martes, 4 de noviembre de 2025

5 DE NOVIEMBRE.- SAN ZACARÍAS Y SANTA ISABEL PADRES DE SAN JUAN BAUTISTA (+ SIGLO I)

 


05 DE NOVIEMBRE

SAN ZACARÍAS Y SANTA ISABEL

PADRES DE SAN JUAN BAUTISTA (+ SIGLO I)

CON ser tantos y tan extraordinarios los personajes que intervienen en la escena evangélica, muy pocos despiertan en nosotros mayores simpatías que Zacarías e Isabel, padres del último y más grande de los Profetas del pueblo de Dios, enumerados entre los santos del Antiguo Testamento. Su fe nos admira, su humildad nos encanta, su esperanza nos estimula, su resignación nos sobrecoge. Ella —descendiente de David y prima de la Madre de Dios— es una de aquellas admirables mujeres bíblicas, santas y fuertes, que «esperaron contra toda esperanza»; él, uno de los grandes videntes de su raza, hombres de mirada limpia e imponente, nacidos para el santuario. Su ejemplo, a pesar de los siglos transcurridos, no resulta en ningún modo anacrónico...

La historia de estas dos grandes figuras nos la ha trasmitido San Lucas en una página nítida y divina, llena de humanidad.

«Siendo Herodes rey de Judea —escribe—, hubo un sacerdote llamado Zacarías, de la familia de Abía, una de las que servían por turno en el Templo, cuya mujer, llamada Isabel, era del linaje de. Aarón.

»Ambos eran justos a los ojos de Dios, guardando como guardaban todos los mandamientos y leyes del Señor irreprensiblemente.

» Y no tenían hijos, porque Isabel era estéril, y ambos de avanzada edad.

»Sucedió, pues, que sirviendo él las funciones del sacerdocio en orden al culto divino, por su turno, le cupo en suerte, según el estilo que había entre los sacerdotes, entrar en el Templo del Señor a ofrecer incienso; y todo el concurso del pueblo estaba orando afuera, durante la oblación del incienso».

Este es el sencillo pórtico que pone el Evangelista al gran misterio de la concepción milagrosa del Precursor de Cristo. Zacarías e Isabel son nobles por la sangre, «irreprensibles» por la santidad de su vida. Pero delante del pueblo... Es cierto que nadie puede ponerles tacha; sin embargo, la desgracia de su esterilidad desgracia en sentir -de los israelitas — no puede provenir sino de algún pecado oculto. Están estigmatizados vergonzosamente: no podrán ver, ni aun por sus hijos, los días del Redentor...

El oprobio de la opinión pública no quebrantó su paciencia, ni entibió su confianza en Dios, que los sabía justos. Le ofrecieron su humillación, y su oración se prolongó años y años...

La virtud los hizo dignos de un favor humanamente imposible:

«Entonces se le apareció a Zacarías un ángel del Señor, puesto en pie a la derecha del altar del incienso. Con cuya vista se estremeció Zacarías y quedó sobrecogido de espanto.

»Pero el ángel le dijo:

— «No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Isabel dará a luz un hijo, al que llamarás Juan. Y tendrás gozo y regocijo, y se alegrarán muchos en su nacimiento. Porque será grande a los ojos del Señor, y no beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre...».

Ante la estupenda revelación, Zacarías, desconcertado interiormente, desfallecido de gozo, tuvo una duda instintiva, típicamente humana:

— «¿Cómo conoceré esto? Porque soy ya viejo, y mi mujer también».

El Ángel, haciendo valer su autoridad de enviado, le respondió:

— «Yo soy Gabriel que estoy delante de Dios. He venido a hablarte y a traer te una nueva feliz. Tú enmudecerás hasta el día que estas cosas sucedan, porque no has creído en mis palabras, que han de cumplirse a su tiempo».

Y se cumplieron con precisión divina.

Zacarías e Isabel se retiraron a Ain Karim, para ocultar a las miradas maliciosas de los hombres la milagrosa concepción del Bautista. Allí reciben la visita de la Virgen, y «al oír Isabel el saludo de María salta de gozo el hijo que lleva en sus entrañas». Los teólogos verán aquí la anunciada santificación del Precursor. En un marco enteramente sobrenatural, suceden seis meses después las escenas inauditas del nacimiento de Juan. Ain Karim, al borde del prodigio, vive días emocionantes. Zacarías recobra el habla, al revelar el nombre del recién nacido. Y de sus labios brota el inspirado Benedictus —cántico y profecía— lleno de ideas nuevas y magníficas, efusión de un corazón agradecido y santo:

¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel! Porque ha visitado a su pueblo y le ha traído la redención. Y nos ha suscitado un poderoso Salvador en la casa de su siervo, David... Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás ante la faz del Señor, para preparar sus caminos.

Era la respuesta a la pregunta que se hacían aquellas gentes sencillas e ingenuas, cuyos espíritus estaban conmovidos de turbación y esperanza:

—«¿Qué pensáis que va a ser éste?» Juan sería el heraldo del Cristo, «brazo fuerte de salvación».

La misión de Zacarías e Isabel ha concluido: aparece el Bautista entre los hombres, y el mundo espera al Mesías, cuya inminente aparición habrá de anunciar el santo Precursor.

El Evangelio no vuelve a hablar de ellos. Parece que Zacarías murió mártir, a manos del rey Herodes. Sus reliquias se veneran en Venecia desde los comienzos del siglo IX.

...Pero la luz de sus nombres no han podido oscurecerla los siglos.