Trabajad diariamente en adquirir una profunda humildad, mucha desconfianza de vuestras propias ideas y pureza de intención en todo cuanto hagáis. Sed constantemente mortificadas en proporción de vuestras fuerzas; continuamente recogidas, sin perjuicio de los cuidados exteriores; muy atentas al trabajo, siempre dispuestas a hacer el bien, jamás de mal humor. Para poner en práctica todo esto implorad en toda ocasión el auxilio de Dios por medio de frecuentes elevaciones del espíritu y del corazón hacia Él. Examinaos a menudo atentamente sobre los defectos contrarios a estas obligaciones, y proponeos seriamente velar cada vez más sobre vosotras mismas, castigándoos puntualmente cuando os hayáis descuidado. Si por desgracia, lo que Dios no permita, llegaseis a caer en alguna falta considerable, no os quedéis detenidas en ella; por el contrario, sin desanimaros levantaos prontamente. Presentaos ante Dios con humildad y con confusión, confesad el mal que habéis hecho, escuchad con docilidad y respeto los reproches que os haga en el fondo del corazón y pedidle con fervor y confianza que os de valor para levantaros y la gracia de no volver a caer.