10 de octubre. San Francisco de Borja, confesor
Francisco, cuarto duque de Gandía, hijo de Juan de Borja y de Juana de Aragón, nieta de Fernando el Católico, pasó una infancia admirable por la inocencia y probada piedad, y dio ejemplos de virtud cristiana y de austeridad en la corte de Carlos V, y luego como gobernador de Cataluña. Encargado de acompañar el cadáver de la emperatriz Isabel a Granada, donde debía recibir sepultura, pudo ver en su rostro desfigurado, la caducidad de las cosas, e hizo voto de renunciar tan pronto como pudiese al mundo para servir sólo al Rey de los reyes, progresando tanto en la virtud, que, aun entre sus muchas ocupaciones, su vida era un vivo dechado de la perfección religiosa, por lo que era llamado prodigio entre los príncipes.
Al morir su esposa Eleonora de Castro, ingresó en la Compañía de Jesús, por considerar más fácil el permanecer allí desconocido; y se obligó con voto a no aceptar dignidad alguna. Mereció que su ejemplo indujera a varios príncipes a abrazar una vida más austera, y que Carlos V, al abdicar, declarara que Francisco había sido su inspirador y su guía. La austeridad de su vida redujo su cuerpo a una gran flaqueza, efecto de ayunos, cadenas de hierro, cilicios, prolongadas disciplinas y privaciones de sueño. No perdonaba ninguna fatiga si se trataba de la victoria sobre sí mismo y de la salvación de las almas. Adornado con tantas virtudes, fue designado por San Ignacio comisario general de la Compañía en España, y elegido, algunos años más tarde, y bien a pesar suyo, tercer general de la misma Compañía. En este cargo se hizo apreciar de los príncipes y de los sumos Pontífices por su prudencia y santidad. Fundó o dio mayor impulso en diversos lugares a las casas de la Compañía, envió miembros de la misma a Polonia, a las islas del Océano, a Méjico y al Perú, y misioneros a otras comarcas, los cuales, a costa de sudores y sangre, propagaron la fe católica y romana.
Sentía tan humildemente acerca de sí mismo, que se apropiaba el nombre de pecador. Rechazó, con nunca desmentida humildad, la púrpura cardenalicia que le ofrecieron en varias ocasiones los sumos Pontífices. Por desprecio al mundo y a sí mismo, ponía sus delicias en barrer la casa, mendigar su comida de puerta en puerta y servir a los enfermos de los hospitales. Dedicaba largas horas cada día, con frecuencia ocho y a veces hasta diez, a la contemplación de las cosas celestiales. Adoraba de rodillas a Dios cien veces al día. Nunca omitió la celebración de la santa Misa. La divina llama que le consumía se manifestaba en el resplandor de su rostro cuando ofrecía el santo Sacrificio, y a veces durante su predicación. Conocía por un instinto celestial los lugares en que se hallaba reservado el sacratísimo cuerpo de Cristo, oculto en la Eucaristía. Casi faltado de fuerzas, acompañó en su largo viaje, para obedecer al papa Pío V, al cardenal Alexandrino, legado pontificio cerca de los príncipes cristianos para formar una liga contra los Turcos. Murió en Roma, como deseaba, al regresar de este viaje, a los 72 años, en 1572. Santa Teresa, que se aconsejaba con él, le llamaba santo, y Gregorio XIII, un fiel administrador. Por último, glorificado con muchos milagros, fue canonizado por Clemente X.
Oremos.
Oh Señor Jesucristo, dechado y premio de la verdadera humildad; te suplicamos que, así como hiciste del bienaventurado Francisco un glorioso imitador tuyo en el desprecio de los honores terrenales, nos concedas la gracia de acompañarle en esta misma imitación y gloria. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. R. Amén.
OH ESPÍRITU SANTÍSIMO, AMOR DULCÍSIMO. Oración de san Francisco de Borja
ORACIÓN PARA ANTES DE LA COMUNIÓN. San Francisco de Borja
CUANTO MÁS NOS ACERCAMOS AL PUERTO... San Francisco de Borja
LA VIRGEN MARÍA MODELO PARA LLEGARNOS A DIOS. San Francisco de Borja