sábado, 19 de julio de 2025

20 DE JULIO. SAN JERÓNIMO EMILIANO, FUNDADOR (1481-1537)

 


20 DE JULIO

SAN JERÓNIMO EMILIANO

FUNDADOR (1481-1537)

CAMILO de Lelis, Vicente de Paúl y Jerónimo Emiliano pasan en fila refulgente por el santoral de una semana como tres ministros del Señor cargados de oro que van a celebrar. La imagen —del notable escritor M. Melendres— no puede ser más bella ni más exacta. Cargados de oro —del oro de la caridad— han pasado, en efecto, el Padre de los enfermos y el Padre de los pobres. Y con la misma preciosa carga se nos acerca hoy, mansamente, el Padre de los huérfanos...

Venecia y Somasca -1481 Y 1537son los paréntesis que encierran su vida, mitad sombra, mitad luz. Es. por su cuna, de la mejor cepa veneciana: la de los Emiliani. Una educación a tono con su alcurnia —dirigida con amoroso desvelo y entusiasta solicitud por su madre, doña Eleonora Morosini—, endereza sus primeros pasos por el camino del bien y de la ciencia. Pero la buena semilla no halla tempero propicio en la tierra indómita de su carácter impetuoso, y tarda en aflorar. Hasta los treinta años, Jerónimo es —como dice muy bien Pérez de Urbel— «el prototipo del aristócrata renacentista —jaranero, duelista, jugador—, digno contemporáneo de César Borgia»: una mancha negra en la impoluta ejecutoria de los Emiliani...

Doña Eleonora, al verle partir un día para la milicia — con sus quince años mal cumplidos y su corazón de fuego—, se pregunta entre sollozos: «¿Qué va a ser, Dios mío, de este hijo de mi alma, tan joven, tan ardiente, en medio de la corrupción de los campamentos?». Desgraciadamente, los tristes presentimientos maternos tienen pronta y dolorosa realización: Jerónimo, incitado por los malos ejemplos, se echa a rodar por la pendiente de la ambición y del placer, malversando su vida en torpes aventuras. La suerte, empero, le sonríe, y sus dotes extraordinarias le conquistan, a la temprana edad de veinticinco años, la alta magistratura de senador.

En 1508 estalla la guerra entre Venecia y la Liga de Cambray, en la que Emiliàni interviene activamente. La cobarde huida del gobernador de Castelnuovo deja la plaza, sitiada, en manos de nuestro héroe. Las circunstancias no pueden ser más críticas. El joven Senador se defiende con bizanía y rechaza el ultimátum de rendición. No puede, sin embargo, impedir que la fortaleza sea convertida en un montón de ruinas y apresados o muertos sus heroicos defensores. A él lo encierran en lo más profundo de una torre, donde le hacen apurar hasta las heces el cáliz del sufrimiento y del desprecio. La desgracia le abre los ojos de la fe. En la hora áspera y amarga de este ingrato revés, medita por vez primera en el grave negocio de su salvación. Poco a poco la luz del cielo va infiltrándose por entre sus negros pensamientos. En la soledad, ante la inminencia de una muerte cierta, recuerda las lecciones que recibiera de su madre y repasa también su turbia juventud. Un rayo de esperanza le ilumina de pronto. Se humilla ante Dios, le pide perdón y besa amorosamente la mano divina que le hiere para salvarle. Y de sus labios trémulos brota esta plegaria:

— ¡Oh, Jesús, no seas mi Juez, sino mi Salvador!

Una tarde apareció inopinadamente en el santuario de Nuestra Señora de Treviso. La Virgen acababa de sacarle milagrosamente de la prisión; y él, agradecido, venía a ofrecerle en exvoto las esposas, los grillos, las cadenas y hasta las llaves del calabozo. Le traía también un propósito, muy sencillo en su fórmula, pero de sublime virtualidad: el de hacerse santo.

Simplemente, alegremente —con la simplicidad y alegría de los siervos de Dios— Jerónimo renuncia al título de «podestá», y, con escándalo del gran mundo. se hace mendigo voluntario, apóstol de los pobres y Padre de los huérfanos. Todo inmola en el altar de su amor a Cristo. La nueva vida no apaga la lampara de su espíritu, porque la «gracia no destruye la naturaleza». Con el mismo inquieto ardor con que buscara el placer y la felicidad en lo terreno, se lanza ahora tras un proyecto estupendo, santo, meditado allá en sus largas horas de recluso: la fundación de un Instituto religioso para el cuidado de los pobres y de los huérfanos. Con este ideal en el alma se ordena de sacerdote a los treinta y dos años y, secundado por dos grandes almas —el cardenal Caraffa y San Cayetano—, inicia sus tareas apostólicas. La peste de 1528 viene a abrir ancho horizonte a un celo caritativo en el que el ejemplo admirable de Jerónimo es el mejor reclamo y propaganda para suscitar el entusiasmo de almas generosas, con cuya ayuda corre y se multiplica por los caminos que la miseria y el infortunio han abierto en Brescia, en Bérgamo, en Verona, en Venecia o en Padua, dejando en todas partes —en todas las heridas— el bálsamo de una limosna, de un consuelo o de un beso de amor... , y un hospital para los enfermos, un hospicio para los huérfanos o un refugio para los caminantes: En Somasca —de ahí el nombre de Somascos, dado a sus religiosos— establece la casa general, desde donde irradia su influjo benéfico por toda Italia. Con la fundación de Como, Milán y Pavía, queda consolidada definitivamente esta Obra benemérita en la que San Jerónimo Emiliano —como Vicente de Paúl, como Camilo de Lelis— gasta todos sus ahorros y energías, adoptando la misma actitud de Cristo en su «miséreor super turbam»…