JORNADA SEGUNDA
Por la señal de la Santa Cruz, etc.
Acto de contrición
¡Señor y Dios mío! Humildemente postrado a tus divinos pies, te pido perdón por mis repetidas infidelidades, y auxiliado de tu santa gracia, te ofrezco no recaer en ellas. Llena, Señor, mi corazón de un verdadero dolor de haberte ofendido y mis ojos de lágrimas que laven mis culpas y sean en tu presencia prendas seguras de mi perfecta contrición. Haz que nunca me aparte de ti en la vida para que me recibas como hijo tuyo en la hora de la muerte y consiga verte y alabarte en el cielo. Amén.
MEDITACIÓN
PACIENCIA
Los torrentes engrosados por las lluvias amenazan de muerte a los pobres viajeros y ni una flor borda las orillas de la escabrosa y difícil senda por donde marchan. El cielo encapotado siempre los niega hasta el consuelo de un rayo de sol; y sin embargo caminan con un buen ánimo, llenos sus corazones de la santa paz que proporciona el cumplir la voluntad de Dios. María, hermosa y delicada, parece en medio de aquella naturaleza triste y sombría, como una blanca azucena que trasplantan sin piedad de un templado invernadero a un desierto y horrible paramo. José mientras la anima con sus palabras, observa angustiado si la fatiga la rinde; pero la dulce sonrisa que ilumina su hermosísimo semblante consuela al afligido esposo y le sostiene en su afanosa marcha. ¡Cuántas molestias ofrece el camino, y qué admirable paciencia tienen ambos para sufrirlas! ¿Dónde está la pobre casita de Nazareth, con sus paredes cubiertas de jazmines y madreselvas, y su hogar de alegre llama, estrella benéfica de todos los pobres y desvalidos? ¡Ay lejos, muy lejos! Torrentes espumosos, piedras agudas que laceran sus pies, abrojos que rasgan sus pobres vestiduras, he aquí lo que ofrece la jornada y sin embargo ni un instante vacilan; marchan siempre sin mirar a la tierra fijos sus ojos en el cielo, y contemplando en un éxtasis continuo y sublime la misericordia y grandeza de Dios.
Cuando marchamos por las sendas de la vida, arrastrando penosamente el fardo de nuestras culpas, ¿qué hacemos para imitar la paciencia de la Santísima Virgen y su esposo José? La más pequeña espina que nos hiere nos hace estremecer de impaciencia; a veces hasta que rasgue la vestidura de orgullo con que nos engalanamos para elevar mil quejas del fondo de nuestros corazones. Si un obstáculo por leve que sea nos impide el paso, ¡qué amargura la nuestra, que desesperación! ¿Es esto lo que debemos hacer? ¿Podemos de esta manera llamarnos hijos fieles de María?
ORACIÓN
¡Dios Eterno! Cuya bondad para la criatura es tanta, que después de formarle a tu Imagen le distes alma capaz de comprender tu grandeza infinita, apiádate de la obra de tus manos, dótanos de todas las virtudes y singularmente de la paciencia, para que sobrellevando con buen ánimo las contrariedades de la vida y cumpliendo siempre tu divina voluntad, ¡merezcamos verte y alabarte por una eternidad en el cielo! Amén.
ORACIÓN
¡Virgen pura y amorosa madre mía! Que con tu santo esposo José padeces cansancio y sobrellevas pacientemente todas las molestias de tan penoso camino, ruega a tu Hijo Jesús que dé a nuestras almas fuerza bastante para seguirte, cualesquiera que sean las aflicciones, obstáculos o peligros que llenen la senda de nuestra vida, y que tu asombrosa paciencia sea el ejemplo que imitemos ahora y siempre. Amén.
Tres Ave Marías
Aquí pedirá cada uno a la Santísima Virgen la gracia que desea conseguir.
Oración para todos los días
¡Oh, Dios mío! A ti acudo tan lleno de imperfecciones, tan rendido al grave peso de mis pecados, que apenas me atrevo a implorar tu piedad. Hijo soy, aunque ingrato, y tú, Padre de misericordia, tenla de mí y sea mi intercesora para conseguirla la purísima Virgen María, amparo y refugio de los míseros pecadores. Haz que la meditación de estas santas jornadas llene mi corazón de las virtudes que me enseñan y que, así como la reina de los ángeles y el Santo Patriarca José las anduvieron venciendo peligros, incomodidades y toda clase de sufrimientos: así yo venza en la jornada de mi vida todos los obstáculos que el enemigo de las almas ponga a la mía, y llegue a verte y alabarte en el cielo. Amén.
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