ARDIENTEMENTE HE DESEADO COMER ESTA
PASCUA. Homilía
JUEVES SANTO 2019
«Ardientemente
he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22,15)
Llama
la atención que en hora tan amarga, el Señor quisiera convocar a sus apóstoles
y realizar la cena pascual con ellos. ¿Dónde está el motivo?
Quiso
Jesucristo nuestro Señor comenzar la restauración de toda la creación y la
redención del género humano por el mismo comienzo que vino la caída y el
desastre del pecado: por una comida.
La
muerte entró en el mundo por el pecado y el pecado fue comer del árbol
prohibido. Recordemos el capítulo 3 de Génesis. Dios entrega al hombre toda la
creación. Solamente establece un mandato: no comer del árbol del bien y del
mal, porque la consecuencia es la muerte. La mujer y el hombre seducidos por la
serpiente, desobedecen y toman del fruto, que se les presentó “apetitos” a la
vista.
Por
ello, Jesucristo comienza así su obra redentora instituyendo también un
banquete: “que ardientemente ha deseado”
Fijémonos
en este deseo ardiente de Jesucristo: ¿cuándo comenzó? En el mismo momento en
que el hombre comió del árbol y pecó.
Un
deseo ardiente que manifestó y anunció en la historia de la salvación.
Recordemos:
1.-La ofrenda de Abel. Sacrificio agradable a Dios, figura del sacrificio de Jesús: Él es el mediador de la nueva alianza, que nos
ha rociado con una sangre que habla más elocuentemente que la de Abel» (Hb
12,24).
2.-El sacrificio de Abrahán: Donde Dios pide
como prueba de amor, el sacrificio del mismo hijo de la promesa, finalmente
sustituido por un cordero. En cambio, en la Eucaristía Dios «no perdonó a su
propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Rm 8,32).
3.- La ofrenda del rey y sacerdote Melquisedec que
ofrece pan y vino, bendiciendo al patriarca Abraham y a Dios por haberle dado
la victoria sobre reyes poderosos (cf. Gén 14,18-20). Aquí, en esta Pascua
instituida por Cristo, se ofrece también pan y vino, que son convertidos por el
milagro de la transubstanciación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
4.-La fiesta de la Pascua: celebrando la
liberación de la esclavitud de Egipto con el sacrificio y comida ritual del Cordero.
Una Nueva Pascua instituye Jesucristo donde él es el Cordero Inmolado que se
nos ofrece en alimento para el perdón de la peor esclavitud: el pecado.
5.- El maná del desierto: donde Dios provee el
alimento al pueblo peregrino para que nos le falta el sustento de cada día.
Así, Jesucristo se hace nuestro maná, alimento de vida, y vida eterna.
6.- Entre las profecías, destacar la de Isaías: “El
Señor de los ejércitos preparará en este monte para todos los pueblos un
banquete de manjares suculentos, un banquete de vino añejo, pedazos escogidos
con tuétano, y vino añejo refinado.” Monte que es el Calvario, que son nuestros
altares, donde el Señor renueva su sacrificio y se nos ofrece en alimento.
El Señor nos ofrece un alimento en el Sacramento del
Altar, que al contrario de fruto del árbol del paraíso, no está prohibido sino
mandado comer: “Tomad y comed…” “Tomad y bebed”.
Un alimento que nos ofrece el Señor y que no es fuente
de muerte sino de vida eterna: “Quien coma mi carne y beba mi sangre tiene vida
eterna y yo lo resucitaré.”
Un alimento que nos ofrece el Señor, cuyo efecto no
descubre nuestra desnudez sino que nos une y reviste de Jesucristo: nos llena
de gracia y acrecienta en nosotros la vida divina. Comer del fruto prohibido
fue pecado de orgullo, avaricia, glotonería, y desobediencia. En cambio,
comulgar la Eucaristía nos infunde la humildad, pobreza, abstinencia y
obediencia sembrando en nosotros la misma vida de Cristo.
Un alimento que el comerlo no nos expulsa del Paraíso,
sino todo lo contrario, nos abre sus puertas y es anticipo del reino del cielo;
un alimento que no tiene veneno mortal sino
que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir
en Jesucristo para siempre.
Comulguemos: comulguemos bien y con frecuencia, en las
debidas disposiciones. Preparémonos cada día para tan gran convite, vivamos en
acción de gracia por tan gran don, avivemos nuestros corazones con grandes
deseos de corresponder a Cristo, que ardientemente desea comer su pascua con
nosotros.
Sírvanos de ejemplo la oración del Kempis: “A Ti
vengo, Señor, para disfrutar de tu don sagrado, y regocijarme en tu santo
convite, que en tu dulzura preparaste, Dios mío, para el pobre. En Ti está
cuanto puedo y debo desear; Tú eres mi salud y redención, mi esperanza y
fortaleza, mi honor y mi gloria. Alegra, pues, hoy el alma de tu siervo, porque
a Ti, Jesús mío, he levantado mi espíritu. Deseo yo recibirte ahora con
devoción y reverencia, deseo hospedarte en mi casa de manera que merezca como
Zaqueo tu bendición, y ser contado entre los hijos de Abrahán. Mi alma anhela
tu sagrado cuerpo; mi corazón desea ser unido contigo.”
Queridos hermanos:
Nuestro Señor Jesucristo quiso instituir este banquete
sagrado, pero no caigamos en la herejía protestante y en el pensamiento actual
de muchos católicos: La santa misa no es una cena, ni un convite, ni una asamblea,
ni una reunión… Es la renovación incruenta bajo las apariencias del Pan y Vino
del mismo sacrificio de la Cruz que se renueva para el perdón de nuestros
pecados.
La noche de jueves santo quiso el Señor instituir el
sacrificio de la santa misa que se había de consumar horas más tarde en el
sacrificio en la cruz. Aquella última cena, fue la primera santa misa, en las
que tomando las especies sacramentales se realizó la primera transubstanciación:
aquel pan y aquel vino quedaron convertidos en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo.
No es pan y vino lo que comulgamos, es el Cuerpo de
Cristo entregado, es la Sangre de Cristo derramada.
No es un sacrificio “imaginario”, sino del todo
verdadero. Es más: es el único sacrificio verdadero que puede borrar el pecado
del mundo, pues su valor es infinito. En él, Jesucristo es la Víctima, Jesucristo
es el Sacerdote y Jesucristo es el altar.
La santa misa es el sacrificio verdadero que el Señor
confío a su Iglesia para que lo renovase cada día para el perdón de los
pecados.
A este sacrificio verdadero, cada cristiano, como
miembro del Cuerpo de Cristo ofrecido en la cruz, ha de unirse con su propia vida
rindiendo a Dios el culto de adoración, acción de gracias, intercesión e
imprecación del perdón por los pecados.
POR CRISTO, CON CRISTO Y EN CRISTO, cada uno de
nosotros, rindamos todo honor y toda gloria a Dios Padre omnipotente en la
unidad el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.