domingo, 16 de febrero de 2025

17 DE FEBRERO. SAN ALEJO DE FALCONIERI, COFUNDADOR DE LOS SERVITAS (1200-1310)

 


17 DE FEBRERO

SAN ALEJO DE FALCONIERI

COFUNDADO DE LOS SERVITAS (1200-1310)

EL siglo XIII fue un siglo lleno de contrastes, una época de aventuras y genialidades, de heroísmos y demasías, en la que el amor profano y el divino se cantaban frecuentemente con idénticas palabras, en la que, en medio de una atmósfera pagana y sensualista, fulgen trayectorias limpias, como la de los Falconieri; aquella aristocrática familia florentina que a sus muchos lauros políticos y guerreros sumó el de haber dado a la Iglesia dos santos de renombre universal: Alejo, cofundador de la Orden de los Servitas, y Juliana, fundadora de las Mantellatas...

La juventud de Alejo transcurrió en un ambiente de odios, crímenes y apasionamientos que abrieron —en 1215— la calamitosa era de Güelfos y Gibelinos. Pero él, por su edad, no latió al unísono con las personas mayores. Vivió abstraído, con santo exclusivismo, en sus libros y devociones. La actividad a que se entrega con respecto al estudio —el cronista Mati asegura que «fue un sabio»— sólo es comparable con aquella otra que desarrollará más tarde al tratar de reunir un capital para costear la carrera a sus jóvenes discípulos. Tocante a su piedad, lo vemos casi niño alistarse en la cofradía de los Laudesi o Loadores de la Virgen, decisión providencial que orienta su vida por rumbos nuevos y luminosos, en los que la Estrella de los Mares será siempre su nauta indefectible.

El día de la Asunción de 1233, Alejo, en compañía de otros cofrades —flor y nata del patriciado florentino—, celebra en la capilla de los Laudesi la entrada triunfal de su Reina en los cielos. Sumergido, de pronto, en extático sueño, ve a la Señora rodeada de ángeles, y oye que le dice: «Alejo, hijo querido, abandona el mundo y ven a la soledad, pues te he elegido siervo mío».

Cuando el Santo volvió en sí, la capilla había quedado, al parecer, solitaria; más, al dirigirse hacia la salida. advirtió con asombro que otros seis cofrades —partícipes del mismo favor celestial— yacían sobre el pavimento. La Virgen los elegía a todos para una obra grande. En adelante, serían las suyas siete vidas paralelas, gemelas, unidas por idénticos afanes, idénticas revelaciones, caridad idéntica. Y un día —el 15 de enero de 1888— subirían juntos a los altares, por decreto del papa León XIII.

Con santa osadía —¡qué sublimidad en el sacrificio!— rompen con un porvenir lleno de promesas y un presente lisonjero, para retirarse —trocada la rica veste por el burdo sayal de la penitencia— a la quinta denominada Villa Camarzia, donde —el 8 de septiembre de 1233— inauguran un nuevo régimen de vida religiosa bajo la dirección del joven sacerdote Poggibonzi. Su plan es sencillo y austero: oración hasta las altas horas de la noche, vigilias interminables, práctica de la caridad. Más tarde se concretará el fin específico de la naciente Orden en la santificación de sus miembros y la de todo el mundo por la devoción a la Virgen de los Dolores. El nombre se lo impone también el Cielo de forma inesperada y maravillosa;

Alejo y Buenhijo recorren, mendigando, el barrio de Oltrarmo. Al trasponer el umbral de la mansión señorial de los Benizi, un niño de cinco meses —el futuro San Felipe Benicio, gloria de la Orden de los Servitas— los saluda con el nombre de Siervos de María. «No ha llegado nunca a mi conocimiento —declarará San Alejo, aludiendo a esta circunstancia— que el título de Siervos de María haya sido imaginado por los hombres. Nos lo ha dado la Madre de Dios».

Durante mucho tiempo, habitó el Santo una gruta húmeda y oscura en la que no podía estar en pie. «Aquí —se lee todavía en ella— estuvo oculto el siervo de Dios Alejo de Falconieri, crucificado para el mundo y sostenido con celestiales delicias». Las noches invernales más crudas recortaron su silueta ascética sobre las cumbres del Senario. Hasta que sus heroísmos y milagros —cuya historia se confunde con la de la célebre basílica de la Anunciata— le atrajeron el aura popular, a la que inútilmente intentó sustraerse con empeño santo, admirable.

El Viernes Santo de 1239, nuevamente se aparece la Virgen, revelando a los Fundadores el género de vida que desea para su Instituto: el hábito ha de ser negro, en memoria de sus dolores; la Regla, la de San Agustín; el nombre, Siervos de María o Servitas. Así fundamentada y alentada, la Orden —maridaje dichoso entre la acción y la contemplación— se propaga rápidamente por Europa, y San Alejo, que sobrevive a todos sus compañeros, tiene el consuelo de ver su prodigioso desarrollo, así como la aprobación definitiva, por decreto de Benedicto XI en 1304. Él, que nunca quisiera ser investido del orden sacerdotal, que, en su grande humildad, no deseara más alto oficio que el de sacristán. de la iglesia de Cafaggio, se ha convertido en verdadero patriarca. De esta manera quiere pagarle el Señor los ciento diez años de servicio en la milicia gloriosa de los Santos.

Su existencia se extinguió suave y tranquila en medio de celestiales dulzuras. En el instante de su tránsito, la habitación se inundó de luz, mansas palomas revolotearon en torno suyo y el Niño Jesús le colocó sobre la frente una corona de blancas azucenas...

¡En la tierra quedó, escrita con caracteres indelebles, la lección suavísima de su ejemplo, llena de reciedumbre y de amor!