martes, 14 de mayo de 2019

ARDIENTEMENTE HE DESEADO COMER ESTA PASCUA. Homilía



ARDIENTEMENTE HE DESEADO COMER ESTA PASCUA. Homilía
JUEVES SANTO 2019
«Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22,15)
Llama la atención que en hora tan amarga, el Señor quisiera convocar a sus apóstoles y realizar la cena pascual con ellos. ¿Dónde está el motivo?
Quiso Jesucristo nuestro Señor comenzar la restauración de toda la creación y la redención del género humano por el mismo comienzo que vino la caída y el desastre del pecado: por una comida.
La muerte entró en el mundo por el pecado y el pecado fue comer del árbol prohibido. Recordemos el capítulo 3 de Génesis. Dios entrega al hombre toda la creación. Solamente establece un mandato: no comer del árbol del bien y del mal, porque la consecuencia es la muerte. La mujer y el hombre seducidos por la serpiente, desobedecen y toman del fruto, que se les presentó “apetitos” a la vista.
Por ello, Jesucristo comienza así su obra redentora instituyendo también un banquete: “que ardientemente ha deseado”
Fijémonos en este deseo ardiente de Jesucristo: ¿cuándo comenzó? En el mismo momento en que el hombre comió del árbol y pecó.
Un deseo ardiente que manifestó y anunció en la historia de la salvación. Recordemos:  
1.-La ofrenda de Abel. Sacrificio agradable a Dios, figura del sacrificio de Jesús:  Él es el mediador de la nueva alianza, que nos ha rociado con una sangre que habla más elocuentemente que la de Abel» (Hb 12,24).
2.-El sacrificio de Abrahán: Donde Dios pide como prueba de amor, el sacrificio del mismo hijo de la promesa, finalmente sustituido por un cordero. En cambio, en la Eucaristía Dios «no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Rm 8,32).
3.- La ofrenda del rey y sacerdote Melquisedec que ofrece pan y vino, bendiciendo al patriarca Abraham y a Dios por haberle dado la victoria sobre reyes poderosos (cf. Gén 14,18-20). Aquí, en esta Pascua instituida por Cristo, se ofrece también pan y vino, que son convertidos por el milagro de la transubstanciación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
4.-La fiesta de la Pascua: celebrando la liberación de la esclavitud de Egipto con el sacrificio y comida ritual del Cordero. Una Nueva Pascua instituye Jesucristo donde él es el Cordero Inmolado que se nos ofrece en alimento para el perdón de la peor esclavitud: el pecado.
5.- El maná del desierto: donde Dios provee el alimento al pueblo peregrino para que nos le falta el sustento de cada día. Así, Jesucristo se hace nuestro maná, alimento de vida, y vida eterna.
6.- Entre las profecías, destacar la de Isaías: “El Señor de los ejércitos preparará en este monte para todos los pueblos un banquete de manjares suculentos, un banquete de vino añejo, pedazos escogidos con tuétano, y vino añejo refinado.” Monte que es el Calvario, que son nuestros altares, donde el Señor renueva su sacrificio y se nos ofrece en alimento.
El Señor nos ofrece un alimento en el Sacramento del Altar, que al contrario de fruto del árbol del paraíso, no está prohibido sino mandado comer: “Tomad y comed…” “Tomad y bebed”.
Un alimento que nos ofrece el Señor y que no es fuente de muerte sino de vida eterna: “Quien coma mi carne y beba mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré.”
Un alimento que nos ofrece el Señor, cuyo efecto no descubre nuestra desnudez sino que nos une y reviste de Jesucristo: nos llena de gracia y acrecienta en nosotros la vida divina. Comer del fruto prohibido fue pecado de orgullo, avaricia, glotonería, y desobediencia. En cambio, comulgar la Eucaristía nos infunde la humildad, pobreza, abstinencia y obediencia sembrando en nosotros la misma vida de Cristo.
Un alimento que el comerlo no nos expulsa del Paraíso, sino todo lo contrario, nos abre sus puertas y es anticipo del reino del cielo; un alimento que no tiene veneno mortal sino  que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre.
Comulguemos: comulguemos bien y con frecuencia, en las debidas disposiciones. Preparémonos cada día para tan gran convite, vivamos en acción de gracia por tan gran don, avivemos nuestros corazones con grandes deseos de corresponder a Cristo, que ardientemente desea comer su pascua con nosotros.
Sírvanos de ejemplo la oración del Kempis: “A Ti vengo, Señor, para disfrutar de tu don sagrado, y regocijarme en tu santo convite, que en tu dulzura preparaste, Dios mío, para el pobre. En Ti está cuanto puedo y debo desear; Tú eres mi salud y redención, mi esperanza y fortaleza, mi honor y mi gloria. Alegra, pues, hoy el alma de tu siervo, porque a Ti, Jesús mío, he levantado mi espíritu. Deseo yo recibirte ahora con devoción y reverencia, deseo hospedarte en mi casa de manera que merezca como Zaqueo tu bendición, y ser contado entre los hijos de Abrahán. Mi alma anhela tu sagrado cuerpo; mi corazón desea ser unido contigo.”
Queridos hermanos:
Nuestro Señor Jesucristo quiso instituir este banquete sagrado, pero no caigamos en la herejía protestante y en el pensamiento actual de muchos católicos: La santa misa no es una cena, ni un convite, ni una asamblea, ni una reunión… Es la renovación incruenta bajo las apariencias del Pan y Vino del mismo sacrificio de la Cruz que se renueva para el perdón de nuestros pecados.
La noche de jueves santo quiso el Señor instituir el sacrificio de la santa misa que se había de consumar horas más tarde en el sacrificio en la cruz. Aquella última cena, fue la primera santa misa, en las que tomando las especies sacramentales se realizó la primera transubstanciación: aquel pan y aquel vino quedaron convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. 
No es pan y vino lo que comulgamos, es el Cuerpo de Cristo entregado, es la Sangre de Cristo derramada.
No es un sacrificio “imaginario”, sino del todo verdadero. Es más: es el único sacrificio verdadero que puede borrar el pecado del mundo, pues su valor es infinito. En él, Jesucristo es la Víctima, Jesucristo es el Sacerdote y Jesucristo es el altar.
La santa misa es el sacrificio verdadero que el Señor confío a su Iglesia para que lo renovase cada día para el perdón de los pecados.
A este sacrificio verdadero, cada cristiano, como miembro del Cuerpo de Cristo ofrecido en la cruz, ha de unirse con su propia vida rindiendo a Dios el culto de adoración, acción de gracias, intercesión e imprecación del perdón por los pecados.
POR CRISTO, CON CRISTO Y EN CRISTO, cada uno de nosotros, rindamos todo honor y toda gloria a Dios Padre omnipotente en la unidad el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.