DÍA SEXTO
LA SANGRE DE JESÚS ES CONDIGNA SATISFACCIÓN DEL PECADO
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN INCIAL PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna!, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia, yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
CONSIDERACIÓN:
LA SANGRE DE JESÚS ES CONDIGNA SATISFACCIÓN DEL PECADO
I. Grandes penitencias han hecho los santos. San Pablo, primer ermitaño, vivió
cerca de cien años en el desierto (Breviario Romano, 15 de Enero), y San Simeón
Estilita se estuvo durante muchos sobre una columna (Martirologio Romano, 5 de
Enero); mortificándose ambos con ayunos y cilicios. Otros se ejercitaron en
indecibles austeridades. De entre los mártires, quien ha sido quemado, quien
descuartizado, quien obligado a beber plomo derretido, quien bárbaramente
lapidado. Ahora bien, todos estos padecimientos juntos, sin la Sangre de Jesús,
son insuficientes para satisfacer por una sola culpa ¡Tan grave es! No os
atreváis, pues, cristiano, a cometer jamás el maldito pecado.
II. El pecado, como ofensa a Dios, requería una satisfacción infinita, que el
hombre miserable no podía dar. Por tanto nuestra perdición hubiera sido
irremediable, si el misericordioso Señor no se hubiera hecho hombre y expiado
nuestras culpas con el mérito de su Sangre Preciosa. Siendo ésta la Sangre del
hombre-Dios, tiene un valor infinito, y por consiguiente es por sí sola
bastante para obtener nuestro rescate. ¿Cuánto entonces no debemos amar esta
Sangre divina? ¿Qué tierna devoción no debemos sentir hacia ella?
III. La vida animal está puesta en la sangre; y Dios había decretado que el
pecado se borrase con la sangre de la víctima (Levítico XVII). Pero con la
sangre de los animales y aún la de todos los hombres, es imposible cancelar las
culpas, por ser ella de valor infinito; por esto fue necesario que Jesús
consumara nuestra redención con la efusión de su Sangre. Demos, pues, las
gracias y amemos tiernamente la Preciosa Sangre, que nos ha librado de nuestra
irreparable perdición.
EJEMPLO
La beata Elena Valentini de Údine, tanto siendo casada como siendo monja,
meditó continuamente la Pasión de Jesús; por cuyo amor dormía sobre la desnuda
tierra; se flagelaba cruelmente y los viernes se alimentaba con solo una fruta
y bebía hiel y vinagre. Jesús se le aparecía clavado en la Cruz y
ensangrentado, en la sagrada Hostia, cuando ella oía Misa o comulgaba. Para
gozar aún mejor de los frutos de la Preciosa Sangre, en 1450 fue a Roma en
ocasión del Año Santo, haciendo a pie centenares de millas, llevando 33
piedrecitas dentro de los zapatos, así de ida como de vuelta. Conociendo que
las mortificaciones, aunque grandes, por sí solas no bastan para satisfacer por
el pecado, no quiso otra gracia del Papa Nicolás V, sino la Indulgencia en
artículo de muerte. Después de tres años de penosas enfermedades, estando
próxima a morir, para confortarla, se le apareció María con Jesús manando
Sangre; y ella, habiéndose hecho aplicar la dicha indulgencia y leer la Pasión,
alzó la cabeza hacia la cruz y expiró (Luis Torelli OESA, Siglos Agustinianos,
año 1458, n. 25, etc.). Amemos también nosotros entrañablemente esta Sangre,
único precio condigno de nuestro rescate, y mediante ella, libres de la
merecida condenación, alcanzaremos la vida eterna, la felicidad que nunca
tendrá fin.
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
OBSEQUIO: Antes de empezar cualquiera acción, diréis: «Eterno Padre, yo os ofrezco la Sangre Preciosísima de Jesucristo en descargo de mis pecados y por las necesidades de la Santa Iglesia». Y ganaréis cada vez cien días de indulgencia.
JACULATORIA: La Sangre sea siempre
alabada, que de los Cielos abrió la entrada.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¿Qué habría sido de mí, querido Señor mío si no hubieseis derramado vuestra sangre por mi salvación? No pudiendo yo satisfacer por los pecados cometidos, me habría irremisiblemente perdido, Sangre Preciosísima de mi Jesús; vos sola habéis podido satisfacer por mí a la Divina Justicia y vos sola sois, por tanto, mi salvación. ¡Cuánto agradecimiento por ello os debo! Quiero, pues, honraros y amaros siempre en esta vida, para poderos honrar y amar eternamente también en la otra. Amén.