lunes, 7 de julio de 2025

08 DE JULIO. SANTA ISABEL, REINA DE PORTUGAL (1271-1336)

 


08 DE JULIO

SANTA ISABEL

REINA DE PORTUGAL (1271-1336)

¿BARCELONA? ¿Zaragoza? Dejemos a los historiadores que sigan disputando acerca del lugar de nacimiento de Santa Isabel. Nosotros —sólo a modo de sumario— trascribimos aquí el texto de una vieja lápida, existente en el castillo zaragozano de la Aljafería. Dice así:

Aquí nació Santa Isabel de Portugal A. D. 1271. Fue biznieta de Santa Isabel de Hungría, nieta de don Jaime el Conquistador, hija de Pedro III de Aragón. Casada con Dionisio, rey de Portugal, murió A. D. 1336 a 4 de mayo de 1625. R. P. N.

La figura histórica de Santa Isabel de Portugal —tan semejante a la de Santa Teresa, reina de León— se dibuja en el horizonte fosco y entenebrecido de la Edad Media como un arco iris de paz y esperanza. Más exacto todavía: su vida es un poema de paz, sí, pero sobre un fondo trágico, en el que ella sabe poner a términos de heroísmo su santa resignación y humildad...

Su regio abuelo —el gran don Jaime de la barba nevada— se enternecía al mecer en sus férreos brazos a esta Infantita del cetro de olivo que, al borde de la cuna, había alumbrado la paz en la Real Casa de Aragón, entre él y sus hijos. Cuenta la tradición que, un día, al fijar su mirada de águila en los ojos claros y llenos de inocencia de su nieta, intuyó en ellos algo extraordinario, y exclamó entusiasmado:

— Esta niña será la rosa más lozana que ha salido y saldrá de la Real Casa de Aragón.

¿Se cumpliría el pronóstico? Sí, pero de manera muy distinta, sin duda, a como lo entendiera el viejo Monarca.

Pronto el nombre de Isabel empieza a pesar en las combinaciones políticas.

Los reyes de Inglaterra, Francia, Sicilia, Portugal, y hasta el emperador Oriente, piden su mano. Ella, con sus doce años, tiembla al verse objeto mil intrigas cortesanas. El rey don Pedro mide y remide ventajas. Elegido Dionisio de Portugal —el rey labrador y poeta de las crónicas lusitanas— Isabel lo acepta por amor a la paz; pero exige como condición previa el cese de las hostilidades abiertas entre el joven Rey y su hermanastro el príncipe don Alfonso. Camino de la Corte portuguesa, su paso por Castilla queda marcado con una nueva reconciliación: la del príncipe don Sancho con su padre, Alfonso el Sabio. ¡Hermoso destino el de esta Reina «santa Y pacificadora»: ir por la vida sembrando la paz en los corazones!

Los regios desposorios se celebran en Troncoso, a 24 de junio de 1282. Tras breves años de dicha conyugal perfecta —años de paz y prosperidad para Portugal—, aumentada por la presencia en el hogar de dos vástagos —Constanza y Alfonso— sobreviene una crisis terrible, una hora amarga, el dolor más acerbo para una esposa sumisa y santa: la infidelidad de su marido. Pero Isabel —tipo perfecto de la mujer fuerte— persevera fiel a su destino de ángel de paz: ni una queja, ni un grito, ni una violencia. Recluida en Palacio, guarda silencio heroico, hace limosnas y penitencias, obedece, llora, sufre, reza. Llega a lo sublime: a ocuparse con amor de madre de los bastardos del Rey. Y el Cielo la bendice. Conocidos son los hechos, parecidos a doradas leyendas, del pan convertido en flores y las flores en doblones; del paje su confidente en las obras de caridad, denunciado impíamente por otro paje, que, por un quid pro quo providencial, sufre la pena reservada al inocente acusado; del agua que adquiere propiedades maravillosas al contacto con sus manos blancas y pacíficas... Esta conducta singular le conquista, al fin, el corazón y los sentimientos del Rey, que cae a sus pies en un noble gesto de arrepentimiento y veneración.

Ha sido un relámpago en medio de la tragedia. Tres veces se alza en armas el Príncipe heredero contra su padre, y otras tantas conjura la guerra la «Madre de la paz», aun a costa del destierro y del desvío. No caben en el marco de una semblanza los triunfos pacificadores de esta santa Reina, que ama la paz, que la busca, que la impone, que la derrama en torno suyo desde la cuna hasta el sepulcro...

La edificante muerte del Rey —en el año 1325— señala el principio de una última faceta heroica en la vida de Santa Isabel de Portugal. Peregrina, penitente, a Compostela. Deposita a los pies del Apóstol sus atributos reales. Profesa la regla de la Orden Tercera de San Francisco. Se retira al monasterio de Coímbra, fundado por ella. Emula el fervor de su tía abuela, la Princesa de Turingia. Coloca sobre sus virtudes la corona de la caridad. Su amor a los desgraciados raya en delirio: los busca en sus propias casas, los cuida en los hospitales, besa con amor sublime sus heridas, y sus besos son, con frecuencia, flores de milagros...

Un día de 1336 Llega al convento la noticia de una nueva guerra. Isabel, anciana y enferma, ofrece su vida en holocausto por la paz. Con el alma herida, vuela a Extremoz, donde su hijo tiene el cuartel general. Y allí muere; pero desde el cielo termina su obra pacificadora. Alfonso IV de Portugal y Alfonso XI de Castilla firman un tratado de alianza —símbolo de perenne amistad entre los dos pueblos ibéricos— en memoria de la «Reina y Madre de la paz», que en Portugal llaman Isabel de Aragón, y en Aragón, Isabel de Portugal.