06 DE MARZO
SANTAS PERPETUA Y FELICIDAD
MÁRTIRES EN CARTAGO (+203)
UNO de los dramas más impresionantes de la historia de las persecuciones es el del martirio estrenuo que en las nonas de marzo del año 203 padecieron por Cristo la noble matrona Vibia Perpetua, la esclava Felicidad y demás compañeros en el anfiteatro de Cartago, imperando Septimio Severo. La Passio Perpetuæ —redactada en parte por los mismos protagonistas y compilada quizá por Tertuliano— originalísima y auténtica, constituye un monumento doctrinal y literario incomparable legado por la antigüedad cristiana. San Agustín no pudo resistir a la fascinación de tanta belleza y patetismo. Inspirado en sus páginas sangrantes, pronunció tres emocionantes discursos a gloria y memoria de los mártires tuburtitanos. «Sus nombres — dice ingeniosamente refiriéndose a las dos heroínas — significaban el galardón de todos. Se llamaban aquello a que todos son llamados: perpetua felicidad. ¡Todo en la Passio es admirable! «Las escenas del parto de Felicidad en plena cárcel —comenta Ruiz Bueno—; la valentía con que Perpetua increpa al tribuno; los sarcasmos, de Sáturo al pueblo estúpido; el desfile de los mártires camino del anfiteatro y, entre todos, el paso majestuoso de Perpetua, como noble matrona de Cristo, como regalada de Dios, que obliga con el fulgor de sus ojos a mirar al suelo a los paganos y nos evoca irresistiblemente el incessu pátuit dea virgiliano ; las terribles escenas del anfiteatro y, sobre todo, aquel beso de paz que se dan los mártires, exangües ya, antes recibir el golpe de gracia ante el populacho sediento de sangre, todo se nos graba indeleblemente en el alma, con la fuerza que sólo es dado alcanzar al supremo arte de la verdad».
Apenas unas leves pinceladas caben aquí. Pero el pincel es una llama.
Decía el edicto de Severo: Ne fiant christiani: «No es lícito hacerse cristiano». En Teburba —Thuburbo Minus—, cerca de Cartago, son detenidos cinco catecúmenos: Revocato, Saturnino, Secúndulo, Perpetua y Felicidad. Sáturo, su catequista —alma votada al martirio— con paternal y apostólico celo, se entrega también, para no abandonarles en el momento más duro.
Entre sus compañeros de martirio — dice San Agustín— fulge y sobresale el nombre y el mérito de las santas siervas de Dios Perpetua y Felicidad.
Durante la custódia líbera o prisión preventiva, el padre de Víbia Perpétua, consternado, exasperado, pide a su hija que renuncie a la fe. Ella, tomando un vaso en la mano, le argumenta:
¿Puedes darle a este vaso otro nombre que el que tiene, padre mío? Pues yo tampoco puedo llamarme con otro nombre que el de cristiana».
Los mártires son llevados luego a la cárcel de Cartago, oscura, hedionda, insoportable. Allí traen a Perpetua su niñito de pocos meses, medio muerto de hambre, que ella cuelga ávidamente de sus pechos. Una visión simbólica le anuncia su cercano triunfo. «Vino también a la Ciudad mi padre —dice ella— y, consumido de pena, se acercó a mí con intención de derribarme: «Compadécete, hija mía, de mis canas. No hagas de mí objeto de oprobio. Mira a tus hermanos, a tu madre, a tu hijito. ¿Qué será de él sin ti?». Et ego dolebam... Yo estaba transida de dolor, pensando que mi pobre padre sería el único de la familia que no se alegraría de mi martirio».
El interrogatorio se celebra en el foro. Todos confiesan valientemente.
Hilariano pronuncia la sentencia que los condena a las fieras. El día del natalicio del César Geta nacerán ellos a la gloria. Los mártires bajan gozosos a la cárcel donde son sometidos a la tortura del cepo. Las visiones maravillosas se repiten como un anticipo del cielo. Sólo el estado de Felicidad, encinta de ocho meses, enturbia el optimismo. Pero el Señor oye los gemidos de todos y, tres días antes del espectáculo, da a luz una niña que es adoptada por una «hermana». «Si estos dolores te hacen gemir —le dice brutalmente un carcelero será cuando te arrojen a las fieras?». Felicidad responde: «Ahora sufro yo; después otro sufrirá por mí, porque yo sufriré por Él». Las mordaces ironías de Sáturo hacen enrojecer a los verdugos: «Miradnos bien ahora, para que podáis reconocernos en el día del juicio».
Secúndulo murió en la prisión Castrense. Revocato y Saturnino fueron destrozados por un oso. A Sáturo, que obró varios prodigios ante la multitud, un leopardo lo dejó bañado en sangre. Contra las mujeres —dice la Pássio— «preparó el diablo una vaca bravía». Nada más bello que aquella actitud noble y altiva de Perpetua, juntando los bordes de su túnica desgarrada —cual otra Polixena de Eurípides— y recogiendo su larga cabellera para morir con decoro, «más preocupada del pudor que del dolor».
Los mártires, heridos y exánimes, en el momento de ser rematados, se incorporan como pueden, se dan en silencio el ósculo de paz y uno tras otro consuman su holocausto como una ofrenda litúrgica. Perpetua —la principal heroína — coloca ella misma el filo de la espada sobre su cuello, para que el novel gladiador no yerre el golpe...
¿Qué más suave que este espectáculo'? ¿Qué más fuerte que este combate? ¿Qué más glorioso que esta victoria?... Te pidieron vida, Señor, y Tú les diste días por siglos de siglos...