miércoles, 17 de septiembre de 2025

18 DE SEPTIEMBRE. SAN JOSÉ DE CUPERTINO, FRANCISCANO (1603-1663)

 


18 DE SEPTIEMBRE

SAN JOSÉ DE CUPERTINO

FRANCISCANO (1603-1663)

LOS bellos trozos litúrgicos que componen la misa en honor de San José de Cupertino, son muy socorridos para pincelar el retrato de su santidad admirable. Los- glosaremos brevemente.

Dice el Gradual: «Le preveniste, Señor, con dulcísimas bendiciones; pusiste sobre su cabeza una corona de oro fino».

El siglo de Luis XIV —fastuoso y jansenista no pudo comprenderle. Y le llamó Bocca aperta, apodo que le pusieron sus compañeros de escuela, cuando le vieron por primera vez en éxtasis. Sin embargo, se trataba de un místico precoz, de un elegido, de un predestinado, que desde los cinco años había gozado las altas prerrogativas de la contemplación. ¿Era en realidad de corto intelecto —para que brillara más el fulgor de la divina sabiduría— o se debía su cortedad a una abstracción celestial? Ambas cosas, quizás. ¡Mientras los racionalistas le llamaban idiota, Italia entera iba viendo con asombro el desarrollo de aquella existencia prodigiosa, que al encanto seráfico de la florecilla franciscana unía el impresionante dramatismo de un auto sacramental!...

Ego pauper et dolens: Yo soy pobre y atribulado.

En estas palabras de la antífona para la Comunión se encierra el misterio de la vida de José de Cupertino, purificado duramente por la Providencia en el crisol de la prueba. Con este tesoro compra las «preciosas margaritas» de sus virtudes, de sus méritos y de sus gracias carismáticas.

Es pobre, casi miserable. Su cuna, un establo; su herencia, las deudas. De constitución endeble y enfermiza, hasta sus mismos padres lo creen infeliz, torpe, anormal. En la escuela tiene fama de inepto y perezoso. i Diecisiete años pasa en su aldea de Cupertino —entre Brindis v Otranto— absorto en Dios e incomprendido de los hombres!

Y en este clima empieza el «divino ajetreo de su vocación». En su casa bendicen la hora en que anuncia el deseo dc hacerse fraile. Pero la Orden de Hermanos Menores Conventuales lo rechaza por ignorante; y los Padres Capuchinos de Martina, que lo admiten en calidad de hermano lego, tienen que despedirlo por inútil. No sirve para nada: sus manos poseen la virtud de romper cuanto tocan; por atizar el fuego tira las cacerolas; confunde el pan blanco con el moreno; es absoluta su ineptitud...

Leemos en el Ofertorio: «Mas yo, cuando ellos me molestaban, me vestía de cilicio; afligía con ayuno mi alma, y mi oración caía sobre mi pecho».

El mundano se arroja en brazos del placer para olvidar las penas. José de Cupertino se refugia en la penitencia y en la oración. Su piedad tiene todo el ingenio que le falta a su vida práctica. Sabe limar las asperezas de la carne con la trama burda de los cilicios. Días enteros pasa sin comer y, al advertírselo, contesta beatíficamente «que no se ha acordado». ¡Ya puede prepararse, porque la lucha está empezando!; luego vendrá la incomprensión de los hombres rectos y sabios —su «enorme cruz» — y las tremendas tentaciones de la carne y del demonio. «Nunca sospeché que las redes del diablo fueran tan sutiles!».

«Puso Dios en él sus ojos para enriquecerle — dice el Aleluya—, y le alzó de su abatimiento, y le hizo levantar la cabeza».

Las almas humildes, obedientes y mortificadas, siempre tienen a Dios con sigo. Por eso José, guiado por la Providencia, encuentra, al fin. la fortuna — ¡Y qué fortuna! al ser admitido como Oblato en el convento franciscano de Santa María de Grottella. Pero la línea de su vida —ascética y mística— no varía, sino que se define con más claridad. Trabaja y se martiriza sin ley ni medida. Y estudia, aunque con poco aprovechamiento. De vez en cuando, pasan por su frente ráfagas de sabiduría celestial. Una de estas ráfagas coincide providencialmente con el examen definitivo, y puede ordenarse in sacris el 28 de marzo de 1625.

«El amor de Dios —nos recuerda el Introito— es honrosa sabiduría»: Dilectio Dei honorábilis sapiéntia.

Con la ordenación sacerdotal, recibe José de Cupertino el grado más perfecto de unión que es dable en este mundo: sus éxtasis, visiones, milagros, profecías y arrebatos místicos se suceden sin interrupción. La cosa más nimia basta para suspenderle. «Fray José, ¡qué hermoso hizo Dios el cielo!» —le dice un compañero—. El Santo lanza un grito, atraviesa los aires y va a posarse de rodillas en la copa de un olivo, «que se cimbrea cual si sostuviese a un pajarillo» ... Su cuerpo posee la ingravidez de un espíritu. Dice un autor «que gran parte de su vida se la pasó en el aire». Mas estos grandes carismas, son, precisamente, para él, motivo de grandes penas morales. Las muchedumbres le buscan enfervorecidas, y los Superiores, para sustraerle a la admiración, lo convierten en monje giróvago. Nápoles, Roma, Asís, Pietra Rubia, Fossombrone, Montevecchio y ósimo, presencian sus prodigios y caridades: «sin caridad —dice la Epístola— nada valen los carismas».

En 1657, después de comparecer ante la Inquisición, llega José de Cupertino a Ósimo. Y en septiembre de 1663 emprende su postrera y más gloriosa ascensión: su ascensión a los cielos.

La consagrada expresión «volar a Dios» tuvo en él una confirmación doblemente real y espléndida: pues, al ver entrar en su celda el Santo Viático, salió volando por los aires a su encuentro, como arrebatado por un imán...