01 DE JUNIO
SANTA ÁNGELA DE MÉRICI
FUNDADORA (1474-1540)
SE ha repetido muchas veces, y siempre con verdad: cuanto más humilde es el instrumento de que Dios se vale para realizar una obra notable, tanto más claros aparecen sus providenciales designios. El caso de Santa Águeda de Mérici es, ciertamente, uno de los más desconcertantes y aleccionadores. En una hora apremiante para la Iglesia, cuando el luteranismo empieza a resquebrajar la unidad católica, una mujer indocta comprende que la ignorancia es la gran plaga social, Y funda —en pleno Renacimiento— la primera Congregación de mujeres consagrada a la enseñanza —las Ursulinas— que, juntamente con la Compañía de Jesús, va a ser la levadura auténtica del renacer católico. ¿Quién no ve aquí la mano de Dios?
Esta criatura privilegiada —la Virgen de Brescia— nace en la bella y riente ciudad de Desenzano, que se mira en el lago de Garda el 21 de marzo de 1474. Sus piísimos padres —Juan de Mérici y la señora Biencosi— le imponen en el Bautismo un nombre verdaderamente alegórico, no sólo por simbolizar su pureza angélica, sino también porque predice su futura misión de ángel tutelar de la juventud: Ángela.
El hogar de los Mérici parece un santuario: en él se vive y se trabaja siempre bajo la mirada amorosa de Dios; se reza en familia, y, cada día, al caer la tarde, se lee la Vida de los Santos. En este ambiente de piedad cristiana la niña Ángela crece como una flor de primavera, adornada de todas las bellezas de alma y cuerpo, aunque muy ajena, por temperamento y por educación, a la femenil vanidad. A la temprana edad de nueve años consagra su virginidad a Dios; pero hasta los trece —conforme al uso vigente— no es admitida a la Primera Comunión. Este día lo recordará siempre como el más feliz de su vida.
La austeridad de Ángela es precoz e inaudita: una piedra por almohada, un haz de sarmientos secos por colchón, ayunos continuos, cilicio, flagelaciones y cuantas torturas excogita su inocente ansia de padecer. Y como si esto no bastase, a los sufrimientos voluntarios y espontáneos vienen a añadirse esos otros con que Dios prueba a los que ama. Porque no quiere emplear con su Sierva táctica de excepción. Así pues, los malos sucesos llegan ensartados. El año 1487, casi a un mismo tiempo, el Cielo se lleva a sus piadosísimos padres. A poco tardar, muere también su única hermana, con la que intimara entrañablemente. Y a esta pérdida irreparable sigue la de su tío Bartolomé Biancosi, que ha sido durante varios años el segundo padre de las huérfanas. Ángela se arroja en brazos de la Providencia, y, en lucha Contra la naturaleza, llega al extremo de pedir perdón a Dios por haberse dejado impresionar tanto: le parece una falta de confianza. En lo sucesivo, Dios sólo será su padre y su madre y su hermano y su ángel y su guía y su maestro...
Un acontecimiento milagroso vino a endulzar, siquiera de pasada, las amarguras de la Santa y a dar nuevo sesgo a su vida. Helo aquí: Cierto día, en la revuelta de un camino, vio una nube luminosa, y en ella a la Santísima Virgen, que le presentaba a su hermana rodeada de gloria. ¡Oh, Ángela! —le dijo la feliz predestinada— persevera hasta el fin y serás dichosa».
A raíz de este hecho, la Santa intensifica su labor espiritual, acreciendo las obras de caridad y celo. Para poder comulgar diariamente y darse a mayores penitencias sin llamar la atención, ingresa en la Orden Tercera de San Francisco, cuya regla y espíritu abraza en toda su plenitud y eficacia. Durante veinte años vive de limosna, recluida en la casa paterna, sin más trato que el de unas amigas de sus mismos ideales.
Hacia el año 1506 una nueva intervención divina le reveló definitivamente los caminos de Dios, dando estabilidad y concreción a sus íntimas aspiraciones. Vio, como Jacob, uña escala tendida entre el cielo y la tierra, por donde subían y bajaban jubilosas vírgenes, coronadas con áureas diademas y sostenidas por ángeles vestidos de blanco. Una voz le dijo: «Ángela, ten buen ánimo. Has de fundar en Brescia una Comunidad de vírgenes como las que acabas de ver. Dios lo quiere así».
La Santa comunica el sucedido a sus amigas, las cuales se ponen inmediatamente bajo su dirección, para entregarse a obras de celo, educar a los niños y visitar a los enfermos y a los pobres. Es un bosquejo de la futura Sociedad. Con esto la fama de Ángela crece, avalorando Dios su acción con gracias extraordinarias, tales que la ciencia infusa. Y así, su celda se convierte en universidad, a donde acuden los más graves doctores de Padua. El Duque de Milán, Francisco Sforza, la llama su «madre espiritual»; y el mismo Clemente VII la recibe en audiencia privada, al regresar la Santa de Jerusalén; en cuyo viaje perdiera y recobrara la vista milagrosamente.
El 25 de noviembre de 1535 —treinta años después de la primera aparición— logra la Fundadora poner las bases definitivas de la Compañía de Santa Úrsula —así llamada en honor de la Virgen mártir de Colonia— cuyo fin primordial es la enseñanza de la juventud.
Ángela de Mérici murió en olor de santidad, el 28 de enero de 1540; siendo inhumado su cuerpo —que se conserva incorrupto— en la catedral de Santa Afra, de la ciudad de Brescia.
La Compañía de las Ursulinas extiende hoy sus ramas por todo el mundo.