domingo, 2 de marzo de 2025

3 DE MARZO. SANTOS EMETERIO Y CELEDONIO, MÁRTIRES (SIGLO IV)

 


03 DE MARZO

SANTOS EMETERIO Y CELEDONIO

MÁRTIRES (SIGLO IV)

L siglo IV cristiano —dice Riber— amaneció por la banda de las Españas con una aurora roja. Nuestro cielo se encendió con el oro sideral de dos nombres que Cristo escribió en él, mientras en el, suelo quedaban anotados con un surco paralelo de sangre: Estos dos nombres áureos, astros en el cielo y amapolas sobre la tierra ibérica, son los de Emeterio y Celedonio que, por 109 años de 301 o 302, llevaron el fruto de la paciencia y consumaron sus milicias en Calahorra, imperando Maximiano Hércules y reinando Jesucristo Nuestro Señor».

León, Calahorra y Santander, comparten la gloria de estos dos héroes casi legendarios del Martirologio hispánico. León los vio nacer, cuando su padre San Marcelo residía en la Ciudad, al frente de la Legio VII Gémina. Calahorra los vio «ofrecer el cuello a la pública segur» con fiel virilidad.

Santander heredó el bello nombre de Emeter y engastó para siempre en su escudo las cabezas coronadas de los dos Mártires...

La falta de documentos históricos nos obliga a apoyarnos en la tradición y en la leyenda. No lo haremos sin protestar como Duguesclin, defendiendo al de Trastamara: «Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor».

Amanece el siglo IV. La Iglesia española mide sus fuerzas con la persecución, y los mártires hispanos escriben una gesta sublime y triunfal. «Ni dejó el furor de ceder en alabanza nuestra b quedar vacío de sangre esclarecida; antes creció siempre el número de los mártires bajo toda granizada» — canta la lira de Aurelio Prudencio.

Ayer —víctima de la depuración llevada a cabo en el ejército por la Tetrarquía — cayó el centurión Marcelo; hoy son sus hijos Emeterio y Celedonio los que, abandonando las banderas del César, escogen el signo de Cristo: Cæsaris vexilla línquunt, élegunt signum crucis.

Pero trencemos ya la historia verídica de su triunfo, conservada tradicionalmente en el pueblo riojano de Arnedo con recio aroma de flor eterna.

Emeterio y Celedonio eran militares. Estaban de guarnición en León. Su padre les había infundido una fe austera y fuerte y les había trazado con su propia sangre la línea de una meta victoriosa. La vida dura del campamento los había fortalecido más. Por eso, cuando los apresaron por ser cristianos y los trasladaron a Calahorra para martirizarlos, confesaron sin miedo ante los tribunales la verdadera religión. Estaban preparados para sufrir cualquier combate, y pasaron por todos los suplicios antes que cometer una felonía. Más fuerte que la misma muerte era su fe en Dios. Y supieron vencer, porque supieron morir. «Allí —dicen los arnedanos, señalando un sitio junto al río Cidacos— tuvo lugar el milagro...».

El «milagro» nos lo ha transmitido el «Cantor de los Mártires» con la galanura de su numen ígneo y ferviente, en el himno primero del Peristéphanon, calcado en las Actas Proconsulares. «El tiempo —dice— no ha podido borrar una tradición, según la cual, se vieron subir por los aires algunos objetos que pertenecían a los Santos, como símbolo del camino del cielo, a donde pronto iban a llegar. El anillo, volando sobre las nubes, figuraba su fe; el blanco pañuelo que ondeaba al viento, su pureza angélica. Una ráfaga los arrebató a la luz del día: el resplandor del oro se apagó al fin, en el azul del cielo, y la albura del pañuelo desapareció de la vista de los circunstantes, que lo seguían con avidez. Subieron ambas prendas hasta los astros, sin que se las volviera a ver más».

Esto es lo que nos dice la Tradición y la leyenda que, injertas en la historia del primitivo Cristianismo, le iluminan el camino: son rico depósito —¿por qué no decir sagrado?— de la antigüedad y luz que nos guía a través de las ruinas del tiempo en la búsqueda de la verdad histórica. Sus trazos —fuertes Y sobrios en este caso— nos bastan para perfilar unas figuras — todo símbolo que por caminos de heroicidad lleva Dios desde la paganía al dulce cautiverio de la fe y desde ésta al altar del martirio, Todavía creemos contemplar la belleza sublime de su inmolación, al leer las palabras que Prudencio pone en sus labios: «Nacidos para Cristo, ¿seremos consagrados al metal? Llevando impresa la forma de Dios, ¿serviremos al siglo? No; no sea jamás que el fuego celeste se denigre y ofusque con las tinieblas. Harto es que nuestra vida haya en fiel conscripción pagado al César toda su deuda; el tiempo es llegado de dar a Dios lo que es de Dios. Ahora militamos para Cristo, vamos a ganar un sueldo de eterna gloria. Idos allá, portaestandartes, y vosotros tribunos, apartaos; llevad con vosotros los collares de oro, precio de nuestras heridas. Llamados somos a servir en el brillante ejército de los ángeles, donde manda Cristo a cohortes de albas vestiduras...».

En Calahorra, palestra de su combate, fueron enterrados. El Poeta canta su sepulcro, convertido en baptisterio. «Allí mismo, donde fluyó la sangre roja en que llevaron los mártires sus estolas, mana la fuente pura de donde las almas renacen».

Tal fue el triunfo de los santos Emeterio y Celedonio —verdaderos héroes de cristiana leyenda— que, fieles hasta la muerte, inmolaron sus vidas en aras de la justicia y de la verdad, para honor de León, orgullo de Calahorra, gloria de Santander y ornamento de la Iglesia hispana.