¡Oh!
¡qué buena observación, la de que la persona que ha comulgado bien, lo hace
todo bien! Si Elías, con su doble espíritu, hacía tantas maravillas, ¿qué no
hará una persona que tiene a Dios en sí, que está llena de Dios? No hará ya ciertamente
sus acciones, sino que hará las acciones de Jesucristo; servirá a los enfermos
con la caridad de Jesucristo; tendrá en su conversación la mansedumbre de
Jesucristo; tendrá en sus contradicciones la paciencia de Jesucristo; tendrá la
obediencia de Jesucristo. En una palabra, hijas mías, todas sus acciones no
serán ya acciones de una mera criatura; serán acciones de Jesucristo. De esta
forma, hermanas mías, la Hija de la Caridad que ha comulgado bien no hará nada
que no sea agradable a Dios; porque hará las acciones del mismo Dios. El Padre
eterno ve a su Hijo en esa persona; ve todas las acciones de esa persona como
acciones de su Hijo. ¡Qué gracia, hijas mías! ¡Estar segura de que Dios la ve,
de que Dios la considera, de que Dios la ama! Así pues, cuando veáis a una
hermana de la Caridad servir a los enfermos con amor, con mansedumbre, con gran
desvelo, podéis decir sin reparo alguno: «Esta hermana ha comulgado bien». Cuando
veáis a una hermana paciente en sus incomodidades, que sufre con alegría todas
las cosas penosas con que puede encontrarse, estad seguras de que esa hermana
ha hecho una buena comunión y de que esas virtudes no son virtudes comunes,
sino virtudes de Jesucristo. Aficionaos, hijas mías, a imitar la sacratísima y
augusta persona de Jesucristo, por él mismo, y porque él os hará agradables a Dios
su Padre (SVP, IX, 309).