COMENTARIO AL
EVANGELIO
XIV
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
FORMA
EXTRAORDINARIA DEL RITO ROMANO
«¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión
del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (Is 49, 15). Esta invitación a la
confianza en el amor indefectible de Dios se nos presenta también en el pasaje,
igualmente sugestivo, del evangelio de san Mateo, en el que Jesús exhorta a sus
discípulos a confiar en la providencia del Padre celestial, que alimenta a los
pájaros del cielo y viste a los lirios del campo, y conoce todas nuestras
necesidades (cf. 6, 24-34). Así dice el Maestro: «No andéis agobiados pensando
qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos
se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad
de todo eso».
Ante la situación de tantas personas, cercanas o lejanas, que
viven en la miseria, estas palabras de Jesús podrían parecer poco realistas o,
incluso, evasivas. En realidad, el Señor quiere dar a entender con claridad que
no es posible servir a dos señores: a Dios y a la riqueza. Quien cree en Dios,
Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su
reino, de su voluntad. Y eso es precisamente lo contrario del fatalismo o de un
ingenuo irenismo. La fe en la Providencia, de hecho, no exime de la ardua lucha
por una vida digna, sino que libera de la preocupación por las cosas y del
miedo del mañana. Es evidente que esta enseñanza de Jesús, si bien sigue manteniendo
su verdad y validez para todos, se practica de maneras diferentes según las
distintas vocaciones: un fraile franciscano podrá seguirla de manera más
radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes
hacia su esposa e hijos. En todo caso, sin embargo, el cristiano se distingue
por su absoluta confianza en el Padre celestial, como Jesús. Precisamente la
relación con Dios Padre da sentido a toda la vida de Cristo, a sus palabras, a
sus gestos de salvación, hasta su pasión, muerte y resurrección. Jesús nos
demostró lo que significa vivir con los pies bien plantados en la tierra,
atentos a las situaciones concretas del prójimo y, al mismo tiempo, teniendo
siempre el corazón en el cielo, sumergido en la misericordia de Dios.
Queridos amigos, a la luz de la Palabra de Dios de este domingo,
os invito a invocar a la Virgen María con el título de Madre de la divina
Providencia. A ella le encomendamos nuestra vida, el camino de la Iglesia y las
vicisitudes de la historia. En particular, invocamos su intercesión para que
todos aprendamos a vivir siguiendo un estilo más sencillo y sobrio en la
actividad diaria y en el respeto de la creación, que Dios ha encomendado a
nuestra custodia.
Benedicto
XVI