiel depositario de tan santa virginidad. El antiguo José recibió del cielo la inteligencia en los sueños misteriosos, y el nuevo José merece ser el confidente y cooperador de los secretos de Dios. Los dos, sometidos a las pruebas de la Providencia, no murmuran ni contra la prisión y cansancios, ni contra el destierro y sus penas, y sin rencor a causa de las injusticias, sin disgusto por los malos tratamientos, piden por sus perseguidores y se juzgan dichosos en sufrir: el uno por la inocencia de su corazón; y el otro por la inocencia de Jesús. San José copia; en fin, los beneficios del antiguo José: y, en efecto; el antiguo José, continúa San Bernardo, conservó el trigo, no para él, sino para todo el pueblo, y el nuevo José recibió en depósito, tanto para sí mismo como para el mundo entero, el pan vivo bajado del cielo, y si fue a Egipto, fue en calidad de guardián fiel para producir en los días de escasez y hambre el trigo de los elegidos y el divino maná. Como el antiguo José fue el bienhechor del Egipto por la virtud del celeste Niño. Fácil es, pues, ver que las relaciones entre los dos Josés no pueden ser más exactas; pero añadamos también, que el cuadro sería más completo si nosotros, cristianos, imitásemos la conducta de los egipcios.
Y en efecto Faraón y todo su pueblo, reconociendo que por José se había salvado del hambre, quiso que José fuese el primero después de él en su reino: imitemos a los Egipcios, reconozcamos que san José nos ha salvado del hambre conservándonos al Divino Niño que es el alimento de los ángeles, el trigo de los elegidos, y el pan, en fin, que nos da la vida eterna.
¿Cómo se verificó la vuelta de Egipto de la santa Familia, y dónde se estableció José?
Hacía cerca de siete años que José se hallaba en Egipto, cuando murió el anciano Herodes, este príncipe cruel y sanguinario, que hizo perecer muchos miles de niños del país de Belén y de cuyo furor había sido sustraído el santo Niño Jesús con la huída a Egipto. A la muerte de este tirano, ya no había porque temer, por lo que el ángel se apareció de nuevo a José y le dijo: “José levantáos, tomad el Niño y su madre, y volved a la tierra de Israel, porque los que buscaban al Niño para hacerle perecer no existen en el mundo.” José obedeció y se puso en camino hacia su tierra natal. Pero antes de entrar en la Judea, supo que Herodes había sido reemplazado por su hijo Archelao que era también muy cruel; inquieto con esta noticia e instruido de nuevo por el ángel, no entró en Judea, sino que tomando un camino a través de la tribu de Dan y la de Isaachar, en la Galilea inferior, la costa del Mediterráneo, dejó a Jerusalén a la derecha y llegó a Nazaret, cuna y asilo de la inocente María.
¿Cuál fue el dolor de José por la pérdida de Jesús en Jerusalén?
Había una ley en la antigua alianza que obligaba a todos los judíos a comparecer tres veces al año delante del Señor en su templo para celebrar las fiestas de Pascua, la de Pentecostés y la de los Tabernáculos llevando al mismo tiempo una ofrenda. Pero esta ley no obligaba sino a los hombres; las mujeres estaban exceptuadas de ella atendiendo a su debilidad. Luego que Jesús llegó a los doce años, sus padres resolvieron llevarle consigo a Jerusalén con motivo de la fiesta de Pascua. Cuando terminó el séptimo día, José y María se pusieron en camino para Nazaret; pero Jesús, en lugar de seguirlos, se quedó en Jerusalén. Hasta la tarde del primer día de viaje no le echaron de menos, le buscaron al instante entre sus parientes y amigos, pero no viéndole, se volvieron a Jerusalén, donde después de tres días de angustia y pesquisas infructuosas le hallaron en el templo sentado en medio de los doctores, a quienes escuchaba y les preguntaba. Pintar cuál fue el dolor de José en esta circunstancia, es imposible, porque José tenía a Jesús un amor de padre, superior a toda expresión. Orígenes llega a decir que José y María fueron en esta ocasión tratados hasta con rigor, y que su alma sufrió más que todos los mártires juntos. Pero lo que afligía el corazón de José y de María, según Orígenes afirma, es que en su humildad creían que Jesús les había abandonado como indignos de su presencia, de sus caricias y de su intimidad. ¡Ah! Cuántas veces exclamaba un autor piadoso, cuántas veces se puede conjeturar que el santo anciano debió reprocharse a sí mismo el poco cuidado que había tenido del celeste depósito. ¿En qué aflicción de espíritu no debió caer? ¿En qué turbación? ¿En qué agitación?
¿Cuál fue la educación que José dio a Jesús?
Si José hubiese querido hubiera podido sacar partido de la simpatía que Jesús se había adquirido entre los judíos, desde luego por sus cualidades exteriores, y además por las morales; pues que crecía en sabiduría , a medida que adelantaba en edad, haciéndose más y más agradable a los hombres. Hubiérase a la par aprovechado de la admiración que su hijo había excitado entre los doctores de la ley, y por consecuencia destinarle a un honorífico empleo en el mundo. Pero no; José era sencillo como Jesús, y le educó con sencillez. Mientras que era joven, le hacía cumplir las obligaciones más ordinarias, más comunes, y las más conformes a su edad. No debemos admirarnos de esto; Jesús en efecto, ha dicho de sí mismo: que había venido al mundo para servir, y no para ser servido. Por otra parte, no leemos en parte alguna que José y María hayan tenido criados, eran semejantes a los pobres, cuyos hijos son los que sirven. Esta era la creencia de San Buenaventura y del piadoso Gerson, que nos enseñan al Salvador del mundo prestándose en la casa de Nazaret a los más bajos oficio, lo que reveló a Santa Brígida la Santísima Virgen. Cuando Jesús fue mayor, José le aplicó a su profesión, haciéndole carpintero. Y es tan verdadero esto, que se citaban aún en los primeros tiempos de la Iglesia los yugos que había hecho, la tradición lo ha conservado esto en los más antiguos autores.
¿Y ahora dónde están, diremos con Bossuet, dónde están aquellos que se quejan, cuando sus empleos no corresponden a su capacidad, o mejor aún a su orgullo? Que vengan a la casa de José y de María y vean trabajar a Jesús en la profesión más humilde y más baja, según el mundo. ¿Dónde están, diremos con un piadoso autor, dónde están los padres, que tanto trabajan para sacar a sus hijos del humilde estado o condición en que Dios les ha hecho nacer? Que vengan a la casa de Nazaret y que aprendan con el ejemplo de José, cuán reprensible es su conducta; quieren educar a sus hijos fuera de su condición, y debieran más bien examinar antes si, como cristianos, buscan a Dios en su vanidad.
DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSÉ
1° DOLOR Y GOZO.
Ignorando el misterio de la encarnación, quiere José abandonar a María su
esposa embarazada: ¡qué dolor! Mas un ángel le revela que María ha concebido
por obra del Espíritu Santo: ¡qué gozo!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
2° DOLOR Y GOZO.
Nace Jesús en suma pobreza: ¡qué dolor! Mas le ve adorado de los ángeles,
pastores y reyes: ¡qué gozo!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
3° DOLOR Y GOZO.
Derrama Jesús sangre en su circuncisión: ¡qué dolor! Mas oye de boca del ángel
que se llamará Jesús y salvará a su pueblo: ¡qué gozo!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
4° DOLOR Y GOZO.
Profetiza Simeón la Pasión de Jesús: ¡qué dolor! Pero anuncia sus frutos y su
gloria: ¡qué gozo!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
5° DOLOR Y GOZO.
Huye de noche precipitadamente a Egipto por salvar a Jesús y María: ¡qué dolor!
Mas caen los ídolos de Egipto y Jesús queda libre del furor de Herodes:
¡qué gozo!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
6° DOLOR Y GOZO
Ha de volver a Judea, donde reina Arquelao, no menos cruel que su padre Herodes: ¡qué dolor! Mas el ángel le disipa toda inquietud: ¡qué gozo!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
7° DOLOR Y GOZO
Pierde tres
días a Jesús: ¡qué dolor! Mas le halla en el templo asombrando a los doctores
con la sabiduría de sus preguntas y respuestas: ¡qué gozo!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Para finalizar, añádase:
ANTÍFONA. Este es el
siervo fiel y prudente a quien el Señor constituyó sobre su familia.
V/. Ruega por nosotros, glorioso san José.
R/. Para que seamos dignos de las promesas de Jesucristo
Oremos: OH Dios, que en tu inefable providencia, te has dignado elegir a san
José por esposo de tu santísima Madre; te pedimos nos concedas que, venerándolo
como protector en la tierra, merezcamos tenerle como intercesor en el cielo.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Por el santo Padre, por su persona e intenciones para ganar las indulgencias concedidas a esta devoción.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
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Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, en vos descanse en paz el alma mía.
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Ave María purísima, sin pecado concebida.
***
¿En qué consiste esta devoción y que indulgencias tiene? Consiste en hacer memoria de los 7 dolores y gozos de san José, con su Padrenuestro, avemaría y gloria en cada uno de ellos, durante 7 domingos consecutivos. Puede hacerse en cualquier época del año, pero habitualmente se realiza como preparación a la fiesta del Santo del 19 de marzo, comenzando 7 domingos antes de la fiesta.
La Iglesia ha concedido Indulgencias a esta devoción:
¾ 1ª 300 días de indulgencia cada domingo, rezando durante siete domingos consecutivos en el curso del año, a elección de los fieles, los siete gozos y siete dolores de san José, y el séptimo domingo se puede ganar además una indulgencia plenaria. (Gregorio XVI, 22 de enero de 1836).
¾ 2ª Indulgencia plenaria en cada domingo, aplicable a las almas del purgatorio. Los que no saben leer o no tienen la deprecación de los siete dolores y gozos, pueden ganar esta indulgencia rezando en los siete domingos siete Padrenuestros con Avemaría y Glorias. (Pio IX, 1 de febrero y 22 de marzo de 1847).
Para ganar tan preciosas indulgencias, son condiciones precisas para cada domingo:
1. Confesar, comulgar y orar un rato a la intención del Papa. Una confesión sirve para lucrar varias indulgencias plenarias en días distintos en el margen de 8 días antes o después de la confesión. Por cada una de indulgencia plenarias que se quieran lucrar es necesario cumplir la obra prescrita, la comunión y el rezo por el Papa.
2. Rezar o hacer el ejercicio de los siete dolores y gozos de san José. Al menos, 7 padrenuestros, avemarías y glorias, en honor de ellos.
3. Que los siete domingos sean consecutivos, porque si hubiese interrupción, aunque fuera involuntaria, debería empezarse de nuevo.
Aunque no se requiere para ganar las indulgencias la meditación o consideración detenida y amplia acerca de la vida, virtudes, dolores y gozos del Santo Patriarca, es buena ocasión para para conocerle mejor y así amarle más, detenerse en la contemplación de los misterios de la vida de san José.
No dudes, devoto josefino, que según sea tu confianza, será el despacho de tus ruegos. Espera mucho, espéralo todo de la intercesión poderosa de san José, y verás grandes cosas.
Pruébalo y lo verás por experiencia.