martes, 4 de octubre de 2022

4 de octubre. San Francisco de Asís, confesor

 

4 de octubre. San Francisco de Asís, confesor

Francisco, natural de Asís, Umbría, se dedicó desde joven, a ejemplo de su padre, a ejercer el comercio. Un día en que, contra su costumbre, rechazó a un pobre que le pedía limosna por amor de Cristo, concibió tal contrición que le socorrió con largueza, y prometió a Dios no negar desde entoces a nadie la limosna que le pidiesen. Contrajo luego una grave enfermedad, y apenas restablecido, comenzó a entregarse con ardor a la práctica de la caridad, en cuyo ejercicio aprovechó tanto, que por amor a la perfección evangélica entregaba a los pobres cuanto poseía. Indignado su padre por este proceder, le llevó ante el obispo de Asís para que, ante él, renunciara a su patrimonio. Francisco renunció a todo; hasta a sus vestidos, de los cuales se despojó, diciendo que en adelante podría exclamar con mayor razón: Padre nuestro que estás en los cielos.

Un día en que oyó leer este pasaje del Evangelio: “No llevéis oro ni plata, ni dinero alguno en vuestros bolsillos, ni alforja para el viaje, ni más de una túnica y un calzado, resolvió atenerse a esta regla en adelante. Y así, quitándose su calzado, contentándose con un solo vestido, y juntándose con otros doce compañeros, instituyó la Orden de religiosos Menores. En el año de gracia, 1209, vino a Roma, para que la Sede Apostólica confirmara la regla de dicha Orden. Inocencio III por de pronto rehusó su demanda; pero después de haber visto en sueños al mismo a quien desechara, sosteniendo sobre sus espaldas la basílica de Letrán que amenazaba ruina, mandó ir en busca de Francisco, y en una cordial entrevista aprobó todo el plan de su Instituto. Entonces envió Francisco hermanos por diversas partes del mundo a predicar el Evangelio de Cristo; en cuanto a él, deseoso del martirio, se embarcó en dirección a Siria; allí fue tratado por el Sultán con gran benignidad, pero como no consiguiera sus deseos, regresó a Italia.

Luego de edificar muchas casas de su Orden, se refugió en la soledad del monte Alvernia, donde habiendo comenzado un ayuno de cuarenta días en honor de San Miguel Arcángel, se le apareció, en el día de la Exaltación de la Santa Cruz, un Serafín que, entre sus alas, mostraba la efigie del Crucificado, y que dejó impresas en las manos, pies y costado de Francisco las señales de los clavos. San Buenaventura nos dice que él mismo oyó referir este hecho al papa Alejandro IV en un sermón, como testigo de vista. Estas muestras del inmenso amor que Cristo le tenía, atrajéronle la admiración de todas las gentes. Dos años después, enfermó gravemente, y quiso que le llevaran a la iglesia de Santa María de los Ángeles para entregar su espíritu allí mismo donde Dios le comunicó el espíritu de gracia; y allí, en el día cuarto anterior a las nonas de octubre, después de exhortar a los hermanos a la pobreza, a la paciencia y a la fe en la santa Iglesia romana, exhaló su alma al pronunciar el versículo: Los justos están en expectación hasta que me recompenses, del Salmo: Alcé mi voz para clamar al Señor. Resplandeciendo por sus milagros, fue canonizado por el Papa Gregorio IX.

 

Oremos.

Oh Dios, que por los méritos de San Francisco, tu Confesor, enriqueciste tu Iglesia con una nueva familia, concédenos que, a imitación suya, despreciemos las cosas terrenas y tengamos la dicha de participar eternamente de los dones celestiales. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.