jueves, 18 de septiembre de 2025

19 DE SEPTIEMBRE. SAN ALONSO DE OROZCO AGUSTINO (1500-1591)

 

19 DE SEPTIEMBRE

SAN ALONSO DE OROZCO

AGUSTINO (1500-1591)

AL pretender seguir la ruta luminosa y las ascensiones de Alonso de Orozco, hacemos nuestras unas palabras memorables del también ilustre agustino, Fray Tomás de la Cámara, autor de la más notable biografía del Beato:

«Oriundo de una tribu patriarcal, mecido en noble cuna, florón de la Universidad salmanticense, religioso y sacerdote condecorado, consejero perpetuo y amigo íntimo de Felipe II, oráculo y remedio universal de la Corte, escritor clásico, hombre de Dios y santo privilegiadísimo, feliz nacido que abarcó la Edad de Oro española en noventa y un años de merecimientos inenarrables. ¿Quién, sin temor, osaría trazar su figura veneranda?»…

¡Primorosa síntesis, que abre paso feliz al comentario! ¡Lástima que haya de ser éste tan breve!

Alonso de Orozco nace con el siglo XVI, en Oropesa, el 17 de octubre de 1500, y con él muere, en Madrid, en 19 de septiembre de 1591. Entre estas dos fechas — ¡áurea y patriarcal carrera! — se encierra el período más glorioso de nuestra Historia. Hijo de «casa solariega e infanzonada», con el prestigio de la sangre, hereda de sus progenitores —Hernando de Orozco y María de Mena— grandeza de alma, carácter entero, férrea voluntad y una piedad profunda, impregnada de acendrado españolismo. Porque, Alonso será santo, pero español lo es hasta los más íntimos repliegues del corazón...

En este gran siglo de Oro no caben en España ideales mezquinos. Quien desee brillar, ahí tiene la espada, el altar o los libros. Desde muy niño pone Alonso los ojos y el alma en un ideal alto y divinamente ambicioso: la ciencia y la virtud. «Piedad y Letras» —lema de San José de Calasanz— puede ser el mote de su escudo. Su vida —como la de San Basilio— no conoce más caminos que el de la escuela y el del santuario. «Como mis padres determinaron que siguiese la Iglesia, yo obedecí, y desde mis tiernos años me crie en ella, siendo contento de seguir tan santo estado». Niño de coro en Talavera. Seise en Toledo. Estudiante, religioso y sacerdote en Salamanca. ¡Pauta feliz la de Alonso de Orozco!

Desde 1514 a 1522 frecuenta las aulas de la Universidad salmantina, «nueva Atenas, madre de todas las Artes liberales y de todas las virtudes». Discípulo aventajado «en toda ciencia y santidad», el ardor de promover la gloria de Dios —llama que ilumina la fuente de sus mejores energías— le incita a la donación total en el momento de su primaveral floración. Pide el hábito de San Agustín, y, en manos del gran predicador Santo Tomás de Villanueva, profesa en la Orden, a 9 de junio de 1523. Siete años de oscuridad y mortificación, de oración no interrumpida, de sueño escaso, de ayunos, de cilicios, de disciplinas, de temores y escrúpulos terribles, lo preparan santamente al sacerdocio. Todo lo vence con brío insuperable. «La tribulación —dirá después gráficamente es el espolazo que hace correr al cristiano por el camino de la virtud; el acíbar que le lleva a detestar los placeres del mundo; al latigazo que le impide entregarse a la tibieza; el único freno de la sensualidad, que es como un caballo indómito».

Alonso ha iniciado lo que llamaríamos «su vida pública», proyectada en tres direcciones: el superior, el escritor, el predicador real.

Prior de Soria, Medina, Granada, Sevilla y Valladolid, Definidor o Visitador, se hace amar por su celo y suavidad de mando. Y por su sencillez. ¿Queréis ver su celda? Entrad: «No hay en ella más que una tarima con dos tablas... sobre éstas una gavilla de sarmientos y una piedra por cabecera...; semeja más a sepultura que a cama». Él mismo la barre, porque dice «que la escoba es una de las armas del religioso». Hombre eminentemente contemplativo, no claudica en el derramamiento de la acción. Teme desde la altura de su cargo. Por eso pide permiso para ir a las Indias, si bien la enfermedad le obliga a volverse desde Canarias.

Estando en Sevilla, en 1542, se le aparece la Virgen y le dice ésta sola palabra: Escribe. Desde este día no da treguas a su pluma luminosa y preclara, «uno de los moldes más clásicos del habla castellana», al decir de Menéndez y Pelayo. Historia de la Reina de Sabá, Epistolario cristiano, Memorial de amor santo, Suavidad de Dios, Vergel de oración, Victoria de la muerte, son algunos títulos del inmenso catálogo de sus obras.

Predicador real de Carlos V y Felipe II, Alonso de Orozco pasa en Madrid los trienta últimos años de su vida: habitando la celda más desamparada del convento de San Felipe, orando todos los días desde Maitines al alba, repartiendo en limosnas sus gajes de predicador, fundando nuevas Casas, brillando por su entusiasta oratoria, defendiendo los derechos divinos, profetizando y milagreando... Por humildad declina el arzobispado de Toledo. Y sólo a fuerza de ruegos consigue el Rey Prudente

— «que no quiere echar los Santos de la Corte» —retenerle a su lado. En el año 1580 —en el vértice de su fama— publica las Confesiones del pecador Alonso de Orozco. Pero Madrid sigue llamándole «el Santo de San Felipe». Y ha de resignarse a morir admirado, visitado en su celda por el propio Rey.

Esta fue, contada a grandes trazos, la vida del «feliz nacido que abarcó la Edad de Oro española en noventa y un años de merecimientos inenarrables»...