En las conferencias espirituales que san Malaquías, obispo de Hibernia, tenía frecuentemente con sus discípulos, tratándose un día de la muerte, propuso que cada uno declarase que, en caso de morir fuera de su patria, ¿dónde y cuándo querría mejor, acabar sus días?
Como son varios los pensamientos de los hombres, así diversos fueron también sus pareceres, y quién designó un tiempo, quién otro, quién otro, quién este y quién aquel lugar; más cuando tocó al Santo exponer su propia opinión, eligió entre los lugares más célebres del cristianismo el monasterio de Clarabal, que tanto florecía entonces por el fervor de la caridad, y entre los días del año, el de hoy, que es el de la conmemoración de los fieles difuntos, para gozar de la mayor copia de sufragios que en tan gran día, y en tan santo lugar estaba ciertísimo de obtener.
No quedó sin el efecto su deseo, pues poco después, habiéndose puesto en camino para postrarse a los pies del sumo pontífice Eugenio III, apenas llegó al monasterio de Clarabal, cuando fue asaltado de tan feroz enfermedad, que bien conoció que se acercaba el día de su muerte.
Por lo cual, levantando los ojos al cielo, en hacimiento de gracias, exclamó con el Salmista: Aquí será mi descanso por todos los siglos: dejaré mis despojos en este, en este asilo que yo no elegí sobra cualquier otro.
En efecto, al nacer el segundo día de noviembre, el ardor de la fiebre, no menos que el fervor de la caridad creció de tal modo, que rompieron los lazos de la vida, y el espíritu ya libre de la prisión del cuerpo, acompañado de las oraciones de los monjes y de los fieles, en medio de un numeroso coro de almas libradas por él del Purgatorio con abundantes sufragios, se presentó al tribunal de Cristo, juez, para recibir la merecida corona de sus virtudes. En tan gran día, en el cual todo fiel se acuerda de sus difuntos, no nos olvidemos de los nuestros, y obremos de modo que queden contentos de nuestra piedad. San Bernardo en la vida de San Malaquías.