VII
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
Iglesia del Salvador, 12 de julio
de 2015
“En muchas ocasiones y de muchas
maneras, habló Dios antiguamente a nuestro padres por medio de los profetas,
ahora, en esta etapa final nos hablado por medio de su Hijo.” (Hb 1,1)
El Evangelio que acabamos de escuchar
se sitúa al final del largo discurso de Nuestro Señor Jesucristo conocido como
el Sermón de la Montaña, donde Jesús, como Nuevo Moisés, como el verdadero
Profeta, el último Profeta, el Profeta definitivo interpreta la ley dada a los
antiguos: “No he venido a abolir la ley y los profetas, sino a darle plenitud.”
(Mt 5, 17)
Jesús, sentado en la cima de la
montaña, se revela como la Palabra de Dios, como el Verbo Eterno, “por el que
el Padre ha establecido todas las cosas desde el principio”. (Hb 1,1)
En tiempos de Jesús existían diferentes
escuelas interpretativas de la ley, la gente escogía a tal o cual rabino según
le pareciese más o menos acertada su interpretación de la Escritura. Ante el
mensaje de Jesús, ante su enseñanza e interpretación de la ley ya no cabe elección:
solo hay un Camino, solo hay una Verdad.
Con Jesús, solo hay un sentido,
una única interpretación de la ley según el proyecto originario de Dios.
Repetidas veces Jesús dice: “Al principio no era así”, “Eso os lo consintió
Moisés por la dureza de vuestro corazón”.
“Guardaos de los falsos profetas”
(Mt 7, 15)
En la historia de la revelación, Dios quiso
hablar a su pueblo por medio de los profetas, hombres y mujeres elegidos por él
para hablar en su nombre al pueblo. Pero también hubo quienes se apropiaron de
la condición de profetas y sin haber recibido la misión divina se pusieron a
hablar en nombre de Dios “contando sus
propias fantasías, pero no Palabra de Dios.”
El profeta Jeremías dedicará
varios oráculos a hablar de estos falsos profetas y pastores:
En los profetas de Jerusalén
he observado una monstruosidad:
fornicar y proceder con falsía,
dándose la mano con los
malhechores,
sin volverse cada cual de su
malicia.
Se me han vuelto todos ellos cual
Sodoma,
y los habitantes de la ciudad,
cual Gomorra.
Así dice el Señor del Universo:
No escuchéis las palabras de los
profetas que os profetizan.
Os están embaucando.
Os cuentan sus propias fantasías,
No Palabra de Dios.
Dicen a los que me desprecian:
«El Señor dice: ¡Paz tendréis!»
y a todo el que camina en
terquedad de corazón:
«No os sucederá nada malo.»
Yo no envié a esos profetas,
y ellos corrieron.
No les hablé,
y ellos profetizaron. (Cfr. Jr
23)
Falso profetismo que se dio en la
historia de Israel, que se dio en los inicios de la Iglesia y que se ha también
en nuestros días. Es más, las cartas del Nuevo Testamento enseñan con en los
tiempos finales se multiplicarán los falsos profetas, embaucadores y
charlatanes. “Confiesan que conocen a
Dios, pero lo niegan con sus obras”. (Tt 1, 16)
¿Cómo Dios consiente que estos
falsos enviados hablen en su nombre? ¿Cómo Dios consiente que estos extravíen a
su pueblo? ¿Qué explicación dar a esto?
Una primera respuesta la
encontramos en el misterio de mal: Satanás, príncipe de la mentira, busca
asociar a su rebelión a los hombres … Su acción maléfica afecta
también a las inteligencias corrompiéndolas y ofuscándolas para entender y
adherirse a la verdad… Quizás aquí esté la razón que mejor explique la
situación del mundo actual: un mundo en el que el mismo orden natural
establecido por Dios es rechazado y se ha invertido, donde la mentira se
presenta como verdad, donde el bien se considera mal… Pensemos en los que
piensan que el aborto es un avance, o la promiscuidad una forma de amor… La
acción corruptora de Satanás lo invade todo: política, escuela, televisión,
medios de comunicación, libros de entretenimiento y juegos, familia, ciencia…
Por otra parte, hay muchos que
han recibido la misión de hablar en nombre de Dios y en cambio se han
convertido en falsos profetas. Me refiero, en concreto, a los obispos,
sacerdotes, religiosos, teólogos, catequistas… que ha recibido la misión de la
Iglesia de enseñar al Pueblo de Dios y transmitir la fe. Llevados muchas veces
por la ignorancia y falta de formación, por la búsqueda de intereses incluso
económicos, llevados por la búsqueda del aprecio y la valoración social, por
falsos respetos humanos, por miedo a lo que dirán o a ser rechazados o perder
popularidad callan, silencian, tergiversan, amputan, modifican las verdades de
fe y la Palabra de Dios.
“Hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de
Cristo. Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio
contrario al que os hemos anunciado, sea anatema. Como hemos dicho antes,
también repito ahora: Si alguno os anuncia un evangelio contrario al que
recibisteis, sea anatema.” Gal 1, 7-9
“Guardaos de los falsos profetas,
que vienen a vosotros con piel de oveja, más por dentro son lobos rapaces. Por
sus frutos, los conoceréis.” (Mt 7, 15)
Jesús nos muestra como hemos de
guardarnos de estos falsos profetas… Guardarnos porque no se presentan como
tales, sino con piel de oveja, como verdaderos profetas. Por lo que hemos de
ser astutos, y no juzgar por la apariencia. Estos se presentan como amigos,
cercanos, amigos de los pobres, dan limosnas, hacen ayunos y rezan, pero su
corazón es torcido… Hablan de paz y misericordia, de bondad y de alegría… pero
siembran todo lo contrario a su paso…
“Por sus frutos los conoceréis”,
no por su apariencia; y el fruto que se le pide al profeta es la santidad.
Santidad que es vida conforme a la voluntad de Dios. Nuevamente el binomio
indispensable de fe y obras. En verdad, han sido los santos los verdaderos
profetas en la historia de la Iglesia. Ellos han dado fruto y frutos buenos y
abundantes.
Los frutos de los que viven
conforme al Espíritu son: “amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad,
fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Ga 5, 22).
Avancemos un poco más y
escuchemos a Jesús que nos dice: “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los
cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre.” Ante estas palabras del
Divino Maestro hemos de preguntarnos a nosotros mismos si hay algo en nosotros
de falsos profetas. ¿Hay coherencia entre la fe que decimos tener y nuestras
obras? ¿Aquello que decimos con nuestra boca, es en verdad lo que llevamos en
nuestro corazón, y los que hacemos en nuestra vida?
Todos cristiano, por la unción
crismal del Bautismo, ha sido constituido profeta participando del ministerio profético de Cristo Cabeza. Todos somos profetas y hemos de dar
testimonio de la verdad no solo con la palabra o la apariencia, sino con toda nuestra vida. Cada uno de nosotros, ha de ser profeta en el lugar y en las
circunstancias que le ha tocado vivir: hemos de ser “voz que clama en el desierto”, “testigos
de amor de Dios”, “pregoneros de la verdad”, “apóstoles del Evangelio”, “constructores
del Reino”…
Si somos sinceros con nosotros
mismos y somos capaces de mirarnos interiormente, podemos constatar que hay
mucho en nosotros de falsos profetas. Todavía hay mucha contradicción en
nosotros entre la fe que profesamos y las obras que realizamos.
Acogiendo la exhortación del
Apóstol san Pablo en la Epístola a los Romanos: “Empleemos todas nuestras
fuerzas, todas nuestras capacidades, en el servicio de la justicia, en la
búsqueda de la santidad…” “Hemos sido hechos siervos de Dios por el Bautismo,
demos por tanto frutos de santidad llevando una vida virtuosa cuyo premio y
galardón es la vida eterna.
A
María Santísima, estrella del Mar, le pedimos que nos guíe en este
camino de nuestra propia vida para lleguemos a Cristo, monte de salvación, y que con su protección y ayuda no deje que “falsos
profetas” nos lleven por el error y la mentira; y que siguiendo su consejo
hagamos siempre y en todo momento los que Jesús nos diga. Amén.