miércoles, 20 de agosto de 2025

21 DE AGOSTO. SANTA JUANA DE CHANTAL FUNDADORA (1572-1641)

 


21 DE AGOSTO

SANTA JUANA DE CHANTAL

FUNDADORA (1572-1641)

ESTE diamante de santidad fecunda y dolorida, tallado con amor de predilección por el divino Artífice, presenta las más variadas facetas. Podríamos decir: Santa Juana de Chantal o «el retablo de virtudes cristianas para todos los estados». Porque lo es. Doncella y esposa, vive en medio del gran mundo con exquisito candor y piedad. Madre, une a todas las ternuras todos los heroísmos. Viuda, recuerda la imagen ideal trazada por San Pablo. Dirigida, obedece a su director como a Dios mismo. Monja, edifica y admira. Maestra y fundadora, se hace amar por su bondad y prudencia. Amiga, en fin, merece la santa afección de los corazones más grandes de su tiempo — genios de ternura y caridad — San Francisco de Sales —su director espiritual— y a San Vicente de Paúl, quien, al morir la Santa —13 de diciembre de 1641— ve subir al cielo su hermosísima alma en forma de globo de fuego. «Hallé en Dijón — podrá decirnos el Santo Obispo de Ginebra — lo que Salomón no pudo encontrar en Jerusalén: hallé a la mujer fuerte, en la persona de la señora de Chantal». Elogio magnífico, definitivo, que ratificará la Iglesia —por boca de Clemente XIII al elevarla a los altares, en 1767...

Dijón —patria de santos y celebridades — le ha dado cuna esclarecida. «Me llamo Juana Francisca Frémyot, natural de Dijón, capital del Ducado de Borgoña. Soy hija del señor Frémyot, presidente del Parlamento de Dijón, y de la señora Margarita Barbisey».

Infancia piadosa, sencilla, pura. Infancia ejemplar. Caridad practicada a velas desplegadas. Pero nada de fenómenos extraordinarios. que delate antes de tiempo una santidad canonizable. Y lo mismo la doncellez, hasta los veinte años. En 1592, se une —fe y gallardía, caballero chapado a la antigua— al Barón de Rabutin-ChantaL Matrimonio feliz. Y la alegría redunda cuando en el cristiano hogar brotan las flores de los hijos. Santos idilios familiares. Prudente y sabia energía de Juana para poner al día la laberíntica administración del castillo de Bourbilly. Piedad y caridad nunca desmentidas, aunque siempre sin extremos aparatosos. «La señora —deponen sus domésticos — ruega a Dios y practica la virtud continuamente, más a nadie molesta, ni nadie lo nota». Es el elogio de la virtud sencilla hecho por los sencillos. Evangelismo puro: «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha». Bussi-Rabutin compendia así la vida matrimonial de la Santa: «Cuando el Barón de Chantal estaba en la Corte, su esposa se daba toda a Dios; cuando volvía a su lado, se entregaba toda a él».

Pero en el álbum de los designios de Dios, el porvenir de Juana estaba trazado con garabatos de tragedia, para que —una vez más— la Providencia escribiera derecho con renglones torcidos... ¡Pobre Baronesa! Inesperadamente, su amante esposo cae herido de muerte en un desgraciado accidente de caza, y se va de. este mundo como un santo: «La sentencia del Cielo es justa; hay que amarla y morir». Ella le llora «con diluvios de lágrimas incomparables». ¡Ah!, el dolor —gran maestro— ha sentado sus reales en esta alma excepcional, y no los alzará hasta trocarla en santa. La luz va apareciendo poco a poco, y la santa conformidad con el querer divino hace brotar en áridos yermos, rojos claveles de heroísmos. Se vislumbra ya a la Fundadora, diciendo a sus monjas: «Nuestra felicidad consiste en haber hallado la cruz».

Otra cosa pudo faltarle, que no cruces. Primero, siete años de martirio en el castillo de Montelón. Luego, un director inexperto tortura durante largo tiempo su delicada alma, conduciéndola por caminos extravagantes. Después, los terribles asaltos del mundo. «El tirano de la tentación es tan cruel, que no hay hora en el día que no cambiase gustosamente por la vida». Y, por último —siendo ya monja— la muerte de los seres más queridos, sobre todo la de San Francisco de Sales.

Precisamente, el encuentro providencial con este gran Maestro del espíritu fue la estrella que trocó el derrotero de su vida. Ya en la primera entrevista, le pregunta el Santo, entre otras cosas, sí piensa casarse. Ella le contesta que ha hecho voto de castidad. «Entonces —replica él— bueno sería arriar bandera». Ni una palabra más. Juana, con esa percepción sutil de los santos para las cosas, espirituales, comprende la metáfora, y empieza a sacrificar paulatinamente todo lo terreno: cosas y afectos. Llega hasta grabar sobre su pecho el nombre de Jesús con un hierro candente. No tiene otro amor. San Francisco —¡qué comprensión más divina!— ve cómo la mujer desaparece poco a poco bajo la aureola de la santa, y la anima a dar el paso decisivo: a dejar el mundo. Paso decisivo... y doloroso, porque para darlo ha de pasar heroicamente sobre el cuerpo de su hijo que, atravesado en el umbral, le pide por Dios que no se vaya. Y se va por Dios. El Santo le hablara de fundar una Orden nueva. Ahí está en sus manos. El año 1610, toma el velo en Annécy la Fundadora y primera monja de la Visitación: Juana de Chantal. El nuevo Instituto —las Salesas— nace como un castillo de perfección, abierto a la mujer por una mujer, que tiene el don preclaro de exhalar delicioso perfume en todo estado y condición de vida. Y no es que viva entre sonrisas. El dolor la persigue implacable hasta la tumba; pero ella enarbola esta consigna: «Morir a mí misma, a fin de vivir para Dios».