domingo, 31 de agosto de 2025

1 DE SEPTIEMBRE. SAN GIL O EGIDIO, ANACORETA Y ABAD

 


01 DE SEPTIEMBRE

SAN GIL O EGIDIO

ANACORETA Y ABAD (+HACIA EL 721)

HAY en la vida rasgos decisivos que, a semejanza de esas pinceladas geniales de los grandes artistas —recordad la leyenda del Cristo de Velázquez—, pintan un carácter y definen una personalidad. La imagen clásica de San Gil —acariciando con una mano el cuello de una cierva, y levantando la otra, atravesada por una flecha— representa, sin duda alguna, uno de estos rasgos clave.

La escena evocada por la bendita imagen tiene sabor de dorada leyenda. Ante ella —poesía y bondad, o poesía de la bondad— diríase que pierden color las' demás facetas del Santo: su brillante ingenio, sus milagros innúmeros, sus virtudes excelentes, su inimitable régimen anacorético y monacal. ¿Sabéis por qué? Porque es la pincelada maestra que pone de relieve la exquisitez de sentimientos de un corazón y la finura de un espíritu selecto; porque significa la perfección en el detalle, la grandeza de lo pequeño, piedra de toque donde se revelan las grandes almas. Para el historiador Julio Kerval, simboliza el papel benéfico de la Iglesia, que defiende la debilidad y protege la inocencia.

Veamos, pues, el origen de los atributos iconográficos con que tradicionalmente se representa a San Gil.

Será el año 673. Cerca de Nimes —en el Valle Flaviano— vive un santo anacoreta, entregado al ejercicio de una ascesis sublime: oración infatigable, penitencia heroica, indeclinable vigilia, angélica contemplación. Por vecinos, las fieras; por bebida, el agua de una fuentecilla; por alimento, la leche de una mansa cierva que diariamente le envía la Providencia. Si lo vierais, diríais que por su alma ha pasado ya la ráfaga divina, en deliquios de mística recepción de los carismas celestiales. Más de una vez, el estruendo de las armas ha turbado su silencio meditativo, pero él ni siquiera ha tratado de inquirir la causa. Al lector quizá le interese saber que en aquellos alrededores vivaquea el ejército de Flavio Wamba, que ha venido de España paras sofocar la rebelión del Conde Halderico. gobernador de Nimes.

Un día, el Rey organiza una cazata. Casualmente —digamos providencialmente— la jauría acierta a descubrir la cierva amiga del anacoreta, la cual, al verse acosada, corre a refugiarse cabe su cariñoso protector. Mas, he aquí que, mientras éste la acaricia tiernamente y pide al Señor la libre de la muerte, una flecha, disparada a la buena ventura por entre los matorrales, viene a clavarse en su mano. El lance, de apariencia insignificante, aunque de original belleza, impresiona tan vivamente el corazón del Rey, que cae a los pies del varón de Dios, diciendo: «Si este hombre es capaz de exponer su vida por salvar la de un animal, ¿qué no hará por la salvación de los hombres?». Y le suplica, por todos los Santos del cielo, salga de aquel escondrijo y vaya a derramar por el mundo las mieles de su corazón.

Gil —pues no es otro el anacoreta— se resiste, La humildad que le trajo hace muchos años a la soledad, le impide ahora abandonarla. i Qué! ¿Acaso no ha renunciado para siempre a las glorias humanas? Si el Rey supiese quién es él y por qué está allí...

Lo supo y quedó asombrado.

Gil es ateniense, descendiente de sangre real. Escritor y maestro, brilló entre los sabios por su ciencia. ED virtud los superó a todos. Desde muy temprano, sintió el atractivo de las cosas divinas y enderezó sus pasos por el camino de la santidad. El don de milagros fue su recompensa. Una vez le pidió limosna un pobre enfermo. Gil le regaló su preciosa túnica. Ponérsela y quedar sano, fue lo mismo. Cuando murieron sus padres, se apresuró a cumplir el consejo evangélico, repartiendo sus bienes entre los necesitados. Perseguido por la fama, vino a las Galias. En el viaje calmó una tempestad. San Cesáreo —obispo de Arlés— le tomó los votos, y así comenzó su vida anacorética, bajo la dirección de un santo ermitaño —Veredemo— que luego fue obispo de Aviñón. Gil ganó pronto las cimas de la unión mística. Las gentes le descubrieron, le pidieron milagros, y de la santidad de sus manos cayeron prodigios como lluvia de rosas... Esto era más de lo que podía sufrir su humildad. Y, espantado de sí mismo, vino a sepultarse a este valle...

Pero la tremenda contradicción que existe entre sus propósitos de retiro y los derroteros que la divina Providencia le señala, acaba de ponerse una vez más de manifiesto. Wamba funda el monasterio de «Valle Flaviano», y el Santo acepta el báculo abacial, para no violentar al divino querer. Pronto el raudal de su efusión caritativa rebasa el área conventual y, en una u otra forma, trasciende a todas las esferas de la sociedad. Y no sólo en Francia. sino también en España. En los montes catalanes de Nuria —término de Carlos— se venera todavía la gruta milagrosa que habitó San Gil. La persecución de Witiza le obliga a volver a las Galias.

Sobre su encuentro con Carlos Martel —de que habla la leyenda — existe también una escena iconográfica en que aparece San Gil ante un altar, mientras un ángel le dirige estas palabras: «ægídii mérito Caroli peccata dimitto: por los méritos de Gil, perdono los pecados del rey Carlos».

Se ignoran las circunstancias de su muerte. Debió de pisar los umbrales eternos con la naturalidad de un ángel…